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- 04/12/2023 00:00
Los sistemas agroalimentarios actuales provocan enormes costos ocultos para la salud, el medio ambiente y la sociedad, que equivalen, al menos, a $10 billones anuales. Esto supone casi un 10 % del producto interno bruto (PIB) mundial, según el análisis 'El estado mundial de la agricultura y la alimentación' de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
De acuerdo con el análisis, que comprende 154 países, la mayor parte de los costos ocultos —más del 70 % — viene por dietas poco saludables con alto contenido de alimentos ultraprocesados, grasas y azúcares, que son causa de obesidad y enfermedades no transmisibles y provocan pérdidas de productividad de la mano de obra. Estas pérdidas son especialmente elevadas en países de ingresos altos y de ingresos medianos altos.
En el mundo hay más de 1900 millones de adultos –de 18 o más años– con sobrepeso, de los cuales, más de 650 millones eran obesos, de acuerdo con la data de la Organización Mundial de la Salud.
“Los países de ingresos bajos son, en proporción, los más afectados por los costos ocultos de los sistemas agroalimentarios, que representan más de una cuarta parte de su PIB, frente a un porcentaje inferior al 12 % en países de ingresos medianos y menos del 8 % en países de ingresos altos. En los países de ingresos bajos, los costos ocultos más significativos están relacionados con la pobreza y la subalimentación”, detalla el informe que la FAO considera pionero.
De acuerdo con la FAO, la contabilidad de costos reales (CCR) permite estimar los costos ocultos, generados por las ineficacias del mercado, las instituciones y las políticas. Proporciona ,además, a los encargados de adoptar decisiones los datos objetivos necesarios para corregir dichas ineficacias y transformar los sistemas agroalimentarios a mejor.
Los beneficios ocultos se reflejan como costos ocultos negativos. Sin embargo, debido a que los alimentos poseen un valor intangible —por ejemplo, en términos de identidad cultural— algunos beneficios no se pueden monetizar, por lo que se excluyen del análisis, sostiene el informe. “Algunos costos ocultos también se han omitido debido a deficiencias de datos, por ejemplo, los costos asociados al retraso del crecimiento infantil, la exposición a plaguicidas, la degradación de la tierra, la resistencia a los antimicrobianos y las enfermedades derivadas del consumo de alimentos nocivos”.
Por otro lado, los costos ocultos ambientales, aunque no se calcularon de manera exhaustiva, aclara la FAO, constituyen más del 20% de los costos ocultos cuantificados y equivalen a casi un tercio del valor añadido agrícola. Están asociados principalmente a las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y nitrógeno, y resultan pertinentes para todos los grupos de países por nivel de ingresos, puntualiza el organismo.
Los sistemas agroalimentarios se ven influenciados por las decisiones en materia de políticas y las decisiones de las empresas y los consumidores. Asimismo, sus actividades dependen de diversos tipos de capital: natural, humano, social y producido. “Por ejemplo, el capital natural aporta crecimiento de la biomasa y agua dulce a los sistemas agroalimentarios. A su vez, los sistemas agroalimentarios pueden afectar negativamente al capital natural generando emisiones de GEI y contaminación”.
La integración de todos los costos y beneficios ocultos en los procesos de adopción de decisiones no es una tarea sencilla, remarca la FAO, por lo que los encargados de adoptar decisiones se enfrentan a objetivos que entran en conflicto, y abordar los costos ocultos de los sistemas agroalimentarios puede requerir la aplicación de cambios importantes en las prácticas actuales de producción y consumo. “Esto puede encontrarse con la resistencia de gobiernos, empresas, productores y consumidores, que pueden preferir el mantenimiento de las condiciones actuales por miedo a afrontar costos de transición elevados o cambios en sus costumbres, cultura o tradiciones”.
Otra razón para resistirse al cambio es el hecho de que puedan surgir compensaciones de factores. Por ejemplo, detalla la FAO, el uso de productos agroquímicos para incrementar la productividad puede reducir la pobreza, pero también provocar, con el tiempo, la degradación del medio ambiente. “Esto hace más difícil la adopción de decisiones sobre políticas. También existe una disparidad importante entre quienes reciben los beneficios de los sistemas agroalimentarios a nivel mundial y quienes pagan los costos, es decir, las repercusiones distributivas de la transición a nuevas pautas de producción y consumo”.
La resistencia al cambio, añade el organismo, también se puede deber a una escasez de datos e información suficientes sobre, por ejemplo, los costos del cambio político. Esto plantea la cuestión de estimar los costos de manera que resulte práctico hacerlo. Se debería otorgar prioridad a la inversión de recursos para lograr revelar información relevante, recomienda.
La FAO, a través del informe, aboga por que los gobiernos y el sector privado lleven a cabo un análisis más periódico y detallado de los costos ocultos o reales de los sistemas agroalimentarios mediante la contabilidad de costos reales, seguido de la adopción de medidas para mitigar estos daños.
La FAO indicó que, por primera vez, dedicará dos ediciones consecutivas para abordar sobre este mismo tema. Al hacer esto, la FAO brindará información pertinente para orientar hacia la sostenibilidad los procesos de adopción de decisiones en los sistemas agroalimentarios.
En el informe del 2024 se hará hincapié en cómo se pueden adaptar las evaluaciones específicas sobre la base de las prioridades de los encargados de formular políticas en contextos específicos. “El objetivo consistirá en mostrar la flexibilidad de la CCR en su aplicación según diferentes alcances, desde un sistema agroalimentario completo hasta un único producto. Como continuación del trabajo iniciado en el presente informe, se incorporarán análisis de hipótesis y políticas a la CCR, en los que se examinará una serie de futuros plausibles, en particular los resultados y la eficacia de diversas opciones de políticas o de gestión a fin de orientar la transformación de los sistemas agroalimentarios para mejorarlos”, concluye el organismo.