Frank O. Gehry en la cultura arquitectónica de Panamá

Biomuseo diseñado por Frank Gehry con el skyline de la ciudad.
Remodelación de vivienda propia en Santa Mónica, CA.
Biomuseo en la ciudad de Panamá.
Maqueta del museo de la Biodiversidad.
Walt Disney Concert Hall, Los Angeles, CA.
  • 27/12/2025 00:00

Figura clave del deconstructivismo y del fenómeno del star architect, Gehry transformó museos en íconos globales y ciudades en destinos culturales, como ocurrió con el Guggenheim de Bilbao. En Panamá, el Biomuseo se inscribe en ese legado desde una lectura local: una obra marcada por su compleja historia de financiamiento y por una potente dimensión simbólica, donde el uso del color y la apertura espacial dialogan con la identidad cultural, el paisaje tropical y las tensiones entre arquitectura global y contexto local

Una de las principales noticias del mundo arquitectónico internacional en 2025 fue el fallecimiento del arquitecto canadiense, radicado en Los Ángeles, Frank O. Gehry, a los 96 años. Su vida profesional fue excepcionalmente fecunda: obtuvo todos los premios y reconocimientos posibles, incluido el Premio Pritzker de Arquitectura, y sus edificios se convirtieron casi de inmediato en símbolos e íconos de las ciudades donde fueron construidos.

La crítica especializada solía señalar que, cuando Gehry diseñaba un museo, el edificio mismo se transformaba en la primera y principal pieza de la colección. Desde la fundación de su firma en 1965, su trabajo abarcó múltiples escalas y tipologías: desde mobiliario —como sus famosas sillas elaboradas con cartón reciclado— y pequeñas intervenciones experimentales, como la transformación de su propia residencia en Santa Mónica mediante el uso de telas y láminas metálicas, hasta rascacielos, escuelas y grandes museos. Estas exploraciones culminaron en las icónicas siluetas curvas de titanio que repitió en varios proyectos y que terminaron por constituir una verdadera “marca Gehry”.

El contexto de la obra

El surgimiento y la consolidación de su obra coinciden con un período de gran efervescencia arquitectónica en el sur de California, marcado por el cruce de corrientes como el posmodernismo y el deconstructivismo, junto a la presencia de otras figuras relevantes como Thom Mayne (Morphosis), Daniel Libeskind y Zaha Hadid. A ello se sumó una revolución tecnológica sin precedentes: los planos comenzaron a dejar de dibujarse a mano para realizarse mediante programas de diseño asistido por computadora (CAD), tecnología originalmente desarrollada para usos militares.

Su obra alcanza mayor proyección internacional durante la década de 1990, luego de que en 1986 el Walker Art Center de Minneapolis organizara la exposición retrospectiva The Architecture of Frank Gehry, que posteriormente se presentó en el Whitney Museum of American Art de Nueva York.

Gehry supo apropiarse tempranamente de estas herramientas tecnológicas, utilizándolas no solo como medios de representación, sino como instrumentos creativos que le permitieron diseñar formas extremadamente libres, liberadas del ángulo recto. En sus edificios, nociones clásicas como fachada principal, pared o techo se ponen en duda. No obstante, sus espacios interiores suelen ser claros, luminosos y bien definidos, aunque la experiencia espacial resulta compleja debido a la superposición y configuración de múltiples planos.

La figura del ‘star architect’

Otro fenómeno que coincidió con la consolidación de su obra fue la expansión del internet: ciertos arquitectos se convirtieron en auténticas celebridades globales. Su popularidad trascendió la práctica profesional tradicional, y muchos países aspiraban a contar con un edificio de su autoría como símbolo de modernidad y prestigio. Fue la inauguración del Museo Guggenheim de Bilbao, en el País Vasco, España, la que marcó un antes y un después en el impacto mediático y urbano de su obra.

El edificio-museo como imán de reconversión urbana

El Guggenheim Bilbao introdujo una escala completamente distinta al tejido urbano tradicional de la ciudad. El edificio se desmarca del entramado histórico de calles y se vuelca hacia la ría, estableciendo un contraste radical con la ciudad existente. Sus formas suaves y contemporáneas dialogan con el paisaje de colinas y montañas que rodea Bilbao, añadiendo un nuevo carácter urbano. Este acierto arquitectónico, inaugurado en 1997, atrajo la atención internacional y convirtió a la ciudad en un imán turístico que favoreció un proceso de reconversión urbana. Sin embargo, la llamada “fórmula Bilbao” no resultó replicable de manera automática en otros contextos.

