• 24/04/2013 02:00

Sociedad ruidosa

Cada vez que visitaba a mi madre en el barrio de San Miguel, tenía problemas con un vecino del edificio trasero. Salía a un amplio pasil...

Cada vez que visitaba a mi madre en el barrio de San Miguel, tenía problemas con un vecino del edificio trasero. Salía a un amplio pasillo abierto y sacaba un aparato de sonido de su apartamento todos los fines de semana para escuchar música, no solo él, sino quienes habitaban en los alrededores, pues el volumen entraba por todas las ventanas y puertas e impedía que se encendieran equipos en otros cuartos.

Al pasar unos minutos, me quedaba sordo por el esfuerzo de levantar la voz para que me escucharan, ya que la rítmica jornada que impulsaba el alegre colindante, impedía que el diálogo se desarrollara con tranquilidad. Le hacía señas para que por favor bajara la estridencia y él sonreído, me contestaba que era un aburrido y que debía aprovechar y compartir su destemplada afición.

Alguna gente tiene en Panamá el hábito de hablar, no importa si el interlocutor está a su lado, en forma que se le escucha a distancia considerable. Ciertas actividades como talleres automovilísticos, herrerías, industrias de transformación han establecido sus dinámicas sin prevenir que ocasionan resonancias y por consiguiente, un tipo de contaminación sonora que perturba a los que viven cerca o pasan por el lugar.

Se sabe que el ruido excesivo afecta emocionalmente y también la salud de los individuos que son víctimas de este estruendo. Sin embargo el crecimiento de las ciudades y los centros urbanos, tiende a dejar a un lado este aspecto y no lo considera un problema. Los ciudadanos son vulnerados por las ondas sin darse cuenta de la gravedad de la situación.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha estudiado la incidencia de este fenómeno en las comunidades y establece que el 76% de la población que vive en los grandes centros urbanos, sufre de un impacto acústico muy superior al recomendable.

De acuerdo a investigaciones, esto se refleja en la calidad de vida de las personas y se manifiesta a través de problemas múltiples como el ‘estrés, irritabilidad, hipertensión, dolores de cabeza, taquicardias, fatiga, sordera, aceleración respiratoria y cardiaca y problemas cardiovasculares, del sueño y molestias digestivas así como la disminución de la capacidad y del apetito sexual, al tiempo que ha contribuido en el alarmante incremento del número de accidentes’; según diversas publicaciones.

En Panamá el Ministerio de Salud atiende las políticas vinculadas a la prevención del ruido y su afectación al bienestar. La norma plantea que cuando se sobrepasa los 80 decibeles, hay riesgo de perturbar a aquellos que se exponen a esta molestia. Y aquí deben actuar las autoridades locales; algo que poco sucede.

Casi toda la sociedad está volcada hacia su generación; desde niveles individuales como el habla, la gente en autos, la música y las fiestas domésticas hasta las actividades comerciales y la industria en general. ¿Cuántas empresas aíslan como estrategia su desempeño para que el sonido no traspase las instalaciones y vulnere al vecindario? La construcción es un buen caso por sus múltiples ejemplos.

No es un mal de algunos. La propia sociedad es ruidosa en su expresión; esto lo heredamos de tiempos ancestrales y está internalizado. Por esa razón es tan difícil cambiar de costumbres y saber que podemos ser más productivos si contamos con un organismo no afectado por el ensordecedor estímulo.

Hoy se celebra el Día Internacional sobre la Concientización del Respeto al Ruido, una oportunidad para reflexionar sobre nuestras prácticas, pensar en los demás y saber que la salud de todos se beneficiará si bajamos el volumen. Así, se puede escuchar mejor y enriquecer los procesos de comunicación con los otros.

PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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