La Cresta y El Cangrejo: la historia de dos barrios y una finca
- 10/05/2025 00:00
La historia de la finca El Cangrejo revela cómo un terreno heredado y estratégicamente urbanizado dio paso a uno de los barrios más representativos de la capital, bajo la influencia de arquitectos visionarios y una élite urbana en expansión La finca El Cangrejo tiene una larga historia, cuyos registros conocidos datan del siglo XIX. Alfredo Figueroa Navarro, en su libro Dominio y sociedad en el Panamá colombiano: (1821-1903), de 1978, detalla que la finca El Cangrejo ya aparecía entre los registros de ventas y donaciones realizadas entre 1821 y 1848 de la ciudad. No queda claro en qué momento la propiedad pasa a manos de Manuel José Hurtado, aunque el autor sí señala que la ciudad de Panamá no llegó a contar con catastro urbano hasta 1854.
De acuerdo con el Registro Público, esta finca se extendía “desde el cerro de Calidonia” o Perry’s Hill, hasta el cruce del río Hondo con “el camino de las Sabanas”, que constituyó también su límite sur. Mientras que hacia el norte el “cerro que llaman de La Pava” constituía su referente como límite norte. La finca era partida en dos por “el camino de Tumba Muerto”, y estaba registrada desde 1872 como propiedad de Juana Fábrega de Hurtado, quien a su vez había estado casada con Manuel José Hurtado desde 1855.
Al fallecer Juana Fábrega de Hurtado en 1919, la finca pasa a manos de su hija Manuela Hurtado de des Cordes, casada con el conde francés Henry des Cordes. Para estas fechas la propiedad tenía aproximadamente 205 hectáreas y un valor de 100.000 balboas. Es a partir de aquí que se inicia el proceso de parcelación de la propiedad en una fecha en que se daba una expansión temprana de la ciudad con la construcción de urbanizaciones en Bella Vista y La Exposición.
Entre los compradores de estas parcelaciones de la finca El Cangrejo se encuentra Oscar Miller, “estadounidense y empresario”, quien adquiriría tres propiedades, la primera de 10.000 metros cuadrados en abril de 1923, y luego dos propiedades más de 402 metros cuadrados cada una en enero de 1925. Con esta compra se empiezan a bosquejar las primeras ideas sobre la mejor forma de urbanizar la finca El Cangrejo.
Una carta fechada el 22 de noviembre de 1926 y dirigida a José Agustín Arango, escrita por Leonardo Villanueva Meyer, a la sazón, reconocido arquitecto peruano residente en Panamá desde 1921, y quien estuvo a cargo del diseño de edificios como los Archivos Nacionales, el palacio de la Presidencia, el edificio La Pollera, la Plaza de Francia y el hotel Colombia, entre otros.
En esta carta -publicada en el libro Arquitecto Leonardo Villanueva Meyer (1891-1981): su vida y su obra (2015), el arquitecto expresa su opinión sobre una propuesta elaborada por Leopoldo Arosemena, y en la que Villanueva Meyer había colaborado trazando “el proyecto de urbanización dentro del plano general del terreno”. Según esta carta, en este proyecto el señor Miller hacía una inversión de más de B/50.000, mientras que la señora des Cordes ponía la tierra para la avenida y las calles.
De acuerdo con las consideraciones expresadas por Villanueva Meyer en su carta, se trata de un terreno conformado por una cresta de colinas con pendientes pronunciadas, que dificultaban el acceso a su zona superior. A fin de hacer utilizable toda la propiedad - que finalmente resultaría en el barrio de La Cresta-, se plantea un diseño del espacio que aprovecha al máximo su topografía y garantiza conectividad entre las distintas partes del terreno.
Para lograr este objetivo, Villanueva Mayer señala en su carta que el trazado propuesto gira en torno a la Avenida de Altamira, concebida como un cinturón vial a media ladera que facilita el acceso a las zonas elevadas y conecta las faldas oriental y occidental. Esta avenida, junto con las calles I, III, IV y VI —ubicadas estratégicamente sobre quebradas— permitirían resolver el drenaje pluvial y las alcantarillas que cumplirían con los reglamentos sanitarios, al tiempo que aseguran circulación peatonal eficiente entre la carretera principal y las colinas.
La carta de Villanueva Meyer es valiosa para comprender el origen de El Cangrejo, dado que escasean documentos sobre el diseño de barrios durante la expansión urbana entre 1920 y 1960, y menos aún con detalles del proceso de toma de decisiones de los arquitectos de la época. Destaca su enfoque al “problema de las colinas” y las soluciones prácticas que plantea.
