En una noche trágica
- 20/12/2025 00:00
Es diciembre, y la suave brisa de la bahía anuncia las balas de una tanqueta. Entre las ráfagas de los cohetes en los cuarteles, la bruma es densa, con un olor fuerte a pimienta. Mi alma se siente entrecortada con los versos de Amelia Denis de Icaza, al enfrentar aviones supersónicos. Entre la charca húmeda de la alcantarilla, sapos inflados con rabia predican evangelios rítmicos, en familia.
Son estas callejuelas, en diciembre, las que narran los golpes de los militares. En el barrio del Chorrillo, los héroes viven los sueños de un pavo y jamón. Y en toda la urbe de la ciudad de Panamá, los pañuelos blancos se alzan por la paz y por no volver a empresarios y oligarcas que evaden impuestos. Son, en todo Panamá, los aires de romper las cadenas libertarias por sí solos lo único que alegraría este nuevo decenio. Es el escenario vivido por la invasión norteamericana.
Mientras esto pasa en mi pecho, en la bahía de Panamá se atascan helicópteros con la lama descubierta. Son horas intensas, en las que bombas traspasan las casas de madera y hieren a mi humilde pueblo panameño. Estas balas anuncian la marcha de uniformados civiles panameños que, en una sola causa, defienden el sentido combatiente de nuestro suelo.
En pocas palabras, el dictador, creado en el norte, manda mensajes subordinados a la ley conservadora de la iglesia. Un ambiente en el Chorrillo, oscuro, que resuena con las maderas mojadas por el sudor filosófico de la afrenta al arrabal. Son estas mismas gotas frías de sudor las que orquestan el concierto de patrulleros, al caminar hacia las iglesias a buscar refugio.
Son esas mismas escapadas al interior del entramado capitalino las que marchitan las hojas de coca en mi boca, una terapia que solo comprenden los hijos del barrio. En ese peregrinar, veo en la central almacenes saqueados por el caos. Un caos generado con el solo propósito de opacar la reversión del canal a Panamá y mantener la seguridad en la región con otros propósitos. Estas ideas toman forma como uvas cosechadas en tierra seca.
Un desfile de armas enfrenta a un puñado de hombres civiles. En mi sangre corre la afrenta al barrio del Chorrillo y a mi país, Panamá. Hoy no quisiera que esta escena se repitiera en otra latitud. Por más que la fruta huela a podrida en la lógica aristotélica, estas políticas merecen frenar algo mucho peor: el expansionismo. En la lógica yankee, el proteccionismo deja poco a las pobres industrias latinoamericanas, dominadas por capitales mixtos.