Cuentos y poesía

Bitácora entre el olor húmedo del jabón fenicado

  • 28/06/2025 01:00
Dumas Alberto Myrie Sánchez
Especialidad: Geografía Regional de Panamá. Licenciatura en Geografía e Historia. Maestría en Geografía Regional de Panamá. Docente en el Ministerio de Educacióny en instituciones de educación superior. Artículos de opinión en El Panamá América, La Estrella de Panamá y revista cultural Lotería. Autor de los libros “Memorias de un bardo” y “Escritos de un sobreviviente”.

Al llegar a la terminal de buses de Albrook, el aforo en dicho espacio se dispersa por los colores de una negra bien dotada. Son modas que solo entienden las mujeres. Telas pegadas y claras, mostrando la fruta prohibida, convierten la escena en un teatro de lobos hambrientos. En mi viaje al metro, percibo la mirada sigilosa de cualquiera dama. Esta aprovecha su acento y atributos para resolver un acertijo de plata que solo percibo con su medallón en el cuello. En esa carrera a la estación, los olores se mezclan con la chica del chorcito blanco: un viaje que se combina con los pregones de cualquier personaje, con claras intenciones de ganar el Oscar. La bitácora en el metro se interrumpe al aparcar cerca del cuarto de urgencias de mi amada enfermera. Claro con este viaje tan excitante se despertó el sudor intenso de mis venas. Por otro lado, ese paisaje colorido en la estación del metro se combina con cualquiera chica rubia que, al momento de pedir caramelos, imprime sus labios con aceite carminativo. Al llegar a la estación, ese olor a queso prensado, bajo el calor de las zarzuelas, se volvía infinito; un olor tan fuerte como las olas frente a cualquier rebelde faro, en medio de la nada. Es evidente: el viaje encendió la brasa de mi camiseta, y el fuego interno de los paisajes llegaba como avispas a los pies curtidos. Es claro, y el mediodía, como la fragancia a jabón fenicado, es un tónico bebido con dos piedras. Al verificar la tarjeta prepagada, en mi bolsillo roto pasa un mendigo, quien cortésmente me saluda, raspa su monedero sucio y ofrece el pase a la otra estación. Son momentos en que se recuerda la humildad: una que no está en los vestidos caros, ni en la ropa de marca, sino en reconocer la gratitud, y, siempre que exista la oportunidad, devolver la caridad con buena actitud. El viaje continuó por los parajes de la ciudad. Escenarios que a cualquier buen artista llevan a preguntar, bajo el calor asfixiante, el porqué de las tabernas vacías o señores que corren con abrigos de lana muy gruesa, o peor, sin camisa, por las calles de la ciudad. Bajo ese trópico castigador, el jabón resbala sin ataduras por los cuerpos incrédulos de los hijos ricos del jabón fenicado. Un paralelismo cultural que se comprende solamente al ir a Boca La Caja y surfear entre las piedras, la pleamar o los instrumentos de cualquier jabón arrojado con desdén a nuestro océano. Son los resultados de la cultura que hoy exige pintar un mundo sin el gobierno de los ricos, y sin menospreciar al reciclador, que es nuestro primer aliado. Ese consumismo arrastró a los vulnerables, y es ese karma el que solo debe respetarse para ser más humano con las demás especies y con el recurso que domina nuestro istmo: el agua.