• 04/01/2013 01:00

La felicidad del panameño

Cada época construye sus propios mitos y discursos para manejar las conductas colectivas. Desde los discursos emancipadores de las grand...

Cada época construye sus propios mitos y discursos para manejar las conductas colectivas. Desde los discursos emancipadores de las grandes revoluciones, las promesas de cambio de los partidos políticos hasta los mitos de los fundamentalismos religiosos, han servido para que los humanos se enfrenten por el poder. Nuestra sociedad —la sociedad del espectáculo como la denomina Guy Debord y recientemente recalificara Mario Vargas Llosa como La civilización del Espectáculo— ha creado el mito del sondeo publicitario para pulsar las corrientes de opinión sobre los temas más pueriles y absurdos, desde las preferencias políticas hasta los indicadores de felicidad, como si estos en alguna forma reflejaran lo que subyace en la conciencia de las sociedades.

Lo ridículo del asunto son los sondeos sobre juicios de valor que no tienen ningún referente objetivo, como es el caso de la felicidad, de la cual existen tantas opiniones como millones de habitantes tiene el planeta sin que revelen prevalencias ni coincidencias.

Sobre esto, chinos y griegos —Confucio y Platón— coincidieron al señalar que la felicidad estaba en alcanzar la virtud de la sabiduría; Aristóteles estimaba que la felicidad sólo es posible con el ‘justo medio moral’, logrado con el equilibrio entre los excesos y las necesidades, mediante el conocimiento y la razón; Epicuro de Samos, al cual se le atribuyen los excesos del hedonismo, consideraba la felicidad como la obtención del placer más duradero posible con la menor cantidad de sufrimiento, lo cual sólo proporciona la sabiduría. Para los griegos, en definitiva, esa felicidad es una autorrealización que se logra por medio del conocimiento.

Siglos después, el utilitarismo —que tanto importó a los próceres de las independencias latinoamericanas a través de la figura de Jeremías Bentham— consideraba la felicidad como el bienestar para el máximo número de personas y lo cual era la finalidad del gobierno; argumento que posteriormente William James tradujo en el pragmatismo como orientación ética, pedagógica e ideológica de la sociedad norteamericana para la realización de sus miembros. Si los criterios anteriores han sido los utilizados por las empresas que aplicaron las encuestas no cabe duda que hicieron las preguntas equivocadas o forzaron los distractores, pues la búsqueda del conocimiento, el afán de autorrealización y el predominio de la razón no son virtudes prevalecientes entre los panameños.

Si, por el contrario, la encuesta estaba destinada a conocer ‘lo contento’ o ‘el bienestar’ y a eso llaman felicidad, deben indicar de qué áreas procede el universo y en qué momento se hizo la encuesta. Si se aplicó para saber ‘lo contento del panameño’ un sábado a las dos de la mañana en Calle Uruguay tendrán una ponderación de un 98%, y una exclusión de 2% de los empleados trasnochados; muy por el contrario si lo hacen en la 24 de Diciembre a las 5 de la mañana entre los usuarios del Metrobus.

Si querían medir el ‘bienestar’ y lo hacen entre nuevos residentes de Boquete y Coronado, encontrarán una aceptación de un 90% y un 10% de empleados y peones que los sueldos no le alcanzan para vivir; muy por el contrario si la aplican en la vecina comarca Ngabe con sus índices de desnutrición. De allí que me salta la pregunta: ¿De la felicidad de quiénes estamos hablando?

El problema de estas encuestas no radica sólo en las preguntas y el universo, sino en la manipulación de los conceptos para vender lo que denominan ‘los grados de percepción’ del colectivo. Porque ‘lo contento’ o ‘el bienestar’ no son sinónimos de felicidad, pues expresan emociones producto de un disfrute transitorio.

Un niño puede estar contento cuando recibe los juguetes navideños, pero monta rabietas cuando tiene que recogerlos; al igual que un empresario muestra su bienestar con las ventas de fin de año, pero revela su malestar con la declaración de impuestos.

En ambos casos hay una situación emocional que pasa al otro extremo al cambiar las variables que las motivan. No se trata de ‘vender borriguero por iguana’, en feliz panameño, sino de obtener indicadores válidos de la vida en sociedad.

La felicidad es un sentimiento que se expresa como una gratificación permanente por las cosas logradas en el plano espiritual, moral y en algunas cosas materiales. En modo alguno tiene que ver con la diversión o la riqueza, sino con la realización alcanzada con la autoestima, la integridad y la solidaridad humana.

La autenticidad del sujeto, el apego a los principios y respeto a sus creencias, la solvencia en la vida moral y la generosidad hacia al prójimo son los condicionantes para alcanzar esa experiencia única e intransferible que es la felicidad. Los señores de las publicitarias nacionales e internacionales deberán retomar sus lecturas infantiles y releer el hermoso cuento de León Tolstoi ‘La camisa del hombre feliz’, que de paso tampoco tenía camisa.

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