La línea invisible, el recorrido de una vida
- 12/10/2025 00:00
A través de su obra, Alicia Viteri nos cuenta sobre ese camino de vida guiado por el arte y acompañado por el amor de su vida, Stephan Proaño. La exposición en la galería de l Banco Nacional de Panamá nos lleva por más de 50 años de quehacer artístico
Alicia Viteri nació en Pastos, Colombia, pero cuando alcanzaba su segunda década de vida ya estaba en Panamá. Llegó, dice, con una maleta con pinceles y la ropa que tenía puesta. Llegó con su compañero de vida, Stephan Proaño, quien al igual que ella adoptó Panamá como su tierra.
“El sueño de ver el trópico, el sueño de estar cerca del mar porque soy de la cordillera de los Andes, me pareció lindísimo tener contacto con el mar y me enamoré ciegamente de Panamá. Y además vine con el amor de mi vida. Eso fue doble enamoramiento”, reconoce.
De esto hace ya unos cincuenta años, un recorrido cargado de satisfacciones, pero también de retos. De alegrías y algunas tristezas y de mucho arte. Arte que es posible revisitar en la galería del Banco Nacional, hasta el 14 de noviembre en una exposición denominada ‘La línea invisible’, haciendo alusión a esa travesía de vida que transcurre a través de hechos, situaciones e incluso eventualidades, encadenada por un trazo que a simple vista no se distingue. Esta exposición es un homenaje que la artista hace a Proaño, su compañero de más de 50 años “porque ha sido un compañero impresionantemente maravilloso, un apoyo único, él se fue, él se llevó la otra mitad de mí. Yo me quedé con la mitad de él, así es que, por eso estoy haciendo esta exposición para hacerle un homenaje y en agradecimiento a toda su convivencia conmigo, que fue maravillosa y única y especial”.
Viteri, graduada de la escuela de Bellas Artes de la Universidad de los Andes en Bogotá, llegó a Panamá a dictar clases de grabado en la Universidad de Panamá. Realizó su primera exhibición en Panarte, una muestra inspirada en insectos. “Primero fui un bicho torpe, ingenuo y sensible y en un proceso de placer y dolor aprendí a mirar más allá sin fronteras”, dice sobre sus primeros trabajos. “El bicho realmente es un autorretrato íntimo interior. Yo comencé a pintar el día que descubrí que yo me podía pintar primero yo, primero tenía que conocerme para poder conocer el mundo que me rodeaba”, detalla.
Cuando la artista sintió que había contado su mundo interior a través de un personaje que no era ella, pero que lo representaba muy bien, inició el proceso de transformación hacia la figura humana. “Hice los dibujos de las manos. Puedes ver que las falanges de los dedos de las manos son largas como las de los bichos. El bicho se va transformando en gente. Es una mujer, el bicho no es un hombre, es una mujer. Soy yo”, afirma.
Con más autoconocimiento y seguridad, Viteri dejó de mirarse solo a sí misma y empezó a mirar a los demás. Para ello caminó por los barrios populares, por el mercado.
“Comencé una serie que se llamó ‘Retratos de la vida cotidiana’ donde aparece un señor un burócrata en la puerta de una oficina con las manos en los bolsillos mirando de frente, aparece una tienda, con los chinos sentados en sus poltronas tratando de poner las cuentas en orden... porque eso sí pues no he visto una tienda de chinos sino a un chino en la caja. Eso me llamaba mucho la atención a mí, porque eso no lo había visto en Colombia”, relata. También dibujó entierros, reuniones de gente, todo en plumilla “porque en esa época, comencé el taller de gráfica del Museo de Arte Contemporáneo”, recuerda.
La artista fundó el taller de grabado en Panarte apoyada por una serie de artistas locales. Guillermo Trujillo, Coqui Calderón, Julio Záchirsson, Manuel Chong Neto, Tabo Toral. Viteri supo que se había donado un tórculo, pero nadie lo utilizaba. “Entrevisté a varias personas para que fueran mi asistente, y ahí apareció Julián Velásquez que se capacitó como impresor. Uno de los trabajos más destacados de ese taller fue el proyecto Once grabados.
