Pensar en los seres queridos que han partido no es un acto de nostalgia, sino una forma profunda de mantener el vínculo con quienes ya no están. Cada valor aprendido, cada historia compartida y cada gesto de amor heredado conforman el tejido invisible que sostiene nuestra identidad individual y colectiva. En los hogares panameños, esas memorias se transforman en tradiciones: una receta que se conserva, un consejo que se repite, una fotografía que pasa de generación en generación. Son rituales sencillos que, más allá de la costumbre, mantienen encendida la llama del recuerdo. Cada 2 de noviembre, Panamá se detiene brevemente entre sus desafíos cotidianos para rendir tributo a sus muertos. No se trata solo de una visita al cementerio, sino de una jornada nacional de reflexión sobre el valor de la memoria. En un tiempo dominado por la prisa y lo efímero, este día invita a mirar atrás con gratitud y a reconocer que el pasado no se borra, sino que se transforma en guía. Honrar a los muertos implica también un compromiso con la vida: continuar su legado con responsabilidad y amor, con aquello que realmente vale la pena. El Día de los Muertos nos recuerda que la memoria no es solo recuerdo, sino herencia; un acto de resistencia contra el olvido y una afirmación de nuestra humanidad. Mientras alguien los recuerde, los que partieron siguen presentes entre nosotros.

Lo Nuevo