• 18/12/2012 01:00

Un especial amigo

La amistad no está suficientemente valorada en la sociedad actual. ¿Cómo saber que hemos encontrado un buen amigo? Para empezar, dando t...

La amistad no está suficientemente valorada en la sociedad actual. ¿Cómo saber que hemos encontrado un buen amigo? Para empezar, dando tiempo al tiempo. Profundizando un poco más en ese sentimiento que une a dos amigos, reflexiono y abundo, respetuosamente, en un tema que ojalá resulte oportuno para algunos lectores en el contexto de estas fechas.

Retrotraigo nuestra niñez y sustraigo de esos años la presencia en nuestra vida de un amigo que permanece como tal a través del tiempo. En aquellos días no contaba yo con la capacidad para medir su generosidad, incondicionalidad y protección. Era amigo de la casa; siempre estaba cercano y accesible porque seguramente conocía nuestras dificultades, esas que nunca faltan y todos tenemos, aunque aparezcan de modo distinto en cada caso. Sin darnos cuenta pusimos a prueba dicha amistad y llegó un momento en el cual sabíamos que nuestro amigo conocía nuestras virtudes pero también nuestros defectos. Mantenía mis secretos, nunca me traicionó, no me juzgaba y más bien me comprendía con aceptación. Me acompañaba en los momentos de dificultad en vez de alejarse; en definitiva, a muy corta edad ya le percibía como una persona digna, seria y responsable que se comportaba de una forma consecuente con nosotros. Cuando has encontrado a un buen amigo, lo sabes, lo sientes indistintamente de los años que cuentes, porque la amistad es un sentimiento más emocional que racionalizado; no todo se puede explicar con claridad pragmática. Se trataba de un vínculo muy poderoso que reflejaba una especie de confianza en la persona que tenía el poder de elevar nuestra vida a un plano de segura y grata serenidad. No es complicado, es fácil de comprender el hecho de que la vida es más feliz con buenos amigos y es más triste en medio de la enfermedad, la soledad o el sufrimiento no ajenos a tanta gente.

Nuestro amigo siempre tuvo manifestaciones de amor para conmigo y los míos, por ello siempre supe y sigo convencida de que se trata de alguien presto a escucharme, a quien puedo pedir un favor, apoyo y ánimo en los momentos de desaliento; pedir ayuda es muy humano en un momento de dificultad y también en situaciones más cotidianas. Alguna vez sentí el derecho de nuestro amigo a hacerme saber que no complacería mis deseos, pero en ese caso me hacía comprender sus motivos, sin dejar de ofrecerme la alternativa de ayudarme en otro momento. Siempre le he considerado un especial regalo que se mostraba con pequeños detalles en la rutina del día a día; le dimos la oportunidad de entrar en nuestra vida y, aunque alguna gente que admiro y respeto no le conoce o ha optado por no conocerle -por razones que no cuestiono– yo lo requiero cerca de mí. Cada día lo valoro más porque con él hemos tenido siempre un vínculo gratificante desde la confianza y la certeza de un sentimiento profundo de abrigo y respeto. Todos necesitamos tener, al menos, un buen amigo, un amigo del alma, uno de esos que son ‘para siempre’. Tengo la dicha de tener amigas que, más que amigas, considero hermanas. Con ellas he compartido retazos de mi existencia en diferentes etapas desde niñas y, por lo que para mí representan, conservo nuestra relación como la jardinera que cuidadosamente abona y humedece la tierra en la cual germinó la semilla de una valiosa amistad, aquel día distante. También me honran con su afecto formidables amigos del género masculino. Tengo amigos invaluables, como Rafael Neira Meléndez, que me entrenaron en el arte de ser amigos con la práctica recíproca de una auténtica lealtad a través del paso de los años. No hace falta tener demasiadas, pero las buenas amistades valen una fortuna y son una bendición que debe nutrirse a diario, que requiere de presencia sin olvidar que el amigo verdadero es aquel con el que, aunque pase un tiempo sin acercamientos, al aproximarnos parece que el tiempo no hubiese transcurrido. Y si ese amigo no nos critica por las ausencias, sino que nos agasaja con su presencia, confirmamos que merece ser atesorado en nuestro corazón.

Lo mejor para conservar latente una amistad valiosa es estar presentes, no buscar a nuestros amigos sólo cuando ha sucedido un problema o se tiene una necesidad, sino de manera regular. Es bueno reunirse sin un motivo que lo justifique. Al igual que una buena relación sentimental, una buena amistad necesita de una buena comunicación y de algún modo de cálida, gozosa proximidad. Por ello mi amigo predilecto y yo planeamos juntos nuestro día cada mañana y así caminamos, inseparablemente.

Sabio, paciente, amante y bondadoso; fiel, considerado, incambiable y puro; fuerte, confiable, leal y verdadero. Mi amigo especial se llama Jesús.

CONSULTORA DE IMAGEN PÚBLICA PERSONAL Y CORPORATIVA - AICI

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