El futuro pasa por la unidad

Por unas horas el miércoles, Atenas volvió a ser el centro del mundo más de dos milenios después, mientras sus legisladores votaban la a...

Por unas horas el miércoles, Atenas volvió a ser el centro del mundo más de dos milenios después, mientras sus legisladores votaban la aprobación de un plan de austeridad para su devastada economía. Durante los días anteriores, el primer ministro chino Wen Jiabao se paseó por Europa ofreciendo las bondades de su economía a quien quisiera aceptarlas. Un día antes de comenzar la visita, el abogado de derechos civiles Xu Zhiyong fue arrestado en Beijing. En Holanda, hace 10 días, el político holandés Geert Wilders fue absuelto de cargos de ‘incitar el odio y la discriminación contra los musulmanes’, y hace sólo cinco, se aprobó una ley que prohibe el sacrificio ritual de animales para producir carne kosher (judía) y halal (musulmana). Mientras, las distintas capitales europeas preparan la salida de sus tropas de Afganistán, luego de que Obama anunciara el inicio del fin de esa guerra.

Todos y cada uno de los eventos mencionados ameritan largos y profundos análisis. Vistos en conjunto, sin embargo, dicen mucho. Más allá de las consecuencias para la economía local y europea (Grecia representa sólo el 2.5% del PBI de la eurozona), la crisis griega es trascendental porque lo que está a prueba es la capacidad de los líderes europeos, la manera como se gobernará la Europa del siglo XXI. Por otro lado, la retirada de tropas de Afganistán, a pesar de su inmensa popularidad, marca el final de la guerra que definió a la OTAN por 10 años. A falta de un concepto estratégico coherente o una amenaza común, la alianza militar vuelve a quedar sin rumbo, y si la operación en Libia sirve de guía para adivinar su futuro la cosa no pinta bien.

LA DECADENCIA OCCIDENTAL

Política y económicamente confundida, Europa parece haber olvidado hasta los valores de los que tanto se ha jactado. China, por primera vez, no tuvo que lidiar con el tema de derechos humanos, democracia y demás temáticas que tanto habían importado en visitas anteriores a Europa. En Holanda, el juez halló que los comentarios de Wilders—como ‘el Islam es una ideología fascista’, ‘Mahoma fue un pedófilo’ o ‘Islam y democracia son incompatibles’—eran ‘aceptables’ en el contexto del debate público. Y con la prohibición del kosher y el halal, Holanda, la primera sociedad del mundo moderno en establecer la libertad religiosa, le da un duro golpe a sus comunidades judía y musulmana.

Pocos parecen dudar de que, en el mundo, un cambio profundo está ocurriendo. Para muchos, Occidente está en decadencia. En su recién publicado libro Civilization, el historiador británico Niall Ferguson asegura que el ascenso de Occidente hace 500 años se debió a su monopolio sobre seis cosas que nadie más tenía: competición, ciencia, democracia, medicina, consumerismo y la ética de trabajo. El fin de ese monopolio, advierte, será el fin de la dominación occidental del mundo. De una manera similar, el analista político Fareed Zakaria llamó a este fenómeno ‘el ascenso de los demás’. Pero si bien estas teorías explican la decadencia de Occidente, no profundizan en la más acelerada y evidente decadencia europea.

IDEAS VIEJAS, TIEMPOS NUEVOS

Para el académico español José Ignacio Torreblanca, el origen de la actual crisis europea está en la convergencia de cuatro fuerzas: el aumento de la xenofobia, la crisis del euro, el déficit en política exterior y la falta de liderazgo. Todas, añadió, bajo un común denominador: la ausencia de una visión a largo plazo. Complementando este análisis, el británico David Marquand añadió que detrás de todo esto yace un fracaso aún más profundo de entendimiento e imaginación. ‘Los líderes y pueblos europeos aún viven en un mundo que ya pasó: un mundo estructurado por el mito de un Occidente libre, democrático y progresivo enfrentando a un Oriente servil, déspota y retrógrado’.

Éste mito, además, es viejísimo, comenzando con las guerras entre griegos y persas, siendo heredado por los romanos y llevado a los extremos con las Cruzadas, la expansión del imperio otomano y la era de la colonización. Para Marquand, las consecuencias son claras: ‘Europa no pesa en el escenario mundial porque no quiere. Porque aún imagina que, si las cosas se ponen feas, EEUU, el adalid de Occidente vendrá a rescatarlos como ya hizo en dos guerras mundiales calientes y una fría’. Ésta carga ideológica, opina el analista anónimo Chan Akya, hace que Europa sea hoy ‘un lugar donde se toman decisiones basadas en emociones y no en principios económicos’, y que la transición de ‘economía importante a atracción turística abandonada pronto será completada’.

