Cuidarse para cuidar: el secreto de un buen coaching
- 23/08/2025 15:42
“Quien mira hacia afuera, sueña; quien mira hacia adentro, despierta”. Carl Jung En un mundo cada vez más acelerado, donde la productividad y la inmediatez parecen ser la norma, hablar de energía vital y autocuidado puede sonar casi un lujo. Sin embargo, quienes trabajamos acompañando a otros —coaches, psicólogos, líderes o profesionales de la salud— sabemos que nuestra herramienta más poderosa no es un libro, una técnica ni un método: somos nosotros mismos.
La inteligencia emocional nos enseña que la manera en que gestionamos nuestras emociones impacta directamente la calidad de nuestras relaciones. Y la corporalidad nos recuerda que el cuerpo no miente: cuando estamos cansados, tensos o desconectados, el otro lo percibe, aunque intentemos disimularlo. Por eso, cuidar nuestra energía antes y después de cada interacción con nuestros clientes, es un acto de responsabilidad profesional y, a la vez, de amor propio.
Antes: prepararse para estar presentes
Imagina que entras a una conversación cargado de pendientes, distracciones o preocupaciones. Aunque logres “poner tu mejor cara”, tu escucha estará fragmentada. El cliente sentirá que no estás del todo allí.
Una práctica sencilla es respirar profundo durante dos minutos antes de comenzar. Suena básico, pero fisiológicamente regula el sistema nervioso, baja el estrés y aumenta la claridad mental. Otra herramienta es un “chequeo corporal” rápido: ¿tengo tensión en los hombros?, ¿cómo está mi postura?, ¿puedo relajar mi mandíbula? Estas pequeñas pausas ayudan a entrar con presencia plena, mostrando al otro que estamos disponibles de verdad.
Durante: equilibrio entre empatía y límites
Un reto frecuente en los procesos de acompañamiento es absorber las emociones del otro. La inteligencia emocional aquí es clave: empatizar no significa cargar. Escuchar con compasión, pero recordando que la experiencia es del cliente, no nuestra.
En la corporalidad esto se traduce en anclajes físicos: mantener una postura erguida pero relajada, apoyar los pies firmemente en el suelo o usar gestos que transmitan calma. El cuerpo se convierte en un recordatorio constante de nuestro rol: estar presentes, sin perder nuestro centro.
Después: liberar y recargar
Muchas veces terminamos una sesión y corremos al siguiente compromiso, sin darnos tiempo de procesar lo vivido. Esto es como querer conducir un auto sin recargar combustible: tarde o temprano nos detendremos por agotamiento.
Una práctica útil es escribir en pocas palabras qué te dejó la sesión, no sobre el cliente, sino sobre ti: ¿qué sentí?, ¿qué aprendí?, ¿qué necesito soltar? También ayuda mover el cuerpo: una caminata corta, estiramientos o simplemente sacudir brazos y piernas para liberar tensiones. Estos gestos simples hacen la diferencia entre acumular desgaste o renovar la energía.
Conclusión: beneficios compartidos
Cuando el coach cuida su energía vital, gana claridad mental, equilibrio emocional y mayor bienestar personal. Esto le permite sostener procesos de acompañamiento más profundos y genuinos. Al mismo tiempo, el coachee recibe una presencia más plena, un espacio seguro y un espejo saludable donde aprender que también él puede cuidarse mejor.
En definitiva, el autocuidado no solo fortalece al coach, sino que multiplica el valor que recibe el cliente. Cuidarnos es, al final, la mejor forma de servir.
El Capítulo de Panamá de la International Coaching Federation-ICF es una asociación sin fines de lucro, comprometida con el fomento y la difusión de la práctica profesional y ética del coaching. Está afiliada a la International Coaching Federation-ICF, la organización global más grande y reconocida de Coaching. www.icfpanama.org www.coachingfederation.org
En un mundo cada vez más acelerado, donde la productividad y la inmediatez parecen ser la norma, hablar de energía vital y autocuidado puede sonar casi un lujo. Sin embargo, quienes trabajamos acompañando a otros —coaches, psicólogos, líderes o profesionales de la salud— sabemos que nuestra herramienta más poderosa no es un libro, una técnica ni un método: somos nosotros mismos.
La inteligencia emocional nos enseña que la manera en que gestionamos nuestras emociones impacta directamente la calidad de nuestras relaciones. Y la corporalidad nos recuerda que el cuerpo no miente: cuando estamos cansados, tensos o desconectados, el otro lo percibe, aunque intentemos disimularlo. Por eso, cuidar nuestra energía antes y después de cada interacción con nuestros clientes, es un acto de responsabilidad profesional y, a la vez, de amor propio.
Antes: prepararse para estar presentes
Imagina que entras a una conversación cargado de pendientes, distracciones o preocupaciones. Aunque logres “poner tu mejor cara”, tu escucha estará fragmentada. El cliente sentirá que no estás del todo allí.
Una práctica sencilla es respirar profundo durante dos minutos antes de comenzar. Suena básico, pero fisiológicamente regula el sistema nervioso, baja el estrés y aumenta la claridad mental. Otra herramienta es un “chequeo corporal” rápido: ¿tengo tensión en los hombros?, ¿cómo está mi postura?, ¿puedo relajar mi mandíbula? Estas pequeñas pausas ayudan a entrar con presencia plena, mostrando al otro que estamos disponibles de verdad.
Durante: equilibrio entre empatía y límites
Un reto frecuente en los procesos de acompañamiento es absorber las emociones del otro. La inteligencia emocional aquí es clave: empatizar no significa cargar. Escuchar con compasión, pero recordando que la experiencia es del cliente, no nuestra.
En la corporalidad esto se traduce en anclajes físicos: mantener una postura erguida pero relajada, apoyar los pies firmemente en el suelo o usar gestos que transmitan calma. El cuerpo se convierte en un recordatorio constante de nuestro rol: estar presentes, sin perder nuestro centro.
Después: liberar y recargar
Muchas veces terminamos una sesión y corremos al siguiente compromiso, sin darnos tiempo de procesar lo vivido. Esto es como querer conducir un auto sin recargar combustible: tarde o temprano nos detendremos por agotamiento.
Una práctica útil es escribir en pocas palabras qué te dejó la sesión, no sobre el cliente, sino sobre ti: ¿qué sentí?, ¿qué aprendí?, ¿qué necesito soltar? También ayuda mover el cuerpo: una caminata corta, estiramientos o simplemente sacudir brazos y piernas para liberar tensiones. Estos gestos simples hacen la diferencia entre acumular desgaste o renovar la energía.
Conclusión: beneficios compartidos
Cuando el coach cuida su energía vital, gana claridad mental, equilibrio emocional y mayor bienestar personal. Esto le permite sostener procesos de acompañamiento más profundos y genuinos. Al mismo tiempo, el coachee recibe una presencia más plena, un espacio seguro y un espejo saludable donde aprender que también él puede cuidarse mejor.
En definitiva, el autocuidado no solo fortalece al coach, sino que multiplica el valor que recibe el cliente. Cuidarnos es, al final, la mejor forma de servir.
El Capítulo de Panamá de la International Coaching Federation-ICF es una asociación sin fines de lucro, comprometida con el fomento y la difusión de la práctica profesional y ética del coaching. Está afiliada a la International Coaching Federation-ICF, la organización global más grande y reconocida de Coaching. www.icfpanama.org www.coachingfederation.org