La tumba del chamán

El visitante
  • 16/11/2025 00:00

Con hallazgos que incluyen ofrendas, símbolos rituales y elementos de poder, las excavaciones en El Caño ofrecen una nueva mirada a la organización social y al liderazgo espiritual representado por el chamán identificado en la tumba T9

En la Feria Internacional del Libro de Panamá de este año, Ciudad del Saber y la Fundación El Caño presentaron El último vuelo del chamán. Nuevos hallazgos en el Sitio Arqueológico El Caño, libro cuyo título deriva de una exposición que tuvo lugar en Ciudad de las Artes el año pasado. Los autores de este volumen y curadores de la muestra son los hermanos Julia y Carlos Mayo Torné, quienes han dirigido las excavaciones en El Caño desde 2011.

El Caño, necrópolis o “asentamiento de tipo funerario” ubicado en Coclé, a unos ocho kilómetros de Nata de los Caballeros, posee un fascinante museo con algunos de los hallazgos. Estuvo habitado por la cultura Coclé, como lo describe este libro, que editó Walo Araújo, encargado de los proyectos estratégicos de Ciudad del Saber.

¿Cómo eran los rituales funerarios de esta cultura? ¿Por qué se deduce que el personaje descubierto en la última tumba excavada había sido un chamán y no un cacique o un guerrero? El Visitante conversó con Julia Mayo sobre estas interrogantes sobre los recientes hallazgos y las interpretaciones sobre sus orígenes.

Julia, ¿cómo se interesaron tú y tu hermano Carlos en la arqueología?

Ambos nacimos en Colón. Mi madre, hija de emigrantes catalanes a Panamá, nació aquí y trabajaba en la Zona Libre de Colón. Conoció a mi papá, un gallego que trabajaba en la refinería de Puerto Pilón. De esa unión nacimos Carlos y yo. Cuando papá se jubiló, regresó a España con su familia. Carlos tenía dos años y yo cuatro.

Allí nos criamos en un pueblito que está cerca de una de las minas de oro más extensas del Imperio romano: Las Médulas, que formaba parte de un sistema de explotación aurífera. De haber crecido rodeado de ruinas surge el interés por la arqueología junto a las leyendas ligadas con los árabes.

Recuerdo de muy joven pedirle a mi papá que me contase sobre las Cuevas de los Moros: un conjunto de pozos hechos por los romanos para explotar el oro, pero que el imaginario popular transformó en cuevas de árabes.

Carlos y yo estudiamos en Santiago de Compostela. Él se convirtió en historiador del arte y yo en arqueóloga. En España estudiabas arqueología matriculándote en Geografía e Historia. Cuando llegabas al tercer año, se hacía la especialidad.

Descubrí que había un departamento en la Universidad Complutense de Madrid que te daba la opción de hacer Antropología y Arqueología americana, y allá fui. Para entonces yo conocía las publicaciones de la Universidad de Harvard sobre las excavaciones de Sitio Conte.

Desde Madrid le escribí al Patronato de Panamá Viejo y Julieta de Arango me informó que no se hacían excavaciones allí. Sin embargo, un tal Richard Cooke [el célebre arqueólogo inglés (1946-2023) que trabajaba en el Smithsonian y cuyas investigaciones han sido fundamentales para conocer nuestro pasado precolombino] trabajaba en Cerro Juan Díaz.

Acto seguido le escribí a Richard y me ofrecí de voluntaria, porque quería conocer mi país. Así fue como regresé a Panamá.

¿Quiénes fueron los Coclé?

Coclé fue un grupo indígena prehispánico que habitó el centro de lo que hoy es Panamá. Sobre todo en la región que corresponde a la provincia de Coclé. Su cultura puede rastrearse hasta 250 a. C. Se desarrolló hasta 1550 d. C., más o menos, alcanzando su máximo esplendor entre 700 y 1000 d. C. Los coclés pertenecían a una de las tradiciones culturales más destacadas del istmo. Los arqueólogos la denominaron Gran Coclé.

El nombre parte de un topónimo colonial adoptado por investigadores como Samuel Lothrop [1892-1965], director de las excavaciones de Sitio Conte, para hacer referencia al pueblo o grupo humano que construyó las necrópolis de El Caño y Sitio Conte.