En cuanto al sector restante de la finca El Cangrejo, que se encontraba del lado este del “camino de Tumba Muerto”, que conectaba Bella Vista con Betania, esta sería adquirida por Mario Galindo Toral el 8 de marzo de 1946, para ser vendida diez días después, -el 18 de marzo del mismo año-, a la sociedad Urbanización El Cangrejo S.A., representada por Eduardo Chiari, según consta en escritura del Registro Público, en una transacción que representó una ganancia de B/.157.211,5 en unos pocos días, según relata el arquitecto Álvaro Uribe en su libro Ciudad Fragmentada (1989).
El plano de lotificación original del barrio El Cangrejo incluía como parte de su diseño, espacios para la construcción del hotel El Panamá, lotes reservados para dos parques, el actual Andrés Bello y otro parque localizado sobre la vía Veneto, que no se llegaría a construir, un lote para la construcción del Colegio La Salle, además de indicar el sitio para la construcción del monumento a Einstein. En el mapa de 1937 que se incluye en esta publicación se observa también la existencia de una “pista de perros” en el espacio que actualmente ocupa la plaza Concordia.
Sería en las décadas de 1950 a 1970 en que se da el auge de El Cangrejo, bajo el marco del desarrollo de infraestructura como la carretera Transístmica, el campus universitario, el hotel El Panamá y la Iglesia del Carmen, entre otros proyectos urbanos. El Cangrejo, durante estos años formativos, se convirtió en un espacio de exploración arquitectónica en donde se construyeron edificios emblemáticos del movimiento modernista.
La historia de la finca durante el siglo XIX de El Cangrejo y su posterior parcelación en las décadas de 1920 y 1940, nos permite comprender la evolución urbana de un barrio clave de la capital, e ilustra los mecanismos mediante los cuales se consolidó una oligarquía urbana en Panamá. Tal como se advierte en el análisis realizado por Alfredo Figueroa Navarro, la riqueza urbana se asociaba estrechamente con la propiedad de tierras, la transferencia hereditaria y la inversión extranjera, elementos todos presentes en el caso de esta finca. La participación de figuras como Juana Fábrega de Hurtado, Oscar Miller, Mario Galindo y Eduardo Chiari refleja el entrelazamiento entre redes familiares, capital transnacional y planificación urbana, característico de la clase dirigente cuya influencia aún define la construcción de la ciudad.
Si quieres ver más artículo y mapas sobre la historia de El Cangrejo, La Cresta y de otros barrios de Panamá y Colón visita el sitio: https://metromapas.net/
La finca El Cangrejo tiene una larga historia, cuyos registros conocidos datan del siglo XIX. Alfredo Figueroa Navarro, en su libro Dominio y sociedad en el Panamá colombiano: (1821-1903), de 1978, detalla que la finca El Cangrejo ya aparecía entre los registros de ventas y donaciones realizadas entre 1821 y 1848 de la ciudad. No queda claro en qué momento la propiedad pasa a manos de Manuel José Hurtado, aunque el autor sí señala que la ciudad de Panamá no llegó a contar con catastro urbano hasta 1854.
De acuerdo con el Registro Público, esta finca se extendía “desde el cerro de Calidonia” o Perry’s Hill, hasta el cruce del río Hondo con “el camino de las Sabanas”, que constituyó también su límite sur. Mientras que hacia el norte el “cerro que llaman de La Pava” constituía su referente como límite norte. La finca era partida en dos por “el camino de Tumba Muerto”, y estaba registrada desde 1872 como propiedad de Juana Fábrega de Hurtado, quien a su vez había estado casada con Manuel José Hurtado desde 1855.
Al fallecer Juana Fábrega de Hurtado en 1919, la finca pasa a manos de su hija Manuela Hurtado de des Cordes, casada con el conde francés Henry des Cordes. Para estas fechas la propiedad tenía aproximadamente 205 hectáreas y un valor de 100.000 balboas. Es a partir de aquí que se inicia el proceso de parcelación de la propiedad en una fecha en que se daba una expansión temprana de la ciudad con la construcción de urbanizaciones en Bella Vista y La Exposición.
Entre los compradores de estas parcelaciones de la finca El Cangrejo se encuentra Oscar Miller, “estadounidense y empresario”, quien adquiriría tres propiedades, la primera de 10.000 metros cuadrados en abril de 1923, y luego dos propiedades más de 402 metros cuadrados cada una en enero de 1925. Con esta compra se empiezan a bosquejar las primeras ideas sobre la mejor forma de urbanizar la finca El Cangrejo.
