Panamá no se vende solo

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  • 27/12/2025 00:00

Panamá ha decidido contarse a sí mismo como un destino de cultura viva y naturaleza exuberante. Esa es la premisa del Gobierno: atraer a un viajero que no busca postales prefabricadas, sino experiencias auténticas; que quiere caminar con los locales, entender sus ritmos, probar su comida, escuchar sus historias. El turismo cultural y natural se presenta, con razón, como una carta fuerte de posicionamiento en un mercado global cada vez más exigente y saturado. A ello se suma la proyección del turismo de convenciones. Congresos, ferias y encuentros internacionales que ven en Panamá un hub natural por su conectividad, su infraestructura y su estabilidad. Todo eso es cierto. Todo eso suma. Pero no es suficiente. Porque el turismo no se sostiene solo con discursos ni con campañas bien diseñadas. Se sostiene en la experiencia real. En lo que el visitante ve, oye y vive cuando baja del avión. Y ahí Panamá tropieza demasiado seguido. La atención al cliente sigue siendo una deuda. La sonrisa que no llega, la respuesta brusca, la indiferencia. A eso se le suma una postal que se repite y avergüenza: basura en las calles, aceras descuidadas, espacios públicos que hablan más de abandono que de hospitalidad. Y están los taxis que se niegan a ir “allá”, como si la ciudad tuviera fronteras invisibles que el turista debe aprender a esquivar. El turismo es una cadena. Si un eslabón falla, todo se resiente. Panamá no puede aspirar a ser un destino de clase mundial con prácticas de tercer orden. La estrategia debe ser sostenida, integral y, sobre todo, coherente: desde la promoción internacional hasta la conducta cotidiana en la calle.