• 17/02/2014 01:00

Sobre países y sus marcas

Hace un montón de años me fui becado a Paris, Francia, con Javier Medina y Rafael Guiraud (q.e.p.d), todos del Grupo Experimental de Cin...

Hace un montón de años me fui becado a Paris, Francia, con Javier Medina y Rafael Guiraud (q.e.p.d), todos del Grupo Experimental de Cine Universitario, a realizar un curso de ocho semanas sobre Cine Directo. Esa beca nos ofrecía nuevas oportunidades de crecimiento profesional y abría espacios para conocer y practicar una corriente cinematográfica que había desarrollado el cineasta documentalista y antropólogo francés Jean Rouch.

Con la bendición y apoyo de Rouch y bajo el auspicio del gobierno francés, un grupo de sus discípulos, dirigidos por Jacques d’Arthuys, con la ayuda, entre otros, de los hermanos cineastas Vicent y Séverin Blanchet, crearon el Centro de Cinema Documentaire, Attalier Varán para dar a conocer, entrenar a jóvenes cineastas y diseminar en los países del tercer mundo, particularmente Latinoamérica y África, ésta corriente cinematográfica que Rouch había ensayado exitosamente en algunas regiones del África. Rouch murió en el año 2004 habiendo establecido un programa que ha crecido significativamente por varias regiones del mundo. Séverin Blanchet fue asesinado en febrero del año 2010 trabajando en Kabul, Afganistán.

En el grupo del seminario, además de los tres panameños, habían dos mexicanos, dos kenianos, dos brasileños, dos italianos, dos nicaragüenses y unos cuantos parisinos. A todos los extranjeros, casi de inmediato, les perdí la pista en un mundo que no era, en ese entonces, tan conectado ni tan globalizado. Muchas veces me quedo pensando en qué habrá sido de sus carreras como cineastas. El trabajo de uno de los italianos era artísticamente hermoso cuando presentó su documental, a pesar de que los franceses no lo consideraban dentro del marco del cine directo.

Nos armaron a cada equipo con una pequeña cámara de Video 8, una editora de mesa del mismo formato y de varias días de sesiones teóricas iniciales en el sótano de un edificio en la Cite Universitaire. Después de sortear los obstáculos de la comunicación de cinco idiomas (francés, español, inglés, portugués e italiano), de ensayos sobre el terreno y otros asuntos administrativos, nos convidaron a salir por las calles de la ciudad o sus alrededores en busca de historias reales que pudieran ser contadas y fundamentadas en los parámetros cinematográficos del Cinema Verité. Al cabo de los dos meses del seminario, y como trabajo de fin de curso, teníamos que cumplir con la entrega de un documental acabado para presentar ante el grupo.

Para realzar el trabajo y por varios días los panameños recorrimos la hermosa ciudad de París, durante esa primavera de 1981, en busca de una historia o tema para realizar. Al cabo de un par de semanas invitamos la opinión y ayuda del agregado cultural de la misión panameña en Francia. Nos habló de un colonense que tenía años de vivir en París llamado Willie Bright, afrodescendiente, pintor, músico, poeta, escritor y loco, como él mismo se definió cuando lo conocimos.

Willie, pasado ya su quinta década, nos pareció un personaje muy folclórico. Con sus vivencias de la ciudad de Colón de antes de la década de 1960 cuando emigró y con experiencias de un París recorrido por este aspirante a artista, algunas veces bohemio y otras veces resuelto a enfrentar los vaivenes del mundo europeo y sus complejidades culturales, sociales y políticas. Si nos daba el espacio necesario para meternos en su cotidianidad, podría resultar en un trabajo antropológico/amateur lo suficientemente interesante para los maestros franceses. Y eso sucedió. Puedo decir que nos tomó cariño y nos abrió su vida, o parte de ella, lo que quiso que supiéramos.

Willie resultó un personaje complejo, gracioso y amigable algunos días, ensimismado y cerrado en otros. Estaba marcado por un Colón y un Panamá que había dejado en el tiempo. La década de 1960. El Colón de junio de 1966 que se levantó para protestar el asesinato de Juan Navas y el de 1968, el golpe de Estado y Omar Torrijos. El Omar Torrijos que experimentó y conoció de lejos. Esa era la marca que le había quedado de Panamá, a donde hasta ese momento nunca había retornado.

Nos contó que al salir de Panamá, viajó a España y nos leyó unos versos que escribió sobre ese periodo de su vida: ‘Salí de Panamá hacia la Madre Patria, para descubrir que soy hijo de Puta’. Su tiempo por España en la época del franquismo de los sesenta dejó huellas y contrariedades emocionales que precisó en versos como ese. Vivió en otras ciudades europeas durante ese tiempo de joven bohemio hasta radicarse permanentemente en París.

Pero cada lugar le dejó una marca que Willie llevó en su consciente hasta esos días en que lo frecuentamos. Esa es la intención de lo que hoy llaman la marca país. La impresión que le deja al visitante el paso pasajero por esas tierras, o el sentimiento que florece en una persona cuando escucha mencionar el lugar o los lugareños, en términos generales, pero generalmente permanentes.

Panamá ya tiene fama de lugar de retiro para muchos norteños: Boquete y otras áreas del interior; pero, no se ha podido sacudir la marca de Noriega, como comprobé tan solo hace un mes en un taxi en la ciudad de Nueva York.

Si muy bien es cierto que la España que conoció Willie Bright ya no es; la España de hace 500 años tampoco: flaco favor le hacen algunos empresarios que pretenden sacar provecho deshonesto en nuestros países.

COMUNICADOR SOCIAL.

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