Colorido panameño gana en Buenos Aires

ARGENTINA. Dicen que a veces uno tiene que alejarse de lo que es y del lugar en el que vive para entender de dónde viene, quién es o la ...

ARGENTINA. Dicen que a veces uno tiene que alejarse de lo que es y del lugar en el que vive para entender de dónde viene, quién es o la importancia de sus raíces. Dicen que de esa forma se extraña menos, que es una forma de reconocerse y de diferenciarse con lo propio. También se dice que uno nunca es profeta en su propia tierra.

Hace siete años, Jovana De Obaldía decidió mudarse a Buenos Aires, Argentina. Recién se había recibido de diseñadora gráfica y decidió hacer un máster en publicidad fuera de su país. En ese momento ya pintaba, aunque era más bien un hobby, algo que hacía para ella misma.

Pero en Buenos Aires ocurrieron dos cosas que le cambiaron su perspectiva. La primera fue conocer al pintor Germán Gárgano y comenzar a tomar clases en su taller. La segunda, que empezó a despertarse en ella algo que sentía propio y que sólo ella podía darle a los demás.

‘Con Gárgano me di cuenta de que todo radica en Panamá y en mis orígenes, que es de donde yo vengo’, cuenta Obaldía desde Buenos Aires. ‘De más chica, yo no valoraba el folclor panameño, no valoraba la pollera, la mola, los diablicos sucios, las historias’.

Fue en ese momento, lejos de su casa, cuando comenzó a investigar y a buscar referencias visuales y escritas sobre Panamá. En esa búsqueda, se reencontró con las máscaras de los diablicos sucios que veía en la casa de su madre y con los bailes que encontraba de chica en las festividades del Corpus Christi y que se hacían en las calles del interior de su país. Descubrió el papel maché, los colores vivos y desteñidos, las mantas sucias con carbón y sudor.

‘Para mí los diablicos sucios no son feos ni demoníacos como muchos piensan; para mí son algo buena onda’, asegura Obaldía. Fue entonces que comenzó a llevarlos a su pintura, con su impronta y su estilo pictórico. Primero los hizo en telas y después llegaron las paredes, hace unos dos años.

Hoy Obaldía ya desparramó un poco de Panamá por distintos barrios de la Ciudad de Buenos Aires. Sus pinturas están en Boedo, Villa Urquiza, Belgrano, Villa Pueyrredón, Palermo, e incluso en otras ciudades como La Plata, Ensenada y San Pedro, las tres de la provincia de Buenos Aires. ‘Estoy maravillada con lo magnánime de las paredes’, dice con una sonrisa.

CULTURA SEMEJANTE

Entre muros fue también que Obaldía descubrió que lo folclórico y pictórico se asemeja mucho en toda Latinoamérica. Se hacen máscaras similares a las que ella pinta en México, Venezuela, Ecuador, Bolivia, e incluso en el norte argentino.

‘Todos tienen diablos y dragones como figuras icónicas. Es algo que une a casi toda América Latina’, afirma mientras recuerda que sus propios orígenes son latinoaméricanos: los padres de su madre se conocieron en Panamá, pero su abuelo es ecuatoriano y su abuela nicaragüense.

‘Quizás por eso los diablicos causaron sensación en Argentina’, piensa Obaldía en voz alta. Y no se refiere sólo a las paredes. Hace poco más de un mes uno de sus cuadros con diablicos recibió el segundo premio en el concurso de pintura del Centro de Ex Combatientes Islas Malvinas, en la ciudad de La Plata, en la provincia de Buenos Aires.

Y, dejando los diablicos de lado, ese no fue el primer concurso que Obaldía ganó en Argentina. Ya había recibido en Quequén, también en la provincia de Buenos Aires, un primer premio con un cuadro ‘bien argentino’ que pintó durante el mundial de fútbol pasado. El cuadro se llama ‘Argentina 2 - Grecia 0’ y detrás tiene la historia de su impresión sobre lo que significa el fútbol para los argentinos. ‘Es sorprendente como el mundial paraliza este país’, dice.

Actualmente, Obaldía se divide entre Panamá y Argentina. En Panamá es parte de una exposición colectiva que estará hasta la primera semana de enero en la Casa Huellas (Calle 1ra, El Carmen, Panamá). En Argentina, está trabajando en su taller del barrio de Palermo en una nueva serie de momentos íntimos mientras gestiona varias paredes para pintar.

Ella lo explica así: ‘Yo creo que tengo mi corazón dividido entre Argentina y Panamá, y entre la tela y la pared. Panamá es donde está mi familia y Argentina la que me abrió las puertas del arte. La tela es para mis momentos íntimos y la pared es el lugar para mis demonios y dragones, que necesitan más tamaño’.

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