Le siguen a esta etapa, Espacios pictóricos, Carnavales y funerales, Tiempo gris. Obras cargadas de personajes que retratan la sociedad y sus complejidades.
En espacios pictóricos, un mural presenta en primer plano, un funeral de gente encopetada y al fondo, el populacho en los carnavales.
“Siempre pensé que la vida y la muerte caminan juntas. Entonces me pareció que llegaba el momento de concluir estas dos series que llevaba trabajando desde los retratos de la vida cotidiana hacia adelante. Empecé a darme cuenta de que podía hacer algo más, que no simplemente era un cuadro, tal vez por la obra que había visto de artistas maravillosos como como [Jesús Rafael] Soto, un Penetrable de Soto que lo vi cuando era muy ‘pelá’ y me encantó. Yo quería hacer un Penetrable pero de otra forma que era con luces de colores pintaba el mural. Por eso lo hice con espacios grandes, en blanco y negro, y lo iluminé con plateado. ¿Por qué el plateado? Para que reflejara brillos de las joyas de las personas que llevaban. Desde ahí ya estaba haciendo el Príncipe Próspero. Eso lo digo ahora porque ahora lo veo”, medita.
Esa fue la primera instalación en presentarse en Panamá. “La gente se reflejaba, había un sonido ambiental que circulaba, un sonido que grabé en las calles, en las reuniones sociales y los fundimos en un solo sonido humano que era abstracto. La gente que iba sola a ver el Espacios Pictóricos se sentía acompañada. Y además se reflejaba con los reflectores de colores, se reflejaba su sombra en el cuadro, en los espacios en blanco”, rememora.
A esto le siguió Tiempo gris, “una etapa más tranquila, pero obviamente muy influenciada por lo que venía haciendo”. Viteri fue sorprendida por una invitación del Salón de Artistas Colombianos. “Si a algo le tengo miedo, es a los concursos y a las subastas. Eso me aterroriza. Pero como me habían asignado la junta de del Salón Nacional de Artistas Colombianos por territorios, entonces yo tenía que representar a los pastusos”.
Alicia envió dos cuadros enormes de Tiempo gris y recibió el primer premio. “Yo fui la más sorprendida, nunca lo esperé”, admite.
Corría la década de 1980. El general Noriega se hace con el poder después del fallecimiento de Omar Torrijos. “En ese entonces había leído ‘El otoño del patriarca’. Alimentada por la literatura latinoamericana y con estas ansias de protestar de alguna manera frente a lo que estaba pasando en Panamá, apareció el Príncipe Próspero, que es de raza caribeña, rubio y por supuesto no es ningún príncipe. Es un príncipe imaginario. Yo me denominé desde ese instante la pintora de la corte del Príncipe Próspero”, cuenta.
En la galería Arteconsult se presentó la exposición ‘El Príncipe Próspero y sus invitados’. “Se retrató a todas las personas que más o menos conocía. La galerista, la curadora. Y después de eso ya comencé a darle una identidad al príncipe, a hacer unos dibujos pensando en ese momento. Ahí está el nacimiento de Próspero”.
Constaba de mucho dibujo, experimentación con el tórculo imprimiendo telas con plantillas. “Es lo que me gusta del arte, la experimentación. El arte es aprender, aprender y aprender y seguir aprendiendo hasta el fin, porque si se deja de aprender, mejor se dedica uno a hacer otra cosa”, reflexiona.
Luego del Príncipe Próspero siguió un espacio mucho más distendido. “Quedé agotada y creo que el país entero quedó agotado. Entonces, busqué un refugio: aprender a pintar con colores porque venía de un sumergimiento en el blanco y negro de más de 25 años. A través del grabado, a través del dibujo, a través de la pintura. Aunque Próspero tenía algunos brillos y colores era bastante sobrio, monocromático”, considera. Esos elementos ayudarían a esbozar otros personajes que aparecerían más adelante.
