El dengue –en sus caras clínicas: clásico y hemorrágico– es un recurrente problema de salud pública en toda América Latina. Lamentablemente 2023 fue el año con el mayor registro histórico de casos de este mal en la región, superando los 4,1 millones de nuevas infecciones. 2024 tampoco pinta bien. Hay evidencia que el cambio climático ha tenido un papel clave al facilitar la propagación del mosquito ‘Aedes aegypti’, y según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el dengue se está extendiendo a países donde antes era desconocido, como Croacia. Ante este panorama tenemos que seguir actuando y con más contundencia. El inminente fenómeno de El Niño, el pésimo sistema de alcantarillados del país, la deficiencia del acceso al agua potable, la fragilidad de los servicios de salud son una mezcla perfecta para que se afiance la enfermedad. A todos esos factores hay que sumar la pobreza y el desconocimiento de la sociedad: es común que las comunidades con menos recursos, donde no hay agua, la almacenan en recipientes abiertos que sirven de criaderos para los mosquitos. Es triste que muchos de nosotros subestimamos las enfermedades que no vivimos de cerca y por ende no dimensionamos la repercusión que genera y caemos en la inacción. Es fundamental que los organismos responsables de garantizar la salud tomen control, junto con los gobiernos locales y la población. Es imperativo que quienes no contribuyen con la limpieza, paguen una multa considerable por su irresponsabilidad. A su vez, deben ser más agresivos en las campañas de información y sensibilización pública. No pasemos por alto que el dengue se ha vuelto endémico y que en algunos casos lleva a la muerte.

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