La crónica detrás de la historia que resultó ser la ganadora

PANAMÁ. Era un primero de abril, un día triste para mí. La empresa donde trabajé por más de cuatro años decidió culminar nuestra socieda...

PANAMÁ. Era un primero de abril, un día triste para mí. La empresa donde trabajé por más de cuatro años decidió culminar nuestra sociedad. No había una razón de fondo que justificara esta acción. La carta que recibí en el correo electrónico solo alegaba un cambio en la programación. Estaba deshecha.

Pero las malas noticias no dejaban de fluir. En horas de medio día me llamó Rosita Abad, el motor del Fórum de Periodistas, para notificarme que mi trabajo para el premio de prensa no podía entrar en concurso a menos que trajera una carta con el membrete de la empresa, como lo establecía el reglamento. Unas semanas antes había inscrito mi trabajo periodístico: ‘Santi, una lección de vida’, pero no me percaté de que requería de esa formalidad.

LOS RETOS DE ÚLTIMA HORA

Tuve que mover montañas para lograr la carta tomando en cuenta las deterioradas relaciones que quedaban con la empresa. Después de varias llamadas, logré completar todos los requerimientos que hacían falta tan solo una hora antes de que cerrara el certamen. Por fin, mi trabajo entró en el más prestigioso concurso de prensa de Panamá.

Estaba muy emocionada. Era la historia de un joven de 18 años que al querer ganarse unos reales para comprarse unas zapatillas aprovechó el trabajito que le ofreció un amigo del pueblo para salir a pescar. Santi, como le dicen a Adrián Vásquez, el joven mulato, aprovechó la ocasión y se montó en el bote de 18 pies que manejaba Elvis y que acompañaba Fernando, otro compañero más joven que Santi. Así zarparon los tres en busca del sustento.

FRUSTRADO REGRESO A CASA

Cuando era el momento de volver a tierra, el motor de la lancha falló, la corriente los arrastró a alta mar sin dejar huella. Parecía que la embarcación se la había tragado el mar. Nadie supo más de los tres pescadores que salieron por la madrugada de Río Hato.

En ese entonces tenía mi programa de radio La Hora 9. La historia me llamó la atención, me atrapó. Siempre me he preguntado cómo sería quedar a la deriva y sobrevivir. Estuve al pendiente de la búsqueda que hicieron por mar y desde el cielo.

Los muchachos se perdieron por un mes. Un buen día me enteré por las autoridades de que Santi había sido rescatado cerca de las costas de Ecuador y que vendría a Panamá. Había tenido encuentros telefónicos con su madre Nilsa cuando su hijo estaba perdido, la angustia con la que pedía a Dios que su hijo estuviera vivo era la de esperarse en una madre.

Un bolichero visualizó a Santi cerca de Ecuador y lo trajo a tierra después de un mes en alta mar.

Pensé que se trataba de una crónica interesante. Contacté a su madre y le pedí permiso para poder entrevistar a Santi.

Antes de la cita llamé al psiquiatra Alejandro Pérez, que trabaja en el Instituto de Medicina Legal, con el fin de que me asesorara en qué cosas no debía hacer como periodista en la entrevista que estaba por venir.

VIVENCIAS DE UN NÁUFRAGO

El doctor Pérez siempre atiende mis llamadas muy gentilmente, y me recomendó que ayudara a Santi a hablar de su vivencia. Me aconsejó que entre más hablara le sería más rápida su recuperación, y algo importante, si era posible que el muchacho se metiera al mar lo antes posible para evitar que esa experiencia se tornara en una aberración y no quisiera bañarse más en la playa.

Seguí sus consejos y partí rumbo a Río Hato. Era la única entrevista que había concedido la madre del joven mulato.

La entrevista fue muy difícil. Santi poco hablaba, acababa de llegar hacía dos días del Ecuador donde fue rescatado, por lo que debía tener muy presentes mis principios éticos, era primordial no forzar la entrevista ante tanto dolor y trágicos recuerdos.

Llegué a su casa, una humilde estructura pequeña donde viven sus siete hermanos, sobrinos, sus padres, cuñados, todos. Encontré a Santi con el cabello desteñido como si se lo hubiera pintado de naranja. El sol había dejado su huella.

