Invasión, nunca más

Entrelíneas
Barrio de El Chorrillo, escena de la devastación provocada por la intervención militar estadounidense en 1989. Archivo / La Estrella de Panamá
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  • 20/12/2025 00:00

Hoy, 20 de diciembre se cumplen 36 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá, un hecho que marcó de manera profunda la historia nacional y dejó heridas que aún reclaman verdad y justicia. La conmemoración no es un ejercicio de rencor, sino de memoria: un recordatorio necesario para las víctimas —en su mayoría civiles— y para un país que todavía busca esclarecer plenamente lo ocurrido. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos estableció, en una decisión histórica, la responsabilidad del ejército estadounidense por violaciones graves al derecho internacional. Ese pronunciamiento representó un avance importante en la búsqueda de justicia, impulsado principalmente por las propias víctimas, ante la ausencia de un acompañamiento decidido del Estado panameño. Más de tres décadas después, la falta de un registro definitivo de fallecidos y la ausencia de reparaciones reflejan una deuda pendiente que trasciende gobiernos y partidos políticos. En 1989, Panamá atravesaba la etapa final de un régimen autoritario encabezado por Manuel Noriega, cuya actuación dañó gravemente las instituciones y traicionó la confianza nacional. Su destino debió resolverse en el marco de la justicia panameña y del fortalecimiento de una democracia auténtica. Nada de ello, sin embargo, justificaba una intervención militar extranjera. Con el tiempo, quedó en evidencia que los argumentos esgrimidos entonces respondían más a intereses geopolíticos que a una genuina preocupación por la población panameña. La historia deja una lección clara: los problemas de Panamá deben ser resueltos por los panameños. Sin injerencias externas, vengan de donde vengan. En un contexto regional marcado por tensiones y conflictos, este principio cobra renovada vigencia. Panamá es y debe seguir siendo una nación comprometida con la paz, el diálogo y la democracia. Recordar la invasión no es mirar atrás con ira, sino reafirmar una convicción compartida: nunca más la guerra como respuesta, nunca más la violación de nuestra soberanía.