En nombre del periodismo
- 10/12/2025 00:00
El periodismo nace de una necesidad fundamental que tiene la sociedad: saber la verdad sobre lo que pasa. Surge de una curiosidad básica: entender qué ocurre y quién se beneficia cuando se guarda silencio. No es contar historias superficiales o adornar hechos; es vigilar, fiscalizar y registrar lo que sucede en la historia. Su origen está en un acto muy humano y valiente: desconfiar de quienes ostentan el poder. Cuando hay decisiones secretas, reuniones cerradas y movimientos sin explicación, el periodismo aparece para mostrar lo que intentan esconder. Investigar, revelar y explicar es su misión. Desde el principio, el periodismo ha sido una base clave para que las sociedades libres y democráticas puedan avanzar con seguridad, proteger sus derechos y entenderse a sí mismas. Pero lo que vemos en el Panamá de hoy no refleja esa verdadera misión. Antes, las noticias contaban la verdad; ahora, muchas veces, son solo un producto para llamar la atención. Ryszard Kapuściński, que dio voz a los invisibles, lo anticipó con claridad: “La información ahora es una mercancía; algo que se compra y se vende como cualquier otra”. El problema es grave: detrás del periodismo hay operaciones políticas, campañas contra rivales y favores que se pagan con noticias. Es una acción disfrazada de información.
Se usan micrófonos, videos y fotos para atacar, y las redacciones de medios nuevos y antiguos se convierten en trincheras, mientras la gente queda atrapada en intereses ajenos. Otro problema es la cantidad de cuentas digitales que parecen medios, pero que solo difunden información falsa o manipulan para apoyar o atacar a alguien, sin asumir responsabilidades. Cuando la información se contamina, pierde el público y pierde el país. Se erosiona la confianza, se desfigura el debate público y se ampara la corrupción que frena el progreso institucional, económico y social. Conviene, más que nunca, recordar algo que parece olvidado: el periodismo no es solo un instinto, es un método. Preguntar, contrastar, verificar y consultar a la contraparte no son formalismos, ni meros gestos de cortesía, sino obligaciones fundamentales del oficio.
No se trata de causar daño a nadie, sino de velar por la transparencia, el interés público y el derecho de la ciudadanía a comprender los hechos en toda su complejidad. Escuchar todas las voces, incluso las que incomodan, no es una debilidad: es justicia. Y es respeto hacia los lectores, que siempre merecen información completa, honesta y con contexto. El periodista puede tener opiniones, claro —no es una máquina, es una persona que vive la realidad—, pero su primer compromiso es con la verdad comprobable, no con sus preferencias. A todos nos conviene que la gente esté bien informada. Una sociedad que quiere tomar buenas decisiones necesita una prensa que investigue sin favoritismos, que cuestione a los poderosos y que explique los problemas sin simplificarlos por interés. El periodista honesto no está con ningún poder, ni al lado, ni detrás, sino frente a ellos. Investiga con cuidado, escribe con responsabilidad y escucha con respeto. Es fiel a sus lectores antes que a los dueños del medio. No se deja influenciar por ofertas o presiones. No oculta información ni se vende al mejor postor. Mientras tanto, la democracia —la verdadera, la que pide verdad, responsabilidad y límites al poder— se debilita cuando la prensa no cumple su función. Una democracia sin prensa crítica no es una verdadera democracia. Y una prensa que oculta la corrupción o que forma parte de ella no solo traiciona su trabajo, sino a todo el país. Panamá no necesita un periodismo complaciente ni un guerrillero disfrazado de informador. Necesita un periodismo valiente, crítico e independiente. Pero, sobre todo, necesita un periodismo honesto.