Expertos advierten que, más allá de la tecnología, el reto es educativo y social: se requiere ampliar la alfabetización digital, integrar la IA y la ciberseguridad en todos los niveles educativos
Panamá en los últimos meses ha entregado grandes noticias en trazar su hoja de ruta digital. La Estrategia Nacional de Inteligencia Artificial (IA), impulsada por la Secretaría Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (Senacyt), la transformación digital liderada por la Autoridad Nacional para la Innovación Gubernamental (AIG), y el desarrollo del Centro de Respuestas ante Incidentes de Seguridad Informática (CSIRT de Panamá), son señales claras de que el país quiere posicionarse como un referente regional en innovación tecnológica.
Sin embargo, este ambicioso objetivo tropieza con un desafío urgente: falta de preparación en estos campos estratégicos. Si no abordamos con decisión las brechas existentes en materia de formación, infraestructura y cultura digital, corremos el riesgo de construir una transformación incompleta y desigual.
Aunque IA y ciberseguridad existen en iniciativas escolares, universitarias y empresariales, lo hacen aún de manera dispersa en Latinoamérica. Según el informe IMC 2024 de MetaRed, el nivel de madurez en ciberseguridad de las instituciones de educación superior iberoamericanas es apenas básico. Panamá, como muchos países de Latinoamérica, tiene escasez de talento, baja inversión y un entorno educativo que no responde aún a la demanda de perfiles especializados. Para convertir el reto en oportunidad debemos ampliar y dotar de permanencia las alianzas estratégicas que han dado buenos resultados. Es necesario más acuerdos a nivel internacional sobre ciberseguridad que involucre a países con amplia experiencia como son Finlandia, Dinamarca o en Latinoamérica como Brasil, Uruguay, Chile, entre otros e involucrar a más organismos multilaterales. Lograremos compartir inteligencia, practicar respuestas conjuntas y financiar laboratorios regionales que preparen a nuestro talento.
Pero el verdadero obstáculo no es tecnológico. Lo que se ha visto en el mundo es que el desafío es educativo y social. Se ha logrado un gran avance en nuevos acuerdos con servicios públicos e instituciones de educación. Se ha empezado a tener convenios sobre ciberseguridad e inteligencia artificial, pero la demanda supera con creces la oferta a escala global.
Para la ciberseguridad y la IA es crucial evitar la falta de datos confiables o infraestructura tecnológica rezagada. La IA no es solo un asunto de ingenieros o científicos de datos. Requiere profesionales docentes bien preparados, ciudadanos alfabetizados digitalmente, periodistas que comprendan el impacto ético de los algoritmos, empresas grandes y pequeñas que integren IA con responsabilidad, y líderes públicos capaces de regular con criterio.
Debemos abordar la brecha digital que aún afecta a adultos mayores, comunidades rurales, personas con bajos niveles de alfabetización digital y pequeñas y medianas empresas. No podemos hablar de IA o ciberseguridad sin garantizar primero el acceso a conectividad, dispositivos y habilidades mínimas para desenvolverse en este nuevo entorno. La exclusión digital se convierte en una nueva forma de desigualdad.
Desde las escuelas, debemos introducir aún más contenidos básicos de IA y ciberseguridad, mientras que las universidades deben acelerar la oferta de programas interdisciplinarios que integren tecnología, ética, derecho, negocios y sostenibilidad. La formación técnica también debe crecer, apostando por carreras cortas, certificaciones modulares y formación continua, que permitan adaptar rápidamente a trabajadores y emprendedores a la nueva realidad digital. Duplicar las plazas existentes y firmar dobles titulaciones con centros de excelencia internacionales permitirán formar rápidamente a los profesionales que el país requiere.
La cultura digital debe llegar a donde están las personas. Los ciudadanos interactúan cientos de veces en distintas plataformas privadas y públicas. Las empresas deben dejar de ver la educación en ciberseguridad como un gasto y entenderla como una inversión en continuidad operativa, reputación y resiliencia. Las empresas con más usuarios digitales, como entidades financieras, bancos y los prestadores de salud, pueden convertirse en portavoces de buenas prácticas en ciberseguridad mediante campañas sobre doble autenticación y gestión de contraseñas.
La prensa puede y debe ser aliada. Iniciativas como una sección dedicada a IA, robotización y ciberseguridad y ampliar los actuales premios periodísticos que reconozcan reportajes sobre tecnología, ética e inclusión digital, crearía el relato público que toda innovación necesita para dar visibilidad a los grandes avances, como también los riesgos. Contenidos breves en programa de televisión, radios y redes sociales de los distintos servicios públicos son de alto impacto y a un costo bajo. La tecnología bien posicionada, aumenta la calidad de vida de las personas y la competitividad del país. Gobierno y medios contribuirían a que la ciudadanía se apropie de la agenda digital a largo plazo como estrategia para posicionar a Panamá en estos temas.
Cada día de inacción amplía la distancia entre quienes están preparados y quienes no. La verdadera transformación no vendrá solo de la tecnología, sino de nuestra capacidad de educar, incluir y preparar a toda la sociedad para aprovecharla con sentido y responsabilidad.