El arte del tesista
- 21/06/2025 00:00
Una mirada a la vida íntima del humanista, entre la bohemia del pensamiento, el aroma a café y las madrugadas de reflexión Las capas que envuelven el sentir de un humanista son como esporas que se insertan en cada vivencia escrita. Este sentimiento es como el quirófano de un ensayista o ebanista, en el que cada obra de arte es un proceso de delicada creación. A pesar del color de los bulbos, color rosa, en medio de cualquier letra muerta, la disciplina del humanista se activa cada noche. Esa disciplina es la que evoca al humanista a un juego sin fin de acertijos. Esas mismas preguntas toman fuerza al armar el rompecabezas de cualquier hipótesis. A pesar de esto, entre los más apegados incrédulos, el humanista solo describe, y en su proceso investigativo no usa la ciencia como un método de estudio. Para cualquier tesista, escuchar a otros compañeros es un buen comienzo. Esta rutina debe ser constante: un juego de barajas entre el dormir y papeles regados por doquier. Esa es la vida del humanista. Este proceso incluye ir tras el beso de cualquiera enfermera en días de puertas abiertas. Ese ángel es de piel blanca, flaca, alta y de anteojos redondos. Una guapura de mujer. Al ver su sonrisa, cerca de mi aposento, sentía el olor de mi musa muy cerca. Fueron momentos de relajación intelectual. Por otro lado, cada noche, la música de los obreros del metro mantenía alerta, pensando en defender la casa ante cualquier facineroso. Es claro: costaba agarrar el sueño de noche. Esto lo sostiene un humanista que encuentra en la cafeína su mejor aliado de estudio. Es aquel mundo ideal que traiciona, con nubes de tormento, en sus momentos de descanso. Las horas del tesista no solo se limitan a consultar libros, sino que se afincan tras la prueba diaria como colaborador de medios escritos. Una rutina que hace olvidar la decadencia e imprime ese valor agregado a la hora de sustentar. Es el resultado de una reflexión interna, que renueva los pétalos de esa flor lejana, pero que ese día se vuelve más cercana. Seguramente, entre tanta gente, la mirada del humilde bardo se va a perder entre la lectura de Noam Chomsky. El día de exponer, el alma del tesista va a estar tranquila, a pesar de las deudas adquiridas por sustentar. Ese olor a café del recinto y las butacas de color marrón contrastan con las gotas atravesando la navaja de los oyentes. El corbatín, dispuesto en mala posición en el saco azul marino, muestra la huella de un sacrificio de cuatro años. Finalmente, termina la celebración de sustentación en ese cuarto, plagado de humedad y olor a viejo, escribiendo prosas a la vida. Igualmente, esperando la llamada de cualquier trabajo.
Dumas Alberto Myrie Sánchez Nacionalidad: panameña 12 de noviembre de 1984
Especialidad: Geografía Regional de Panamá. Licenciatura en Geografía e Historia. Maestría en Geografía Regional de Panamá. Docente en el Ministerio de Educacióny en instituciones de educación superior. Artículos de opinión en El Panamá América, La Estrella de Panamá y revista cultural Lotería. Autor de los libros “Memorias de un bardo” y “Escritos de un sobreviviente”.
Las capas que envuelven el sentir de un humanista son como esporas que se insertan en cada vivencia escrita. Este sentimiento es como el quirófano de un ensayista o ebanista, en el que cada obra de arte es un proceso de delicada creación. A pesar del color de los bulbos, color rosa, en medio de cualquier letra muerta, la disciplina del humanista se activa cada noche. Esa disciplina es la que evoca al humanista a un juego sin fin de acertijos. Esas mismas preguntas toman fuerza al armar el rompecabezas de cualquier hipótesis. A pesar de esto, entre los más apegados incrédulos, el humanista solo describe, y en su proceso investigativo no usa la ciencia como un método de estudio. Para cualquier tesista, escuchar a otros compañeros es un buen comienzo. Esta rutina debe ser constante: un juego de barajas entre el dormir y papeles regados por doquier. Esa es la vida del humanista. Este proceso incluye ir tras el beso de cualquiera enfermera en días de puertas abiertas. Ese ángel es de piel blanca, flaca, alta y de anteojos redondos. Una guapura de mujer. Al ver su sonrisa, cerca de mi aposento, sentía el olor de mi musa muy cerca. Fueron momentos de relajación intelectual. Por otro lado, cada noche, la música de los obreros del metro mantenía alerta, pensando en defender la casa ante cualquier facineroso. Es claro: costaba agarrar el sueño de noche. Esto lo sostiene un humanista que encuentra en la cafeína su mejor aliado de estudio. Es aquel mundo ideal que traiciona, con nubes de tormento, en sus momentos de descanso. Las horas del tesista no solo se limitan a consultar libros, sino que se afincan tras la prueba diaria como colaborador de medios escritos. Una rutina que hace olvidar la decadencia e imprime ese valor agregado a la hora de sustentar. Es el resultado de una reflexión interna, que renueva los pétalos de esa flor lejana, pero que ese día se vuelve más cercana. Seguramente, entre tanta gente, la mirada del humilde bardo se va a perder entre la lectura de Noam Chomsky. El día de exponer, el alma del tesista va a estar tranquila, a pesar de las deudas adquiridas por sustentar. Ese olor a café del recinto y las butacas de color marrón contrastan con las gotas atravesando la navaja de los oyentes. El corbatín, dispuesto en mala posición en el saco azul marino, muestra la huella de un sacrificio de cuatro años. Finalmente, termina la celebración de sustentación en ese cuarto, plagado de humedad y olor a viejo, escribiendo prosas a la vida. Igualmente, esperando la llamada de cualquier trabajo.
Nacionalidad: panameña 12 de noviembre de 1984
Especialidad: Geografía Regional de Panamá. Licenciatura en Geografía e Historia. Maestría en Geografía Regional de Panamá. Docente en el Ministerio de Educacióny en instituciones de educación superior. Artículos de opinión en El Panamá América, La Estrella de Panamá y revista cultural Lotería. Autor de los libros “Memorias de un bardo” y “Escritos de un sobreviviente”.