Coclé era una sociedad jerarquizada en torno a caciques o jefes que concentraban el poder político y militar y que, además, mantenían amplias redes de apoyo local sustentadas en vínculos de parentesco y alianzas comunitarias. Eran comunidades basadas en linajes, en las que el estatus se transmitía de padres a hijos. Los niños heredaban la posición social de sus progenitores, lo que permitió que ciertos grupos familiares acumularan un poder significativo a lo largo de generaciones.

Junto a los caciques, actuaban especialistas rituales –líderes religiosos y chamanes– encargados de conducir ceremonias destinadas a mantener el equilibrio entre las fuerzas del cosmos e interpretar señales, sueños, augurios y fenómenos naturales. Con el tiempo desarrollaron un sólido corpus ideológico que vinculaba a caciques y chamanes con las deidades, legitimando su autoridad y permitiéndoles sostener un notable poder social durante más de dos siglos.

La evidencia arqueológica de esta estructura de poder se puede ver en la complejidad de los largos y detallados rituales funerarios encontrados en El Caño. Los patrones de estas ceremonias, los objetos funerarios, la arquitectura de las tumbas y las prácticas relacionadas muestran que había élites establecidas y un sistema de creencias muy avanzado.

Su economía se basaba en la agricultura (principalmente maíz, yuca y frijoles), la pesca, la caza y el intercambio con otros pueblos del istmo. Se destacaron por su cerámica policromada, con decoraciones muy elaboradas en rojo, negro, púrpura y blanco. Las vajillas Conte y el Macaracas son consideradas entre las más bellas de la América precolombina.

También trabajaron el oro con notable habilidad, produciendo pectorales, brazaletes, cinturones, cascos, colgantes, narigueras, orejeras, collares y cascabeles. Estas piezas muestran un alto nivel técnico y artístico. Mantenían redes de intercambio con regiones lejanas, lo que se evidencia por materiales exóticos.

Creían en una vida después de la muerte, como lo demuestran los entierros complejos con sacrificios humanos. Su iconografía refleja una mitología fecunda vinculada con animales simbólicos como aves y reptiles.

Cuando los españoles llegaron en el siglo XVI, los coclé estaban organizados en varios señoríos o cacicazgos. La conquista, las enfermedades y la esclavitud provocaron el colapso de su cultura en pocas décadas.

El año pasado presentaron una muestra con los últimos hallazgos de El Caño. ¿Cómo llegaron a la conclusión de que la última tumba excavada, la T9, pertenecía a un chamán?

Por los ajuares funerarios y otras cosas que han sobrevivido al paso del tiempo. Es probable que estas personas se enterraran con más elementos, pero nos basamos en la interpretación de lo encontrado.

En unos casos son herramientas, instrumentos musicales, “tubos de sanación” o tubos de hueso; en otros son partes de las vestimentas, de lo que llevaban puesto. Al muerto se le colocaban otras cosas en el fardo funerario: piezas que sirven para vestir, que no lleva puestas, sino que se colocan para que se las ponga cuando ocurra ese viaje de transformación y culmine su viaje hacia el más allá.

En la tumba todos sus acompañantes fueron enterrados con lanzas, hachas. Él tenía cuatro grandes hachas. Además, los pectorales y brazaletes son símbolos de estatus. Son esos otros elementos que complementan el ajuar los que pueden dar la pista de quién fue esa persona en vida.

El chamán llevaba un sombrero construido con plaquitas, similar a los que hemos encontrado en otras tumbas; colocados en paquetes de ofrendas, es decir, sin ser vestidos. No sabíamos para qué eran esas plaquitas. Pensábamos que podían ser cosillas de camisas.

En este contexto nos las encontramos en la cabeza. Entendimos su uso. Construyendo la exhibición que montamos. Por ejemplo, monté esas plaquitas sobre una malla de cocina, puesta sobre una pelota, y me di cuenta de que sonaban.

Este señor, aparte de los tubos de sanación, tenía dos elementos sonoros que se podrían asociar al chamanismo, a las prácticas chamánicas. Son ese sombrero y unos cascabeles. Tenía un pendiente que supuestamente lo representaba a él: un ser antropomorfo que está transformándose o alucinando, con los ojos fuera de las órbitas,y que tiene seis dedos en vez de cinco. Es un antropomorfo un poco inquietante. Creemos que es un chamán en transformación. En la tumba de este chamán hay riqueza también.

