La ANAM descuida área protegida

PANAMÁ. El Refugio de Vida Silvestre de Playa La Barqueta — punto del conflicto de esta polémica territorial— no tiene nada que envidiar...

PANAMÁ. El Refugio de Vida Silvestre de Playa La Barqueta — punto del conflicto de esta polémica territorial— no tiene nada que envidiarle a ningún ecosistema del mundo.

Bordeado por las aguas del Océano Pacífico, ocupa una extensión territorial de 6,716 hectáreas e inicia aproximadamente a 2 kilómetros, después de la calle de asfalto ubicada frente al hotel Las Olas, y se extiende hasta la Isla de San Pedro en Boca de Hacha.

El lugar fue creado con la finalidad de conservar zonas de anidación de tortugas marinas y aves migratorias; áreas de manglar por su importancia ecológica y económica. Producto de su alta biodiversidad, el sitio es ideal para estimular actividades educativas y científicas; promover el ecoturismo y armonizar el régimen de propiedad con los objetivos de conservación.

Los reportes de la ANAM detallan que el lugar sirve de nicho ecológico de unas 59 especies de aves, 39 variedades de mamíferos, 29 reptiles y 9 anfibios.

También existen especies de flora comprendidas en cuatro grandes ecosistemas (sabanas, playa, esteros – lagunas y manglar), donde destacan la especies de mangle salado, piñuelo, colorado, blanco y negro.

Por su particular riqueza ecológica, los ambientalistas no conciben la idea de que este lugar se convierta en su totalidad en un proyecto residencial campestre. Son conscientes de que por ahora encontrar respuestas se ha convertido en un laberinto, del que saben no será nada fácil encontrar la salida.

Para ellos, al menos por ahora, la luz al final de camino, la han encontrado en los medios de comunicación.

Y así con la finalidad de conocer más cerca el tormento de los lugareños ya mbientalistas, ante la posibilidad de perder poco a poco esta importante bastión ecológico, La Estrella se trasladó hasta el refugio de vida silvestre de playa La Barqueta.

Al intentar entrar al lugar, a pocos metros del Hotel Las Olas, junto a un grupo de ambientalistas, nos encontramos con el guardaparques de la ANAM, Isaías Montilla.

El funcionario se encontraba en la entrada de un lote ocupado por ganado, rodeado por una cerca eléctrica, que según los lugareños es propiedad de Juan Gabriel Araúz. Allí Montilla informó que para entrar al parque había que pagar dos dólares.

Luego de haber cancelado el dinero, a la entrada de la reserva natural, dispersos sobre el terreno arenoso saltan a la vista una multiplicidad de exóticos árboles de icacos, los cuales por su particular fisonomía (estos árboles frutales y ornamentales son bajos y redondeados), adornan el área de una manera muy particular. Al mismo tiempo, aves de múltiples colores danzan por el cielo azul que pareciera se une con las impetuosas aguas del mar Pacífico. Una escena digna de admirar por horas y horas. Pero la paz y armonía que se respiraba en el ambiente fue interrumpida. En un instante el paisaje cambió radicalmente.

Pocos pasos más adelante, la imagen de un rancho de madera abandonado nos sorprendió. Ese lugar alguna vez perteneció a la Autoridad Nacional del Ambiente (ANAM) y a la organización Natura.

Ahora todo estaba en ruinas. Pedazos de madera desgastados, carcomidos por el comejen, la fuerza de las lluvias y el viento; agua emposada por doquier, daban fe era todo lo que quedaba de aquella estructura.

Según el presidente del Comité Ambiental de Alanje, Constantino Aparicio, este sitio fue abandonado por las autoridades de la ANAM hace un par de años atrás, y era utilizado por expertos para dar seguimiento a varios proyectos ambientales, entre ellos, el de anidamiento de tortugas, que más adelante también ubicamos más adelante en no muy óptimas condiciones.

Una cerca, y en su interior un terreno con pancartas pequeñas donde están inscritas diversas fechas (señalización que se utiliza para saber cuándo nacerán las tortugas), eran indicativo de que allí anualmente se respira vida.

Aunque no habían allí huevos de tortugas, si vimos un enorme sapo que reposaba en la fresca arena

UN HALLAZGO IRÓNICO

Pero lo peor que pudimos haber encontrado no fue eso. Más adelante, a la orilla de la carretera costanera vimos como un grupo de gallinazos se daba un gran festín.

Motivados por la curiosidad periodística al acercarnos descubrimos que la presa, de estas aves carroñeras, era una tortuga muerta. Según los ambientalistas, era una tortuga lora.

La escena era dantesca, el animal ensangretado estaba custodiado por moscas, mientras los gallinazos con sus picos curvos y fuertes, desgarraban con ansias su blanda carne.

Al adentrarnos más a la playa, y con el ruido del viento y las olas retumbando cada vez con mayor fuerza en nuestros oídos, una bandada de pajaritos conocidos como ‘tun tun’ y cangrejos se paseaban entre frondosos troncos de árboles, bolsas de plásticos, latas de soda, botellas de agua y cerveza; basura que es arrastrada por las corrientes marinas a la playa.

En medio de la suciedad dispersa por toda la costa, nos encontramos con otra tortuga muerta, pero de mayor tamaño que la anterior. Allí, tendida sobre la caliente arena estaba el cadáver inerte de esta especie acuática, envuelto en maleza y en avanzado grado de descomposición

Los ambientalistas que nos acompañaban aseguran que las olas levantan a estos animales y al caer a la playa son arrastadas con toda la basura que expulsa el mar.

Según cuentan, estas trágicas escenas se ven con más frecuencia, ante la impotencia de los grupos ambientalistas y lugareños del área, mientras que aseguran, ‘las autoridades brillan por su ausencia’.

‘La politizada entidad de la ANAM no fiscaliza, ni hace giras de limpieza...se han olvidado de La Barqueta y que esta es un área protegida’, denunció Aparicio.

No obstante y a pesar de la vorágine que se cierne ante sus ojos, los alanjeños mantienen una esperanza: la justicia tarda pero llega.

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