Imprudencia vial

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  • 17/12/2025 00:00

El accidente ocurrido este martes en el Puente de las Américas no es un hecho fortuito ni un infortunio inevitable. Es la consecuencia directa de una cultura vial degradada, donde la imprudencia se ha instalado como norma y la responsabilidad al volante es la gran ausente. Casi 30 personas heridas tras la colisión de dos buses confirman, una vez más, que en Panamá conducir se ha convertido en un acto temerario, casi impune. Aquí no falla el azar: fallan los conductores y falla el sistema que los tolera. Se conduce con prisa, sin respeto por la vida ajena y con la certeza de que, pase lo que pase, las consecuencias serán mínimas. Exceso de velocidad, maniobras imprudentes, unidades sin controles técnicos rigurosos y jornadas laborales que empujan al cansancio forman parte de un cóctel letal que estalla con alarmante frecuencia en nuestras vías. El país ha normalizado lo inaceptable. Cada siniestro se reporta como una noticia más, con cifras de heridos y un parte oficial que se disuelve al día siguiente. No hay autocrítica, no hay responsabilidades claras y, sobre todo, no hay un mensaje firme de autoridad. La fiscalización es errática, la educación vial insuficiente y las sanciones carecen de efecto. Así, la carretera se transforma en un territorio sin ley. No basta con atender a los lesionados ni con restablecer el tránsito. La seguridad vial exige decisiones incómodas: controles estrictos y permanentes, revisiones técnicas reales, licencias otorgadas con rigor y sanciones ejemplares para quienes convierten un vehículo en un arma. Exige también asumir que manejar no es un derecho absoluto, sino una responsabilidad social. Mientras la imprudencia siga siendo tolerada y el incumplimiento no tenga costo, las vías seguirán cobrando víctimas.