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Luego de quejarse del grupo de taxistas que se han adueñado del frente de la terminal de transporte y que con la ayuda de los oficiales de Policía hacen que echen a otros conductores quienes buscan pasajeros por el lugar, cambió de tema y exclamó: “Mi hija se fue; estaba entusiasmada con un muchacho y se fue de la casa con él”. Agregó con un rostro compungido: “Hablé con ella y me dice que está enamorada”.
Mientras conducía el vehículo para dirigirse al destino, amplió en detalles sobre los antecedentes de su pena. “Ella estudiaba y ahora dudo que continúe porque deberá trabajar y encargarse de su nueva casa”. Contó, además, que la joven tenía dieciocho años y que había hablado con la madre del novio, oficial de la Policía, quien confesó que la novia de su hijo había dicho que era mayor de edad y aún no lo era cuando lo dijo.
Las preocupaciones de este taxista pudieran parecer una historia aislada, pero quizás es el drama de muchas familias que deben atender el cambio de perspectiva de los hijos cuando se aventuran a establecer un hogar sin contar con los medios adecuados para ello y forman parejas de hecho. Según el Instituto Nacional de Estadística y Censo (INEC), un 2.2 de los matrimonios corresponde a jóvenes entre 18 y 19 años de edad.
Esa institución expone que no se cuenta con indicadores estadísticos sobre matrimonios de hecho y por tanto no hay datos claros sobre cuántos jóvenes establecen hogares aún antes de hacerse adultos. Sin embargo, confirma el INEC, que un 0.6 % de hombres y 2.2 % de mujeres se casan cuando están en el rango de edad mencionada. También se resalta que la tasa de nupcialidad de tal grupo etario es baja, eso es por la tendencia a las uniones libres.
¿Qué implicaciones tiene establecer un matrimonio de hecho a esas edades y también con parejas de menor edad? Si el casamiento es legal a partir de la adquisición de la mayoría de edad, es lógico pensar que el Estado considera que los menores aún están en otros ciclos socioeducativos que no los hacen aptos para adquirir estos compromisos.
La ausencia de cifras impide asumir políticas hacia atender a quienes entran en estas etapas de trance. Sin embargo, el INEC establece índices de partos en menores de edad al mencionar que “la tasa específica de fecundidad adolescente (TEFA) fue de 68.5 nacimientos por cada 1,000 adolescentes en 2022, superando los promedios regional y mundial”. Es lógico que esto tenga implicaciones, sobre todo para las mujeres que deben interrumpir los estudios.
Otro operador de taxis, narraba en la misma fecha que el anterior, la experiencia de una hermana profesora. Ella, en una clase había notado el malestar de una de sus estudiantes, quien terminó con vómitos en medio de la jornada. Cuando la vieron en la enfermería, notaron que estaba embarazada y la adolescente, le confirmó a la educadora, que había sacado mal las cuentas de sus pastillas anticonceptivas.
Las cifras son claras: un aproximado de 14 mil adolescentes son madres prematuras. Esto implica que se pierden o ellas se atrasan en la culminación de estudios. De igual manera, hay que considerar los riesgos de los infantes que nacen de estas circunstancias, que deben ser atendidos por madres, padres, abuelos y otros familiares, quienes terminan a la postre encargándose de los cuidados de los recién nacidos.
Veamos estos indicadores del INEC: el 60 % de estas jóvenes no terminan la escuela. Además, solamente el 14 % de quienes tienen hijos en la pubertad, alcanzan el nivel universitario, en función del 43 de las madres adultas. El ingreso laboral de esas jóvenes, es 57 % menor que el de las adultas con hijos.
Es necesario salvaguardar el futuro de una generación que empieza la vida con responsabilidades no esperadas, que definirán e impedirán a estos jóvenes superar la pobreza y que llenarán de frustración a ciudadanos como los taxistas mencionados.