EL DESEO DE AFERRARSE A LA VIDA

Estaba huesudo, había dejado 20 libras en el mar, y su vista en un punto perdido en el horizonte. Sacarle las palabras era prácticamente un milagro. Hablaba poco, recordaba callado y las respuestas eran monosílabos.

Con paciencia me senté a su lado. Empezamos a conversar, pero el diálogo se interrumpía con frecuencia, tuve que poner pausa varias veces en la grabadora para evitar los silencios prolongados entre cada frase que describía aquellos episodios.

Me contó que a los quince días de estar perdidos, uno de sus compañeros, el más joven, falleció de hambre y sed. Tenía días sin comer por la depresión que sintió al verse perdido en la inmensidad del océano sin esperanza de ser rescatados. Comía casi nada, no bebía agua y murió.

Describió que su cuerpo permaneció en la lancha por cuatro días antes de tomar la decisión de arrojarlo al mar.

Al poco tiempo el mayor de sus compañeros, quien los invitó a la faena, también falleció, murió de sed, me dijo Santi. También fue arrojado al mar, un espejo en el que Santi temía reflejarse.

Se le aguaban los ojos, su garganta palpitaba, su mente quedaba atrapada en los recuerdos. Más de cuatro horas duró la entrevista. No era fácil pedirle a una persona que volviera a vivir semejante drama.

REENCUENTRO CON EL MAR

Así pasaban las horas acompañadas de pausas largas, respiraciones profundas fueron necesarias para no mortificarlo. En esas historias donde la vida es lo que predomina, una entrevista periodística no puede ponderarse ante semejante épica. Era un trago muy amargo.

No olvidaba la recomendación del doctor Pérez, llevarlo al mar para fustigar el miedo. Le sugerí la idea a sus padres y a Santi. Aceptaron. Eran ya las cuatro de la tarde, montamos en mi carro y manejé a la playa donde había partido aquel bote que quedó perdido en el mar.

Santi se bajó del auto. Enseguida me señaló el punto exacto donde zarparon. En el sitio habían otras embarcaciones similares que se dedicaban a la pesca. Me mostró la tina donde se metía en las noches cuando el miedo se apoderaba de él. Se trataba del cajón pequeño donde se guarda la red y los instrumentos de pesca. Volteó la mirada y apuntó con el dedo, a lo lejos, el sitio donde el motor se averió. No parecía muy lejos de la costa, los edificios se veían cerca, y con su cara me describió la angustia que sentían al verse perdidos en la inmensidad del océano.

Lo invité a entrar en el mar, aceptó. Nos arremangamos los jeans, Santi se veía tranquilo, por eso me atreví a llevarlo a semejante aventura, era un reto enfrentar al mar que se lo había tragado por 29 días, y que casi le quita la vida. Nos paramos en la orilla, las olas mojaban nuestros pies, nos encontrábamos uno a un lado del otro. Santi miraba el profundo horizonte, era evidente que los recuerdos pasaban por su cabeza.

RECOMPENSA AL TRABAJO

Solo fueron minutos, tiempo suficiente para salir de aquel monstruo que ahora aparecía más tranquilo.

Fue un reportaje complicado, lleno de datos, de detalles, de investigación, de aprender y entender lo más humano del hombre, sobre su fortaleza, y las ganas de vivir.

Sentí que el trabajo podía concursar en el gran premio de periodismo nacional que cada periodista sueña tener.

El día de la premiación también sentí miedo. Ansiedad, temor a perder, pero también mantenía la fe y la esperanza de que ganar era una posibilidad.

Las ansias me acababan, pero finalmente llegó el momento de la categoría de radio. Mis gritos de alegría y emoción interfirieron con la voz de la maestra de ceremonia que anunciaba el reportaje ganador al mejor trabajo periodístico en radio: ‘Santi, una lección de vida’.

Quería llorar de la alegría, temblaba de la emoción, un premio muy significativo para una periodista que había sido herida. Un reconocimiento que agradecí a Dios con el alma. Proporciones guardadas, al igual que Santi, pude sortear los sinsabores que a veces un periodista debe atravesar para triunfar y hacerse más fuerte.

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