Carmesí, una propuesta artística poderosa y simbólica
- 14/11/2025 00:00
La artista Vanessa De La Guardia ofrecerá una colección de sus obras, capaces de transmitir una mezcla de sensaciones que van desde la solemnidad al magnetismo
Carmesí es la propuesta reciente de la artista panameña Vanessa De la Guardia, que podremos disfrutar a partir del próximo 20 de noviembre en la Galería Villa Ana, Casco Antiguo, y permanecerá abierta al público hasta el 21 de diciembre.
Se trata de una colección visualmente poderosa en la que combina elementos clásicos con una atmósfera contemporánea y simbólica, capaz de trasmitir una mezcla de solemnidad y magnetismo. El silencio de los fondos contrasta con el movimiento sugerido por las plumas de las aves, generando un efecto casi teatral donde el rojo es fundamental no solo como elemento visual, sino que actúa como motor principal aglutinando una propuesta onírica, emocional e intensa.
En ese “universo Carmesí”, los fondos rojos evocan interpretaciones profundas, asociadas con la pasión o la energía, junto con aspectos más sútiles y dinámicos como el renacimiento, la fuerza vital, el amor y la transformación.
La colección, nos brinda un momento suspendido en un universo donde el espectador es invitado a presenciar una historia en curso o un evento congelado en el tiempo, constuido a través de motivos simbólicos y estéticos que evocan el lujo y el drama asociados a la rica tradición veneciana. Los candelabros actúan como ejes visuales y puntos de luz, símbolos de la presencia divina que habita lo terrenal.
Estos objetos suntuosos, detallados y brillantes en medio de un entorno surrealista remiten a la llama siempre encendida del espíritu que irradia y transforma la materia. A la vez, dentro de un entorno teatral, transmiten la pomposidad y riqueza propias de las celebraciones aristocráticas, barrocas y carnavalescas, que suponen esa transición a la retauración del orden, que, desde el punto de vista cristiano, corresponde a la cuaresma.
Por otro lado, encontramos una paleta limitada, pero efectiva, donde el rojo vibrante, domina y envuelve la escena contrastando con los dorados y blancos, para crear una tensión cromática eficaz. Esta combinación de colores intensos y dramáticos se alinean con el talante de exceso y celebración que define las carnetolendas.
Es como si el telón de terciopelo rojo del Teatro La Fenice se abriera para revelar no una obra humana, sino un momento onírico, cargado de lujo y misterio, donde los objetos y las plumas son los protagonistas de una narrativa implícita.
Aunque no hay figuras humanas, la obra sugiere una historia construida a través de los elementos propuestos: ¿qué ha pasado para que esas plumas estén suspendidas en el aire? ¿Qué relación guardan con los objetos? Remitiéndonos a ciertos enunciados propuestos por la cuántica, según los cuales no hay certezas, solo posibilidades. En este caso, infinitas, abiertas, construidas desde el pensamiento y la mirada.
La composición está diseñada para imitar un escenario de teatro. El fondo está drapeado como un telón teatral, lo que inmediatamente la enmarca como una representación o una puesta en escena. Su estructura, en tres planos, (fondo drapeado, bosque central, espejo acuático) crea profundidad y guía la mirada del espectador desde lo monumental hacia lo gestual y efímero.
El blanco de los árboles y aves actúa como contrapunto, aportando pureza, calma a través de un contraste visual casi monocromático con acentos blancos que refuerzan la sensación de irrealidad donde las copas de los árboles parecen plumajes o algodones trabajadas con delicadeza para sugerir suavidad. Mientras que el agua refleja los elementos con precisión, pero con una ligera distorsión anunciando que no estamos en un mundo físico, sino simbólico.
Las aves están cuidadosamente representadas, cada una con una actitud distinta: contemplativa, en vuelo, en interacción... lo que aporta narrativa y movimiento a una escena que, por lo demás, parece suspendida en el tiempo.
En conjunto, el fondo que funciona como telón, la atmósfera de solemnidad y tensión, y el simbolismo de lujo y drama en “Carmesí” se combinan para crear un universo visual que, si bien es surrealista, emplea un lenguaje estético y compositivo que recuerda la grandilocuencia teatral y ritual del barroco.
La obra presenta una composición vertical centrada en el candelabro que actúa como eje visual. Su simetría y detalle lo convierten en el punto focal, mientras que las aves rojas flotando alrededor generan dinamismo y rompiendo la rigidez del centro.
El candelabro, aunque tradicionalmente asociado con elegancia, poder y ritual, en este contexto, su aislamiento y brillo podrían representar la idea de “iluminación” en medio de la oscuridad, o incluso una crítica a la ostentación vacía ya que se contrapone con el fondo oscuro que permite que el candelabro resplandezca y crea un fuerte contraste lumínico al estilo barroco y rococó, pero con una estética contemporánea, remitiéndonos a ese momento clave en la historia del Carnaval Veneciano, donde el uso del misterio (el fondo oscuro como espacio de lo desconocido o el inconsciente) y la dramatización lumínica refuerzan esta conexión estilística magnificada por la centralidad del candelabro cuyo simbolismo se asocia a la opulencia, poder e iluminación.
El fondo oscuro no es solo un recurso técnico para resaltar el objeto central, sino también un espacio de misterio, vacío o introspección que podría interpretarse como el inconsciente, el pasado o lo desconocido. Este manejo del claroscuro no solo es un recurso técnico, sino que también establece el fondo como un espacio de misterio o vacío, potenciando la idea de “luz en medio de la oscuridad”.
Las plumas rojas que flotan alrededor generan dinamismo y rompen la rigidez de la figura central, a la vez que sugieren libertad o tránsito. Por su ligereza y movimiento, podrían simbolizar ideas que se liberan, memorias que caen, o incluso una presencia invisible que altera el orden. A su vez, algunas de estas aves se acercan al candelabro como si buscaran recargarse en su luz; otras parecen bañarse en ella, mientras algunas se alejan después de haber recibido su energía, en un continuo diálogo entre la fuente y el vuelo.
El tratamiento de la lámpara es minucioso, con reflejos y brillos que simulan cristal o metal, mientras que las plumas tienen una textura más suave y etérea, lo que aporta variedad visual. Las plumas rojas flotando podrían sugerir libertad, caída, transformación o incluso una presencia disruptiva en un entorno rígido.
El tratamiento de las superficies y detalles técnicos, soporta la narrativa implícita, generando una tensión cromática y textural a través de la paleta limitada de colores (dorado del candelabro, rojo vibrante de las plumas) creando un contraste cromático que sugiere lujo, pasión o misterio. Este diálogo se acompaña de una variedad visual en las texturas, donde el candelabro se trata de forma minuciosa simulando cristal o metal y las plumas se representan como etéreas y suaves.
Aunque no hay figuras humanas, los elementos flotantes sugieren transformación o una presencia invisible que altera el orden. Este simbolismo de cambio resuena con la función de la máscara y el disfraz en el Carnaval, que permiten la liberación, la alteración del orden social y la adopción de una identidad temporal a través de la cual se gesta un nuevo renacimiento.