• 25/07/2012 02:00

Poder, lucha y pueblo

Desde tiempos remotos el poder ha sido parte de la realidad de las colectividades, siendo así una constante que ha tenido una gran perma...

Desde tiempos remotos el poder ha sido parte de la realidad de las colectividades, siendo así una constante que ha tenido una gran permanencia en el tiempo. El desarrollo de la existencia humana lo ha mostrado en sus diversas facetas: política, económica, social, ideológica, cultural y religioso.

Si bien la historia de las sociedades ha sido la de la lucha de clases, en el fondo de todo ha estado la lucha por el poder, siendo esa en verdad la historia de las sociedades.

Precisamente la ascensión a él ha significado para los hombres una razón de vida, adoptando su mantención diversas maneras al punto que se han llegado a vulnerar principios, ideales, voluntades, solidaridad, incluyendo hasta el sacrifico de vidas humanas. El combate por su dominio ha sido cruento y brutal, cediendo poco espacio al debate de ideas y de programas, así como también a las valoraciones éticas de los hombres y mujeres.

No obstante, a pesar de esa verdad, el poder resulta útil como mecanismo de dirección, organización, convivencia, oportunidades y control para la óptima vida en sociedad. Y es que a través de él habrán de diseñarse fórmulas para su correcto uso cuando se trata del poder político, como también debe ocurrir cuando se trata de otros poderes.

El problema, sin embargo, se sitúa en los objetivos del poder, cuando se plantean para el sojuzgamiento, el desmesurado aprovechamiento, el cercenamiento de derechos, y la profundización de las diferencias. Precisamente son estos los atributos, que desafortunadamente acompañan hoy al poder, y por los que los hombres han planteado la lucha, para usufructuar esos ‘beneficios’, sin medir las perniciosas consecuencias que puedan derivarse en el contexto social.

Alcanzado el poder —principalmente el político— se presenta la cruzada entre los que desean mantenerlo y entre los que aspiran a su control.

Así otros poderes como el económico-ideológico, se mancuernan para obtener el poder político. Entonces sin recato alguno elaboran discursos con el enmascaramiento del interés popular, construyen artificiales alianzas coyunturales, agrupan disímiles ideologías, combinan contrarias clases sociales, sin importarles el abandono de sus visiones naturales y de sus posiciones clasistas. Y en la pretendida invocación a la redención popular y con una inaudita desfachatez sindicatos, partidos políticos tradicionales, grupos amorfos, e individuos moralmente inhabilitados, se muestran en apariencia solidarios con el llamado pueblo, que solo sirve como insumo para el discurso político y para sus muy intencionados intereses.

Son precisamente los díscolos aspirantes al poder político los que asesinan a diario la democracia, destruyen la imagen de un país afectando la consolidación de una conciencia de los individuos de una sociedad.

En todo caso la lucha por el poder no ha sido noble. Al final del combate las serias heridas que se producen y que quedan de manera indeleble, retrasa cualquier proyecto de país que aspira al desarrollo de programas de beneficio social.

Infortunadamente excluido el pueblo de la confrontación le han cerrado a propósito las avenidas de participación por lo que deberá abrirlas para ser su verdadero interlocutor.

DOCENTE UNIVERSITARIO.

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