¿Este chamán era un jefe que acumulaba riqueza?

Claro, porque era un chamán de alto estatus, lo que te ayuda a construir las jerarquías.

Lo que ocurre con respecto a la sociedad de El Caño es que no tenemos conocimientos, como sobre otras culturas, donde hay epigrafía o ha habido contacto directo con alguien que sabe escribir; aquí la fuente es solamente arqueológica.

Al tener fuentes etnográficas para la misma sociedad que describen los españoles (la tumba data de hace 1,200 años), suponemos que no ha cambiado mucho y probablemente sea similar.

Por eso recurrimos constantemente a las referencias etnográficas que dicen que es una sociedad jerarquizada donde hay líderes locales y una casta militar significativa. Sociedades en las que los jefes locales están subyugados, rinden tributo o están bajo el mando de un líder regional, un cacique regional. Dicen los cronistas que los chamanes tenían cierto poder y cierta independencia con el líder militar, digamos, esa otra persona que detenta su poder por la fuerza.

¿De dónde surge el orden del cortejo funerario del chamán que ilustran en el libro?

Es inventado. No se encuentra en frontales, escenas de vasos, ni representaciones. Es una invención o una representación a partir de personajes antiguos que pudieron haber existido.

Ustedes hablan en su investigación de que se realizaban sacrificios humanos. ¿Cómo fueron estos sacrificios?

La razón por la que hablamos de sacrificios humanos es porque otros investigadores dan otro tipo de explicación a que se encontrasen varios cuerpos en una tumba.

Durante mucho tiempo en la arqueología hubo una especie de rechazo a hablar de sacrificios humanos porque no les pareció conveniente; querían limpiar la imagen de indígena y hubo una corriente de pensamiento que la rechazaba.

Este caso es muy obvio y las razones son: en primer lugar, las tumbas de personas enterradas con mucho oro nunca están solas. Es un patrón; siempre todas las personas de alto estatus están acompañadas por alguien más.

Segundo, existe un patrón con respecto al estatus de los acompañantes. En todas las tumbas está la persona que generalmente ocupa el centro, que es el que va vestido de oro. Después, hay una segunda que tiene algún artefacto que es símbolo de alto estatus. Luego siguen los que tienen un hacha o una lanza y, finalmente, los que no tienen nada. Esto es sistemáticamente lo que nos encontramos en todas las tumbas. Entonces, si las opciones son que la muerte pueda ser natural o programada, no puede ser que todas las muertes naturales sigan un patrón.

Encontramos señales de desmembramientos, huesos, decapitaciones y descarnaciones. Esto significa que se extrajo la parte muscular de los glúteos con cortes sistemáticos en el fémur, justo debajo del trocánter donde se unen los ligamentos y los músculos del glúteo, así como cortes de desollamiento en la cabeza. Todos estos cortes son perimortem, es decir, alrededor del momento de la muerte, y seguramente ocurrieron después de la muerte.

También hay decapitaciones. Existe una escultura en el caño que representa a un señor atado y decapitado, un monolito de alto estatus. Lo que creemos que están usando sistemáticamente para las muertes es el envenenamiento por toxina.

Hemos encontrado que los únicos restos animales dentro de las tumbas, que no son artefactos (porque descubrimos collares y un montón de artefactos hechos con huesos o dientes de animales), sino restos de comida como espinas y huesos, son de dos especies de pez globo. Estos poseen una sustancia que se llama tetrodotoxina, que si ingieres en suficiente cantidad causa adormecimiento, asfixia y posteriormente la muerte.

Encontramos ollas cerámicas que representan a los peces globos con sus espinas dentro. Tenemos referencias etnográficas de la época del contacto con otros pueblos del Istmo. En estos pueblos, existía la costumbre de que la esposa y los familiares, incluso campesinos, los cercanos a los caciques se suicidaban cuando este moría. Bebían de una olla que contenía veneno.

En las excavaciones encontraron un espejo cuyo origen está fuera de nuestro istmo. ¿De dónde viene y cómo llegó?

