Editorial

Colombia: una violencia inaceptable

Entrelíneas
Personas toman fotografías a una imágen del fallecido senador y precandidato de Colombia Miguel Uribe Turbay, durante un homenaje este martes. Mauricio Dueñas Castañeda / EFE
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  • 13/08/2025 00:00

La muerte del candidato a la Presidencia de Colombia, Miguel Uribe Turbay, es una durísima herida que recibe la democracia del país hermano y un golpe de realidad sobre la complicada situación política que vive esa nación. Uribe Turbay representaba a una generación de jóvenes políticos que busca renovar el país desde la política institucional. Hoy, su asesinato recuerda que en Colombia aún se puede matar a un opositor, sin importar su ideología, y que ni el Estado ni la sociedad han logrado blindar la vida de quienes se atreven a competir por el poder. Aunque la violencia política no ha cesado en Colombia, en los últimos años se habían registrado avances importantes que generaron expectativas de que, eventualmente, los asesinatos con tinte político serían un mal recuerdo que no debía volver. Crímenes que han castigado a figuras de derecha e izquierda, perpetrados por sicarios que, en no pocas ocasiones, están ligados al crimen organizado, negocio multimillonario alimentado desde dentro y fuera del país. La profundización de la inestabilidad política y social en Colombia tendrá repercusiones en la región. Este crimen no solo golpea a la democracia colombiana; también hiere el espíritu de una sociedad que, ante el atentado, se había unido para rechazar la barbarie. El lamentable hecho llega en el umbral de una campaña electoral, y su sombra se proyectará inevitablemente sobre el debate nacional y regional. La muerte de Miguel Uribe Turbay es una advertencia. O el país enfrenta con decisión y unidad este desafío, o volverá, sin remedio, a los años en que la política se decidía en la mira de un fusil.