• 16/02/2012 01:00

La Acción Cívica

C orría el año de 1981, cuando fui trasladado a la Oficina de Asuntos Indigenistas del G-5 de Estado Mayor. ‘Su nueva función obedece a ...

C orría el año de 1981, cuando fui trasladado a la Oficina de Asuntos Indigenistas del G-5 de Estado Mayor. ‘Su nueva función obedece a que sabemos que usted sabrá consagrarse al trabajo social comunitario en beneficio de los moradores de la montaña, los indígenas y campesinos, considerados como los pobres entre los pobres’.

Nuestra tarea inicial, fue la de llevar el mensaje de buena voluntad de la Institución, a todos los caciques y dirigentes de las diferentes etnias. Teribes, bokotas, guaymíes, kunas, chocoes y wounaan. La aventura la iniciamos recorriendo a pie los extensos parajes de la sierra del Oriente chiricano, la espesura boscosa del Atlántico caribeño y la navegación por los grandes ríos del Darién. En cada comunidad visitada se anotaban los pedidos más apremiantes, pasando luego a engrosar el enjundioso informe de vivencias y reclamos, para la aprobación del Estado Mayor General.

‘La Institución Militar’, a la que con mucho orgullo pertenecí, nos compensó con los recursos materiales suficientes para dar halagüeña respuesta a urgencias tan básicas como las giras médico asistenciales, entrega de materiales de construcción, ropa, alimentos, evacuación aeromédica, vías de penetración, tendidos eléctricos, acueductos, escuelas, centros de salud y todo esto, con la supervisión técnica del Batallón de Ingeniería.

Bajo ese parámetro, la fuerza militar mantenía el ligamen con los residentes de la montaña y sus autoridades tradicionales. Con trato afable y cordial, eran prontamente recibidos en la Comandancia y, en tono de amistad y camaradería, se allanaban a la búsqueda de respuestas a sus inquietudes. Para la Acción Cívica de la época, su espíritu de trabajo era a nivel nacional.

El G-5 de Estado Mayor tenía la responsabilidad de insertarse en lo profundo de la epidermis social, dentro del plan de desarrollo nacional interno del país. Ello iba mancomunado con la participación del equipo de ministros de Estado en sus diferentes ramas. Las zonas militares lograron un excelente desempeño en el orden de asistencia comunitaria y de seguridad ciudadana. Todo esto bajo la consigna ‘Yunta pueblo gobierno’.

Fue el general Torrijos el que orilló al instituto castrense hacia la integración social. El patrullaje doméstico pronto le granjeó la aceptación del pueblo, en especial de la gente menuda. Ciertamente, que durante el mandato militar en el país, no hubo lanzamiento de bombas lacrimógenas en las zonas indígenas y campesinas. Se dieron problemas y situaciones difíciles, pero por más acalorada que fuese la discusión, siempre se llegó a puntos de consenso. Nunca se le dio la espalda al clamor popular de los demandantes.

El interior del país permaneció libre de la presencia de los antimotines, no se dieron abusos, golpes disparos de perdigón ni muertes que lamentar, como los que ha vivido el actual gobierno, ya en dos ocasiones.

Un alto y conocido personaje del gobierno de la postinvasión declaró en cierta ocasión donde se le preguntaba qué opinión le merecía la desaparición de las Fuerzas de Defensa del escenario nacional después de la intervención del ejército norteamericano en la llamada liberación: ‘De las Fuerzas de Defensa, no fueron sus armas o su gendarmería las que sostuvieron a ese oprobioso organismo; sino el poder de su acción cívica. Es a la acción cívica la que verdaderamente hay que destruir’.

‘Quien más consulta, menos se equivoca’. ‘Díganme lo malo, que lo bueno ya lo sé’.

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