Una carta fechada el 22 de noviembre de 1926 y dirigida a José Agustín Arango, escrita por Leonardo Villanueva Meyer, a la sazón, reconocido arquitecto peruano residente en Panamá desde 1921, y quien estuvo a cargo del diseño de edificios como los Archivos Nacionales, el palacio de la Presidencia, el edificio La Pollera, la Plaza de Francia y el hotel Colombia, entre otros.
En esta carta -publicada en el libro Arquitecto Leonardo Villanueva Meyer (1891-1981): su vida y su obra (2015), el arquitecto expresa su opinión sobre una propuesta elaborada por Leopoldo Arosemena, y en la que Villanueva Meyer había colaborado trazando “el proyecto de urbanización dentro del plano general del terreno”. Según esta carta, en este proyecto el señor Miller hacía una inversión de más de B/50.000, mientras que la señora des Cordes ponía la tierra para la avenida y las calles.
De acuerdo con las consideraciones expresadas por Villanueva Meyer en su carta, se trata de un terreno conformado por una cresta de colinas con pendientes pronunciadas, que dificultaban el acceso a su zona superior. A fin de hacer utilizable toda la propiedad - que finalmente resultaría en el barrio de La Cresta-, se plantea un diseño del espacio que aprovecha al máximo su topografía y garantiza conectividad entre las distintas partes del terreno.
Para lograr este objetivo, Villanueva Mayer señala en su carta que el trazado propuesto gira en torno a la Avenida de Altamira, concebida como un cinturón vial a media ladera que facilita el acceso a las zonas elevadas y conecta las faldas oriental y occidental. Esta avenida, junto con las calles I, III, IV y VI —ubicadas estratégicamente sobre quebradas— permitirían resolver el drenaje pluvial y las alcantarillas que cumplirían con los reglamentos sanitarios, al tiempo que aseguran circulación peatonal eficiente entre la carretera principal y las colinas.
La carta de Villanueva Meyer es valiosa para comprender el origen de El Cangrejo, dado que escasean documentos sobre el diseño de barrios durante la expansión urbana entre 1920 y 1960, y menos aún con detalles del proceso de toma de decisiones de los arquitectos de la época. Destaca su enfoque al “problema de las colinas” y las soluciones prácticas que plantea.
En cuanto al sector restante de la finca El Cangrejo, que se encontraba del lado este del “camino de Tumba Muerto”, que conectaba Bella Vista con Betania, esta sería adquirida por Mario Galindo Toral el 8 de marzo de 1946, para ser vendida diez días después, -el 18 de marzo del mismo año-, a la sociedad Urbanización El Cangrejo S.A., representada por Eduardo Chiari, según consta en escritura del Registro Público, en una transacción que representó una ganancia de B/.157.211,5 en unos pocos días, según relata el arquitecto Álvaro Uribe en su libro Ciudad Fragmentada (1989).
El plano de lotificación original del barrio El Cangrejo incluía como parte de su diseño, espacios para la construcción del hotel El Panamá, lotes reservados para dos parques, el actual Andrés Bello y otro parque localizado sobre la vía Veneto, que no se llegaría a construir, un lote para la construcción del Colegio La Salle, además de indicar el sitio para la construcción del monumento a Einstein. En el mapa de 1937 que se incluye en esta publicación se observa también la existencia de una “pista de perros” en el espacio que actualmente ocupa la plaza Concordia.
Sería en las décadas de 1950 a 1970 en que se da el auge de El Cangrejo, bajo el marco del desarrollo de infraestructura como la carretera Transístmica, el campus universitario, el hotel El Panamá y la Iglesia del Carmen, entre otros proyectos urbanos. El Cangrejo, durante estos años formativos, se convirtió en un espacio de exploración arquitectónica en donde se construyeron edificios emblemáticos del movimiento modernista.
La historia de la finca durante el siglo XIX de El Cangrejo y su posterior parcelación en las décadas de 1920 y 1940, nos permite comprender la evolución urbana de un barrio clave de la capital, e ilustra los mecanismos mediante los cuales se consolidó una oligarquía urbana en Panamá. Tal como se advierte en el análisis realizado por Alfredo Figueroa Navarro, la riqueza urbana se asociaba estrechamente con la propiedad de tierras, la transferencia hereditaria y la inversión extranjera, elementos todos presentes en el caso de esta finca. La participación de figuras como Juana Fábrega de Hurtado, Oscar Miller, Mario Galindo y Eduardo Chiari refleja el entrelazamiento entre redes familiares, capital transnacional y planificación urbana, característico de la clase dirigente cuya influencia aún define la construcción de la ciudad.
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