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- 26/06/2013 02:00
Todos podemos ver, oler y escuchar
La cuña publicitaria utilizada con aparente éxito por el gobierno ecuatoriano para impresionar a su gente con los beneficios de sus obras públicas, puesta en nuestras pantallas de televisión por los publicistas criollos del gobierno panameño, me ha parecido un irrespeto de muy mal gusto y una manera simplemente equivocada de presentar el mensaje deseado. La carencia de creatividad no es por haber sido duplicada por publicistas locales, o reeditada por su propio autor extranjero, sino por fallar en un elemento esencial: una persona realmente no vidente, como aparentemente es la que aparece en pantalla, no puede ver aunque quiera hacerlo.
Si el mensaje deseado era que no hay peor ciego que el que no quiere ver, entonces hubiese sido más preciso haber presentado una persona con los ojos cerrados o vendados o tapados con sus propias manos; esa persona realmente no querría ver, aunque pudiera hacerlo. Pero tal como la cuña fue elaborada, su inventor fracasó con un mensaje contradictorio e incongruente que solo puede tener una interpretación: que no veremos todas esas bellezas y obras portentosas, no porque no querramos sino porque no tengamos sanos y funcionales órganos de visión, como aparentemente sucede con el ciudadano, a quien no conozco, que aparece en la cuña.
Sin embargo, esa no es la situación de la mayoría de los ciudadanos en este país: podemos ver no solo el estrecho campo de visión que quieren que veamos, sino lo que hay más allá, detrás y a los lados del aspecto restringido que nos muestran. Podemos ver, y también oler y escuchar, muchas otras cosas buenas o malas, porque somos muchos los afortunados que no estamos privados del sentido común ni de la visión ni el olfato ni la audición, como aquellos compatriotas lamentablemente carentes de esos sentidos, representados en la comentada cuña.
Podemos ver carreteras, aeropuertos, centros de convenciones, hospitales, centros de salud y de acopio, y otras cosas; unas terminadas, otras por terminar y aún otras por comenzar como nuevas líneas del Metro, nuevos puentes sobre el Canal, etc. También vemos exceso de propaganda oficialista, obras superfluas atosigadas con sospechosa urgencia por todos lados; y leemos sobre contratos de a dedo, amigos contratistas, sobrecostos, escasez de agua potable en la propia ciudad capital por falta de líneas de conducción o por falta de potabilizadoras en el interior.
Igualmente, podemos escuchar alabanzas al régimen de gobierno existente que ponderan el pulcro ejercicio de sus prácticas democráticas. Pero también oímos denuncias de persecuciones taimadas con la práctica abusiva de facultades legales de las autoridades, quejas por falta adecuada de atención médica y de medicamentos en centros de salud, protestas por el alto costo de los alimentos que impide nutrir a niños y niñas en todo el país, rechazos por la pasividad gubernamental frente a una corrupción percibida que promueve la impunidad, clamor angustioso de agricultores abandonados en el campo, desazón de mujeres maltratadas, calvario diario de hombres y mujeres a quienes se les prometió un transporte cómodo, rápido y seguro, y tantas otras letanías humillantes e hirientes que se oyen diariamente.
También tenemos el olfato para percibir el hedor de basura que se acumula en las calles de Juan Díaz y Punta Pacífica, el mal olor de excrementos en letrinas inseguras, el tufillo nauseabundo —parecido al tufillo a corrupción, impunidad y cinismo— de aguas servidas en las calles de una ciudad que pretende un modernísimo Metro.
Cierto que nadie puede ignorar las obras físicas del gobierno: podemos verlas, olerlas, escucharlas. Pero el tiempo de la Patria Boba ya pasó y tenemos sentido común.
EX DIPUTADA DE LA REPÚBLICA.