El espejo no llegó a El Caño por el comercio, sino que creemos que es un regalo entre pares. En el mundo americano hay dos tipos de espejos: están los espejos hechos de un solo bloque de material reflectante, y están los que construyeron con mosaicos de teselas de pirita, que son unos cubos y muy difíciles de cortar con obsidiana.

Este último es un espejo más complejo que el hecho con un solo material, pues son teselas de pirita pegadas con arcilla a una base de piedra. Son artefactos típicamente mesoamericanos. Por ejemplo, los teotihuacanos y los mayas hacían espejos de teselas de pirita. Hicimos una investigación para ver de dónde salieron porque en El Caño hay 16 de ellos; todas las tumbas tienen al menos uno.

En la mayoría de los casos aparecen encima o debajo de la cabeza, o sea, en su entorno. Por eso creemos que los usaron de la misma forma que los mayas, que consideraban que eran portales al inframundo.

Lo hicieron al considerarlos como una metáfora, o sea, al equipararse a los otros portales que son los espejos de agua. Los espejos de agua para el mundo precolombino son el portal por donde las almas cruzan para llegar al inframundo. ¿Por qué lo creen? Porque hay un reflejo, pero invertido.

Cuando investigamos, vimos la procedencia de los materiales, de las areniscas, de las bases de los espejos, y por otro lado, vimos la huella tecnológica, que son las marcas de manufactura que las herramientas que usaron dejaron en los materiales. Resultó que las areniscas son de otro origen, ya que las panameñas no tienen el feldespato potásico. Las areniscas panameñas son feldespáticas y líticas, y las del espejo son cuarzosas y tienen feldespato potásico.

El feldespato potásico es algo que está en las rocas, como los granitos. Los granitos son esas rocas majestuosas que se ven en los paisajes. Aquí no hay granito, porque el istmo es muy reciente; no hay formaciones graníticas.

Para hablar de comercio, deberíamos encontrar, desde la formación Todos los Santos, en los Altos de Guatemala, hasta Panamá, yacimientos con espejos de mosaicos, de teselas, y no los hay. Lo que nos dirige a la interpretación del intercambio entre pares es que solamente aparecen en tumbas de élite. Imaginamos que se dan entre pares, pero no entre la nobleza maya. ¿Por qué no? Porque esto se da entre el 900 y el 1.000, que son las fechas de las tumbas de El Caño.

Para entonces, ya no estamos en el periodo del maya clásico, sino en el posclásico. O sea, los reyes y las dinastías del maya clásico ya no estaban gobernando en Tikal, Piedras Negras, Yaxchilán o el Palenque. Esas ciudades estaban abandonadas. Y las ciudades que sí estaban habitadas, digamos, las del posclásico, son las del Yucatán, Chichén Itzá... Todas estas zonas del Yucatán.

Tierras Altas, Kaminaljuyú, Chamá y Tierras Altas de Guatemala. Ya no existían reyes; ahora eran caudillos militares: más parecido a lo que había aquí. Dejaron de existir las dinastías y el poder estaba más repartido.

Lo que estamos investigando ahora, por el lado del espejo de pirita, es qué dieron los panameños a cambio del oro. Esto nos llevó al Museo Nacional de Antropología en Ciudad de México. Analizando las piezas de oro que el saqueador estadounidense Edward Herbert Thompson y el arqueólogo Roman Piña Chán sacaron del Gran Cenote de Chichén Itzá.

Sospechamos que 500 años antes de que los españoles cambiaran espejos por oro, ya los mayas lo hacían. Debido a esa fascinación que sentían por las cosas reflectantes. La gente piensa: “Fueron engañados”. ¡No! Estaban recibiendo algo que en justicia ellos consideraban de equivalente valor.

El último vuelo del chamán puede adquirirse en las oficinas de la Fundación Ciudad del Saber, Edificio 104, en Ciudad del Saber, Clayton | Tel. 306-3700.

Julia Mayo Torné,
Arqueóloga e investigadora de El Caño.
Dicen los cronistas que los chamanes tenían cierto poder y cierta independencia con el líder militar, digamos, esa otra persona que detenta su poder por la fuerza”,
Julia Mayo Torné,
Arqueóloga e investigadora de El Caño.
[Los Coclé] creían en una vida después de la muerte, como lo demuestran los entierros complejos con sacrificios humanos. Su iconografía refleja una mitología fecunda vinculada con animales simbólicos como aves y reptiles,