• 25/04/2012 02:00

¿De qué barro hicieron a los políticos?

N os relata Moisés en el Antiguo Testamento que el Señor Dios formó al hombre del lodo de la tierra, le inspiró un soplo de vida y ‘qued...

N os relata Moisés en el Antiguo Testamento que el Señor Dios formó al hombre del lodo de la tierra, le inspiró un soplo de vida y ‘quedó hecho el hombre viviente con alma racional’. Ese relato fue una manera sencilla de instruir al pueblo de Israel sobre la creación del universo, pero podríamos aplicar la metáfora a nuestro entorno político para preguntarnos: ¿Qué lodo tomaría el Señor Dios para crear a muchos políticos panameños? Debió ser especial. ¿Lama, quizás?

Hay quienes afirman que para tener éxito en la política no es necesario ser ni muy inteligente ni muy moral; por el contrario, dicen, a más inteligencia, más rígidos principios éticos y más capacidad de reflexión, menos posibilidades de llegar a ser un político exitoso. No se puede pregonar con la verdad y, por acuerdo implícito, la política se convierte en el arte del engaño.

Hay que ser demagogo —’cuentista’— para decir lo que sea necesario para lograr el objetivo sin siquiera pestañear; ser osado, temerario y audaz para lanzar todas las promesas que convengan en ese instante. Las decisiones irreflexivas del momento se toman según el beneficio inmediato, sin tomar en consideración las repercusiones a mediano o largo plazo. La poca inteligencia es incapaz de frenar al demagogo.

En todo el mundo los hay inteligentes y escasos de intelecto; nosotros no somos la excepción. Tenemos pruebas fehacientes de que muchos políticos panameños forman esa enfermiza clase aparte, con características malsanas que no son compartidas por el resto de la gente común; sus acciones ayudan a crear, en la cultura e idiosincrasia del panameño, un clima nocivo de desconfianza y cinismo. Quizás algunos las traigan en sus genes y las heredaron de sus ancestros; otros quizás las adquieran por osmosis o las copien de sus colegas.

No todo el mundo tiene la habilidad, o la desfachatez, para presentarse en tiempos electorales en plazas, en calles, en patios vecinales o medios de comunicación social, a derramar frases huecas, prometer soluciones a todos los problemas habidos y por haber; a alimentar esperanzas de un futuro mejor, sobre todo a gente humilde; a presentarse como los redentores que necesita la nación y desdibujar la realidad. En una palabra: a engañar, conscientes de lo que hacen, sabiendo que lo único que buscan es el voto en las elecciones o un beneficio presente y olvidarse de la gente.

Cualquier medio, por chueco o falso que sea, es válido, porque la victoria electoral justifica las mentiras. Y si se logra el éxito por haber sido lo suficientemente elocuente con la charlatanería, no hay reclamo que valga porque las promesas eran evidentemente inalcanzables: no se puede acabar con la corrupción ni la pobreza ni la delincuencia ni las enfermedades ni la ignorancia ni con tantas otras cosas prometidas en campaña.

Quienes confiaron lo hicieron porque optaron por seguirles el cuento, o por la esperanza de un beneficio muy personal. Esa es la triste realidad sobre la cual muchos políticos construyen su camino al poder, profanando las reglas de la democracia para servirse a manos llenas, no para servir a los demás.

Una población instruida es el único antídoto contra el político oportunista que actúa sólo en función de su bienestar personal; ese político no fue creado del barro, como dice Moisés, sino posiblemente de la lama y abusa descaradamente de sus semejantes en beneficio propio.

Los que efectivamente fueron creados del barro, algún día, antes de que sea muy tarde, tendrán que superar su justificado rechazo a ‘lo político’ y decidirse a echar las alimañas de nuestro entorno.

EXDIPUTADA DE LA REPÚBLICA.

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