En medio del tenedor y la navaja

El café tostado añora boletas que agraden a los guardianes caninos.
  • 06/12/2025 00:00
Dumas Alberto Myrie Sánchez
Especialidad: Geografía Regional de Panamá. Licenciatura en Geografía e Historia. Maestría en Geografía Regional de Panamá. Docente en el Ministerio de Educacióny en instituciones de educación superior. Artículos de opinión en El Panamá América, La Estrella de Panamá y revista cultural Lotería. Autor de los libros “Memorias de un bardo” y “Escritos de un sobreviviente”.

En medio de largas filas se anuncia el boleto ganador. Es una lotería, en medio del frío de diciembre, agarrar temprano la fila. El café tostado añora boletas que agraden a los guardianes caninos. Un concierto de pájaros pigmeos y aceite de carimañola vuelven la escena pintoresca. Son la cinco de la mañana, pero mi estomago de obrero siente la necesidad de una malteada fermentada.

Entre el correr de nubes, cargadas de humedad, presiento un mediodía lluvioso. Seguramente, mi relojero afinó mi corazón, con el último encuentro. Entre el servicio de panes dulces y chicheme, me deleito con una chola de piernas formadas. Su boca es húmeda, como el néctar de una naranja fresca. Su olor, como el limón cosechado entre espinas, es el deleite de esta esencia añeja.

Entre la salida del alba, se esconden estrellas. Las que cuentan las hazañas por llevar a distintos hogares la pensión. La vida dura que solo vive entre la miseria y el arresto, por no pagar la mesada de los infantes. El que recorre, las ensenadas, de este cabello blanco. Una que circula por el polvo de la carretera. Una faena, que cuenta la fila, por el pavón y jamón de la cena navideña.

En este tiempo las colinas dibujan el rostro sombrío de un esmalte de uña. Ciertas dejan llorar, con un biberón, al niño que más adelante llamara a otro patrón o patrona. Hay otras responsables que, con celo, comprenden el descubrir de todo niño. Una responsabilidad compartida entre los progenitores. Sin embargo, en lo alto del cielo los abuelos se desinteresan, por sus caprichos de adolescentes, al ver sonreír a sus nietos.

Estas largas filas, por pavo y jamón, son el rostro de la cena navideña. Una que involucra a todos. Pensar en cuestionar, en estos recintos, parece una respuesta tonta al que poco informa. Los saltos agigantados sobre la cumbre del árbol de caimito, en el parque, cuentan una maraña de pasos firmes, pero con un ideal: el compartir. La que ayuda a la comunidad, con sus fortalezas y debilidades, y nunca cuestiona el poder de esta masa popular. Entre toda esta escena mi corazón dibuja en el horizonte, la chola de boca húmeda, que se pierde por lo alto de la canasta básica. En estas fechas todas quieren un pan en la mesa.

Una cena que huele la rosca, hecha sin levadura, traída por las manos suaves de la abuela. Persona fiel que juega entre carros y risas con su bisnieto. A pesar de estar cómoda en su silla, presiente los sueños con el abuelo. Sueños que, entre caramelos y dulces, anuncian un tiempo para renovar este corazón cansado. Un tenedor y navaja que luche por comida para el alma. Solo pido trabajo y si es la voluntad del padre saludar como amigo a Lorena.