Diabetes infantil
- 15/11/2025 00:00
Ayer, en el Día Mundial contra la Diabetes, y en Panamá alrededor de 900 niños y adolescentes viven hoy con diabetes tipo 1, una cifra suministrada por la CSS que no solo revela la magnitud del problema, sino también el silencio con el que esta enfermedad avanza entre nuestros menores. No hablamos de una condición ligada a malos hábitos alimentarios, sino de un trastorno autoinmune que irrumpe sin aviso y en edades cada vez más tempranas. Desde los primeros años de vida hasta la adolescencia, la diabetes tipo 1 altera rutinas, exige disciplina diaria con múltiples dosis de insulina y obliga a las familias a reorganizar su vida alrededor del control de la glucosa. Es una realidad dura, constante, que se vive en silencio dentro de cientos de hogares panameños. Más preocupante aún es que muchos casos llegan a los hospitales en estados graves, evidencia clara de que la detección temprana sigue fallando. Los síntomas —sed exagerada, hambre intensa, pérdida de peso, micción frecuente— continúan siendo desconocidos para demasiados padres. Y, en este desconocimiento, la enfermedad avanza. A esta crisis se suma otra que crece en la sombra: el aumento de la diabetes tipo 2 en adolescentes, impulsada por el sedentarismo, los ultraprocesados y un estilo de vida que normaliza lo que debería alarmarnos. La tecnología que podría transformar este panorama existe. Los sensores de monitoreo continuo de glucosa permiten anticipar descompensaciones antes de que ocurran, alertan en tiempo real y ofrecen una protección invaluable. Convertir estas herramientas en un privilegio sería un error imperdonable para cualquier país que diga priorizar la salud de sus niños. La diabetes infantil no es un dato clínico: es una alarma nacional. Y cada uno de esos 900 menores diagnosticados es un recordatorio urgente de que no podemos seguir reaccionando tarde.