Alicia se dedicó a los paisajes. “La época de los paisajes fue maravillosa porque me levantaba a las 5 de la mañana y salía del Camino de Cruces a caminatas para ver cómo se teñía con el sol la selva y aprendí a ver cómo las hojas, del verde oscuro se transformaban al verde claro, al verde plata prácticamente. La flores... había de vez en cuando una flor roja y salía de repente una amarilla. Esa me pareció la mejor maestra que he tenido en mi vida, la naturaleza física y la humana también, así es que ese fue mi refugio”, asegura.
Este momento marcó un antes y un después, porque debido a una intoxicación como resultado de una alergia a los químicos utilizados para el proceso del grabado, Viteri debió abandonar ese medio de expresión y hacer un alto en su quehacer. “Estaba muy deprimida por no poder pintar, por no poder coger los óleos, de no poder hacer grabado. Entonces, tuve que empezar de cero”.
“¿Quién fue el ángel de la guarda? Stephan. Me regaló una computadora. Cuando recién salió la primera computadora Mac, que era como una cajita, color beige, ahora la ves en el museo...”. Esa computadora sería el punto de partida para una forma novedosa de arte. Entusiasmada con las posibilidades, quedó encantada con una versión más moderna de la computadora y empezó a experimentar. “Claro, no daba pie con bola. ¿Qué iba a poder yo saber de una computadora? Imagínate. Entonces, busqué a una persona que me enseñara. Eso de volverse experto en computador no es nada fácil. Entonces, humildemente agaché la cabeza, me olvidé de los paisajes, del príncipe próspero, de todo lo que tenía a mi alrededor que había aprendido porque era como empezar de cero sin saber nada. No podía tocar óleos, no podía tocar nada”, relata. Alicia reconoció allí la oportunidad de hacer un libro desde la computadora.
Viteri empezó a recolectar fotos familiares de diferentes momentos y lugares. Esta búsqueda coincidió con un diagnóstico de cáncer que, en lugar de hacerla desistir, la motivó a hurgar más en su historia personal y a desarrollar una serie autobiográfica que denominó Memoria digital.
“Empecé a pintar cómo me sentía con el cáncer, ‘Como el huevo’. Así se llama uno de los cuadros”, recuerda. “Me preguntan, ¿y cómo te sientes? ‘En la olla’, así se llama otro cuadro”, dice con cierta gracia. Alicia reconoce que hasta en los peores momentos de su vida, nunca le ha faltado el sentido del humor. “Es un ingrediente de los pastusos”, asegura. Lo único que lamenta es no haber podido incluir en ese proyecto a todas las personas que hubiese querido, muy a pesar de que trabajó muchísimo. “Salía de la quimioterapia y al día siguiente estaba sentada frente a la computadora haciendo el libro”.
Memoria digital fue postulado por su editor al Latino Book Award en Nueva York y alcanzó el segundo lugar al mejor diseño de portada y Mejor Libro de Arte Bilingüe, de entre unos 5,000 títulos.
La artista estaba finalizando una etapa, había finalizado el libro Memoria digital y se dedicó a concluir pendientes. Viajó, terminó obras. De vuelta a su taller tocaba ordenar.
“Me di cuenta de la cantidad de porquerías que tenía acumuladas: botones, relojes, una radio, una cámara fotográfica. Las desarmaba como un niño curioso y nuevamente me metí en el océano sin saber nadar. Experimenté con cosas que jamás en la vida había visto y tocado... llaves, botones, lentejuelas, me volví fanática de las sederías”, dice.
Con todos estos elementos desarrolló una serie de personajes, ensamblajes escultóricos y los llamó ‘Los terrícolas’, su segunda instalación, presentada en esta ocasión en el Museo de Arte Contemporáneo, como una pasarela de modas. Cada personaje formaba parte de una rica sociedad retratada a detalle.
Después del colorido de la pasarela de Terrícolas, Viteri vuelve al blanco y negro, añorando tal vez los grabados que había dejado de hacer. Nacen Historias verdaderas, según la propia autora, una serie de imágenes llenas de texturas con fondos arquitectónicos. “Vivo en un barrio en el que no había nadie y de pronto empezaron a creer como hongos los edificios a mi alrededor, entonces me llené de las fiestas sociales en las que no faltaba un perro. “Me alimenté de eso, pues, porque así es uno de loco”, admite.
