• 20/08/2013 02:00

‘Viento en popa, a toda vela’

Así, como reza el título, navegaba sin cesar por las aguas del Caribe, algunas veces color turquesa, otras cobalto, Henry Morgan. A dife...

Así, como reza el título, navegaba sin cesar por las aguas del Caribe, algunas veces color turquesa, otras cobalto, Henry Morgan. A diferencia de los piratas, él era corsario, pues atacaba a las naves y ciudades enemigas con permiso de su gobierno, no solo para beneficio personal sino también del tesoro inglés.

Juan David Morgan, prolífico y polifacético autor, que ha escrito sobre tantos temas diversos, que podríamos decir que lo mismo le vale un roto que un descosido, describe en su último libro titulado ‘Entre el honor y la espada’, (La inédita historia del legendario Henry Morgan) las aventuras, pasiones y lances de honor en la vida de un corsario inglés. En las páginas del libro surgen las andanzas de este marino de origen humilde, que desde la granja donde se crió en Gales llegó a ser comandante de navío, miembro del Consejo de Gobierno de Jamaica, gobernador de la isla y terrateniente ungido con la espada que lo hizo Sir del Imperio Británico.

Ninguno de las títulos ni las distinciones le privaron de su auténtico oficio como era el de atacar, abordar y apresar las naves españolas que surcaban las fronteras marítimas de Cuba, La Española (hoy República Dominicana), Venezuela, Colombia y Panamá. En Jamaica, residencia y punto de partida, tierra feraz de hermosos atardeceres y de intenso comercio de esclavos, trasegó todo el ron que pudo, frecuentó una sola prostituta a la vez confidente y amiga, contrajo matrimonio y cultivó la caña de azúcar y el cacao. Desde aquí venció navíos holandeses y españoles y destruyó a cañonazos las fortalezas, al ritmo que señalaba Espronceda en su famoso poema ‘La Canción del Pirata’, que sirve de título a este comentario.

La nostalgia por los años de infancia me hacen recordar la caballerosidad de aquel hidalgo de los mares que fue el capitán Horatio Hornblower y en los tiempos más cercanos ha sido Patrick O’Brian, el que nos ha dejado maravillosos recuentos del comandante Jack Aubrey y su gran amigo el doctor Maturin. Una de sus obras, ‘Master and Commander’, se convirtió en best seller y fue llevada a la pantalla con Russell Crowe como protagonista. Ninguno de estos personajes de ficción ha superado al héroe de la vida real Horatio Nelson, a quien perdió su estricto apego a los reglamentos, que exigían que el almirante se vistiese con uniforme de gala en las batallas, lo cual lo convirtió en fácil blanco de un francotirador ubicado en el barco abarloado, mejor dicho, abordado por el Victory, que comandaba el inglés en Trafalgar.

En esta novela, que atrae por su realismo y su buena calidad literaria, surge la figura de Henry Morgan como la de un aventurero, hombre de acción que desea retirarse pero siente que sobre el deseado descanso prevalece el interés por aumentar su peculio y por la defensa y la gloria de su nación. También es hombre que luchará en los estrados judiciales por la defensa de su honor cuando siente que un escritor holandés ha denigrado su conducta luego de la toma de Portobelo y de Panamá y cuando sabe que ha vencido, se muestra generoso con su contraparte. Su talante contradictorio resulta evidente cuando no le importa colocar el honor a un lado y para poder atacar impunemente, finge desconocer los arreglos de paz entre Inglaterra y España.

Recuerdo que de niño hubiese querido ser pirata, corsario o bucanero, nos disfrazábamos con pañuelos en la cabeza y portábamos pistolones largos de juguete. Hay un libro, cuyo autor no recuerdo, que asumo que cuando se traduzca al español se titulará ‘Me gustaría haber estado ahí’ (‘I wish I’d been there’) en el que una veintena de historiadores nos dice en qué momentos del pasado les habría gustado vivir. En los últimos años del bachillerato, me trasladé a la revolución francesa y me sentía inspirado por Camilo Desmoulins, temprana e injustamente guillotinado.

El libro de Juan David Morgan me ha devuelto al período de los piratas y corsarios, me ha puesto a navegar hasta el fuerte de San Lorenzo y me ha hecho recorrer en una pequeña chalupa de quilla plana el río Chagres, desembarcar en el camino de Cruces y recorrerlo a pie con los piratas hasta la colina desde donde Henry Morgan divisó la ciudad anclada junto al mar del sur. Sí que he echado de menos los abordajes que eran los que más nos emocionaban en las películas y los enterramientos en la arena de los piratas vencidos para que el mar los ahogase al subir la marea.

No podía el autor olvidarse del amor y los lectores apreciarán las tiernas y a veces tórridas escenas de Henry con su esposa Mary Elizabeth, que prefería hacer el amor con sus bellos ojos zarcos abiertos y luego cerrarlos en búsqueda del reposo. Le deseo a los lectores lo que se deseaban entre sí los corsarios cuando se despedían para navegar: ‘Buenos vientos y buena caza’.

EX PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA Y ACADÉMICO NUMERARIO DE LA ACADEMIA PANAMEÑA DE LA LENGUA.

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