LAS CLAVES GEOPOLÍTICAS

M ás allá de las concepciones europeas del mundo, la geopolítica tiene mucho que decir al respecto. Europa es esclava de una geografía que permite el desarrollo de múltiples zonas de riqueza pero también impide la unidad política. Desde éste punto de vista, el tema principal es el fracaso del proyecto de integración política (la idea de Europa) iniciado al término de la Segunda Guerra Mundial. La reforma institucional y la integración económica eclipsaron la necesidad fundamental de crear un sentido de destino compartido de Portugal a Europa del Este.

Muchos analistas comparan la situación europea actual con la de EEUU entre el final de la guerra de independencia en 1783 y la ratificación de la constitución en 1788. Durante esos cinco años, EEUU no era un país propiamente dicho: no había un órgano ejecutivo, ejército o política exterior comunes. Por el contrario, cada Estado tenía su propio ejército, y sus políticas exteriores y de comercio eran independientes. Una serie de eventos hizo que los Estados, finalmente, cedieran sus derechos para formar un gobierno federal común.

El caso americano es ilustrativo, pero ¿podría suceder en Europa? La respuesta más probable es no. Para Marko Papic, analista de la agencia STRATFOR, mientras que los Estados en Norteamérica compartían geografía, idioma, cultura y una amenaza común, ninguna de éstas condiciones se cumple en la Europa actual. Las instituciones que la unen—la UE, la OTAN, etc.—no crecieron orgánicamente sino que fueron creadas por necesidades del momento (evitar otra guerra o la amenaza comunista). El caso griego y otros acontecimientos han vuelto a encender el debate, pero el mismo no es nuevo: debido a su geografía, Europa sufre de sobrepoblación de naciones, no de personas, y cada 100 años más o menos se enfrenta al dilema de su identidad y su futuro.

EL FUTURO

Empujada por condiciones geopolíticas o por ideas erradas, Europa está en caída libre. ¿Y ahora qué? Para algunos, Europa debería, al menos en materia de política exterior, acercarse gradualmente a Moscú. Rusia es el único país de la región con la capacidad de tomar decisiones y proyectar poder. Además, la combinación de tecnología europea y recursos naturales rusos es el principal miedo estratégico de Estados Unidos como potencia mundial. Otros, como el profesor Iain Begg del London School of Economics, opinan que la crisis griega va a ser un punto de inflexión en el continente, que va a desarrollar nuevos y mejores mecanismos de gobierno y profundizará su integración. Begg incluso llega al punto de decir que EEUU, dentro de poco, se verá obligado a tomar las mismas decisiones económicas en su propio patio.

Para Papic, por el contrario, Europa camina rumbo de la regionalización. Su análisis concluye que los intereses—sobre todo en materia de seguridad, la piedra angular de un estado—son demasiado divergentes como para que cualquier unión política pueda sobrevivir. El analista de STRATFOR ve una Europa dividida en cinco bloques mutuamente no excluyentes: la esfera alemana, el bloque nórdico, el bloque de Visegrado (naciones de Europa del Este), el bloque mediterráneo y los comodines de Francia y el Reino Unido.

La regionalización de Europa, sin embargo, no es inevitable. Papic concluye que todo dependerá, en última instancia, de las decisiones que se tomen en Berlín. Alemania es un país ‘que aún espera a tener un debate interno sobre su rol y su futuro, y especialmente sobre el precio que está dispuesto a pagar por la hegemonía regional y el mantener su relevancia en el mundo’.

A un nivel más profundo, no obstante, las decisiones políticas se quedan cortas. Es difícil de creer que decisiones en Berlín, por más agresivas que sean, puedan crear una unidad política que se ha resistido desde los tiempos de los romanos. Para Torreblanca, la clave estará en el nivel de determinación que los pro-europeos—políticos y civiles—muestren en la lucha contra los euro-escépticos. Para Marquand, el asunto es aún más profundo, aunque ‘brutalmente simple’. ‘¿Estamos dispustos a dejar que nuestros hijos y nietos vivan en un mundo gobernado por EEUU, India, China o incluso Brasil? Si no, ¿estamos dispuestos a hacer los cambios políticos y económicos necesarios para crear un pueblo europeo capaz de sostener una federación europea con la fuerza e influencia necesaria para actuar en un mundo multipolar?’. Las ideas dicen que sí. La historia, marcada por la geografía, dice que no. En todo caso, el tiempo dirá.

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