El nombre de la serie, dice Alicia responde a que “muchas de esas historias son de verdad. Hay muchos personajes que no son realmente los personajes, pero que sí retratan la intención de ese personaje”.
Una pausa obligada, en esta ocasión por la salud de Stephan, su compañero, una pausa que tuvo un triste desenlace la llevó luego a desarrollar otra serie “Hice un cuadro que lo abandoné. Entonces, cuando volví al estudio otra vez ya un poco recuperada todos los golpes de la vida, encontré el cuadro, lo retomé y lo trabajé porque era la fusión del blanco y negro que sería llevada al color”. Allí surgen las nuevas miradas. Nacen de Historias verdaderas y la transformación de Historias verdaderas hacia el color.
La artista explica que entonces pudo explayarse en todo el paisaje que había recorrido antes. “Jugué un poco con el trópico, la selva y la montaña. Los fusioné”.
Estas nuevas miradas se ven influidas también por una cada vez mayor ola migratoria impulsada por guerras e inestabilidad política, pero cuyos efectos había palpado desde su más reciente viaje a Europa, en temporada alta, con los efectos del turismo masivo.
De todas esas experiencias nace el mural llamado Los migrantes. “Comencé caminando con Stephan sobre una tela gigantesca en blanco que me habían traído de Nueva York. Partí un pedazo e hice un paisaje enorme y la otra parte la usé para hacer este telón que empecé en el 2020.Lo comencé aquí en el apartamento, templado con una lona, lo subí al taller y seguí trabajando. Cuando ya todo el proceso de enfermedades [de Stephan] concluyó en algo muy triste, bajé el telón acá al apartamento nuevamente y lo terminé haciendo Tiempo sin memoria”.
Alicia toma fotos del telón y a recrear figuras que surgen de estas imágenes. “Me doy cuenta de que realmente puedo seguir alimentándome del cuadro. Y ya no es el cuadro en sí, ya el cuadro me alimentó. Y el cuadro ya está, tiene su final, porque todo tiene en la vida su final”, reflexiona.
Tiempos sin memoria son imágenes de familia, de retrato, pero “dejando atrás el dibujo limpio, puro, para entrar a una mancha quebrada, rota, imprecisa, formando imágenes acumuladas en un espacio que no se sabe qué es”. Una visión muy personal del tiempo presente de Alicia Viteri. Un poco porque nadie guarda memoria de la gente que viene y va, de los migrantes.
“Por más que fabriquen vacunas para que la humanidad subsista, por más que inventen formas de hacerse millonario en una semana, la gente va a seguir muriendo de hambre, de sed. Y todos tenemos que ser unos sobrevivientes, ese es tiempo sin memoria”.
Acompaña la obra Los Migrantes, una instalación, con una tela en el piso en la que los asistentes a la exposición pueden ser partícipes de la obra, dibujando sus pies, dejando sus huellas, sus pensamientos, sus palabras, con unos lápices especiales para escribir en la tela. “La gente va a tener la oportunidad de quitarse los zapatos y caminar sobre esta superficie blanda, dibujarse el pie con el marcador e ir creando la continuidad del cuadro, porque el cuadro nunca termina”, señala la artista.
La línea invisible es para Viteri su trayecto por la vida, a través de un trazado que no se ve; el desarrollo de una obra que va amarrando la siguiente. Un recorrido que llega a un punto final que no se sabe dónde termina. Alicia cierra un ciclo y comenzará otro que no sabe a dónde la llevará. Lo que tiene claro es que esta va a ser su última exposición individual.
“Pero voy a hacer mucha obra que va a salir de mi computador seguramente y de muchas manchas y de muchas herramientas que tengo que usaré y aprovecharé para crear otras cosas nuevas. Si hago lo mismo, no sería capaz de perfeccionarme como algunos artistas que son maravillosos para mí, que se perfeccionan en un solo tema y que lo purifican hasta llegar a su esencia. Yo no puedo. Yo boto, rompo, destruyo y continúo”.
Elaborado con grabaciones realizadas a la artista por Ana Berta Carrizo, curadora de la exposición.