Un arquitecto disruptivo

La obra de Gehry ha sido siempre disruptiva y controversial. No necesariamente inspiradora en el sentido tradicional, ya que muchos de sus proyectos resultan extremadamente complejos y difíciles de imitar. Su arquitectura puede entenderse desde un fuerte carácter escultórico, similar al de arquitectos históricos como Antoni Gaudí, cuya producción fue un experimento constante en la búsqueda de nuevas formas, expresiones y relaciones constructivas y tecnológicas con los materiales.

El Biomuseo de Panamá

La presencia de una obra de Frank Gehry en Panamá tiene vínculos personales y culturales. El arquitecto contrajo matrimonio con la panameña Berta Isabel Aguilera, con quien tuvo dos hijos, Alejandro y Samuel. Este entorno familiar, influenciado tanto por la herencia judía paterna como por el origen coclesano materno, estableció un nexo directo con el país. El proyecto del Biomuseo surge cuando Nicolás Ardito Barletta, entonces director de la ARI, invita a Gehry a diseñar un museo en Panamá. El arquitecto acepta bajo la condición de que exista un plan maestro para la zona. Paralelamente se crea la Fundación Amador, encargada de captar y gestionar fondos —principalmente del erario público— para la ejecución del proyecto.

El financiamiento

La iniciativa tomó forma en 2006, durante la administración de Mireya Moscoso, cuando el Estado se comprometió a aportar 40 millones de dólares para el diseño y la construcción del museo. De ese monto, se desembolsaron poco más de 11 millones en un período de cuatro años, a través de un préstamo del Banco Nacional de Panamá. En 2004, la obra fue suspendida debido al incumplimiento de los desembolsos comprometidos. Con la llegada del gobierno de Martín Torrijos se modificó la fórmula de financiamiento. Finalmente, en 2017, durante la administración de Juan Carlos Varela, se otorgó un fideicomiso de 18 millones de dólares a la Fundación Amador para completar la fase final de construcción del Biomuseo y sus exhibiciones.

El color como expresión cultural

Recientemente, un presentador de televisión hacía referencia al uso del color en Panamá, comparando la libertad cromática de los barrios populares con la uniformidad de los sectores de mayores ingresos. Señalaba cómo, especialmente hacia finales de año, existe en muchos sectores populares la tradición de pintar las casas con colores intensos y variados, en contraste con las urbanizaciones formales donde predominan paletas homogéneas, generalmente en tonos crema o blancos. En esa libertad cromática aparecen referencias culturales: el morado del Cristo Negro de Portobelo, los verdes de la naturaleza, los amarillos, rojos y naranjas propios del Caribe. El comentario aludía incluso a cómo la uniformidad del color ha sido asociada históricamente al estatus social y, en algunos casos, a procesos de racialización.

En este contexto, el diseño del museo para Panamá adquiere una lectura particular. El edificio contrasta deliberadamente con el skyline circundante de rascacielos blancos y fachadas acristaladas uniformes. Su paleta de colores vibrantes —rojos, amarillos, azules y verdes— remite a esa diversidad cromática asociada a las culturas populares y caribeñas del Istmo. Más que una decisión estética, el color se convierte en una declaración cultural y simbólica: una afirmación de diversidad, mestizaje y vitalidad. A ello se suma su carácter elevado y abierto, que permite el paso de la brisa y la lectura franca de su estructura, reforzando la idea de un edificio permeable, público y enraizado en su contexto tropical.

La obra de Frank O. Gehry en Panamá no solo representa la llegada de una arquitectura de escala global o la mera presencia de un edificio icónico, sino que plantea preguntas fundamentales sobre identidad, memoria y ciudad; el rol de las instituciones y del Estado en la gestión cultural así como el paisaje natural y urbano. Más allá de las controversias que siempre han acompañado a la arquitectura de autor, el Biomuseo invita a reflexionar sobre el papel de la arquitectura como expresión cultural e instrumento urbano.