Educación integral en sexualidad
- 20/06/2025 16:33
Panamá ha promulgado leyes y suscrito convenios que garantizan el acceso a una EIS obligatoria, científica, laica y con perspectiva de género La educación sexual es un componente esencial en la formación integral de los seres humanos. A lo largo de la historia, su tratamiento ha sido diverso, oscilando entre el silencio absoluto y el abordaje integral. Hoy en día, ante el avance de la ciencia, la transformación de las dinámicas sociales y la creciente visibilidad de temas relacionados con el cuerpo, la identidad y las relaciones afectivas, la educación sexual se presenta no solo como una herramienta necesaria, sino como un derecho fundamental de niños, niñas y adolescentes.
La educación integral en sexualidad, tal como la entendemos actualmente, es relativamente reciente. Aunque desde tiempos antiguos se abordaban temas relacionados con la sexualidad —como en la antigua Grecia o en los textos religiosos—, estos estaban generalmente cargados de tabúes o limitados a enfoques moralistas.
No fue sino hasta finales del siglo XIX y principios del siglo XX que comenzaron a surgir propuestas más sistemáticas, motivadas principalmente por el auge del pensamiento científico y los avances en psicología y medicina. En Panamá, el impulso de políticas de salud pública en este siglo ha tratado de incentivar la inclusión de la educación sexual en las escuelas, pero todavía existe mucha oposición, con raíces religiosas, de los conservadores.
Uno de los principales mitos que rodea a la educación sexual es la idea de que “despierta la sexualidad” en los niños o que “fomenta la promiscuidad” en los adolescentes. Sin embargo, diversos estudios han demostrado lo contrario; la EIS bien planificada contribuye a que los menores desarrollen una relación más saludable con su cuerpo y sus emociones. No se limita a la enseñanza de la anatomía o la prevención de enfermedades.
Su objetivo principal es proporcionar información basada en evidencia científica sobre el cuerpo, las emociones, la identidad de género, la orientación sexual, el consentimiento, las relaciones interpersonales y los derechos sexuales y reproductivos. Negar el acceso a esta formación no protege la inocencia infantil, sino que expone a los más jóvenes a riesgos evitables.
En un mundo donde la desinformación abunda, la educación sexual cumple una función protectora. Los programas de EIS, bien implementados, pueden retrasar el inicio de las relaciones sexuales, reducir el número de parejas sexuales, aumentar el uso del preservativo y mejorar las actitudes hacia la equidad de género. Además, promueven el respeto por la diversidad y ayudan a prevenir situaciones de violencia, abuso sexual y embarazo no deseado en la adolescencia.
La necesidad se vuelve más evidente cuando observamos estadísticas alarmantes en nuestro país: altos índices de embarazos adolescentes, enfermedades de transmisión sexual entre jóvenes, casos de abuso infantil y discriminación por razones de orientación sexual o identidad de género. Frente a este panorama, la educación sexual es una respuesta preventiva, no solo sanitaria, sino también social y ética. Lejos de ser un tema exclusivo de las escuelas, requiere del compromiso conjunto de familias, educadores, profesionales de la salud y políticas públicas.
En la niñez, la educación sexual ayuda a que los niños y niñas conozcan las partes de su cuerpo, aprendan a diferenciar el contacto adecuado del inapropiado y puedan expresar sus dudas sin temor ni vergüenza. Esto contribuye a la prevención del abuso sexual infantil, un problema que muchas veces se mantiene oculto precisamente por la falta de información y canales de confianza.
En la adolescencia, etapa marcada por intensos cambios físicos, emocionales y sociales, la educación sexual favorece el desarrollo de una identidad sólida y el ejercicio responsable de la sexualidad. Permite que los jóvenes tomen decisiones informadas sobre sus relaciones, comprendan el valor del consentimiento y aprendan a cuidar de sí mismos y de los demás. Es una herramienta de empoderamiento, prevención y transformación social.
Panamá ha promulgado leyes y suscrito convenios que garantizan el acceso a una EIS obligatoria, científica, laica y con perspectiva de género y han definido estándares y recomendaciones claras para la inclusión de la EIS en los sistemas educativos. Desde 1999, tenemos la Ley 4 de Igualdad de oportunidades y el Decreto Ejecutivo 53 de 2002, que la reglamenta.
Entre los compromisos de Panamá tenemos la Declaración de la X Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, la CEDAW; La Convención de los Derechos del Niño; la Conferencia Internacional sobre Población y el Desarrollo (CIPD); la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer; la Cuarta Conferencia Mundial sobre a Mujer; La Convención Iberoamericana de Derechos de los Jóvenes; la Ley 82 de 20123; los objetivos de desarrollo del milenio y el objetivo No. 5 de Desarrollo Sostenible; y por último, la ley 302 de 2022.
Sin embargo, la debida aplicación de estas leyes ha tenido resistencia por parte de legisladores, padres de familia, grupos religiosos y funcionarios públicos. Las guías de educación sexual para docentes, elaboradas por grupos religiosos y conservadores, contienen interpretaciones restrictivas y sesgadas por parte de estos sectores, que buscan excluir enfoques científicos o eliminar la perspectiva de género.
No se trata solo de aprobar una norma, sino de defenderla frente a intentos de retroceso, dotarla de presupuesto, asegurar la capacitación docente y promover campañas públicas que informen a la sociedad sobre su alcance.
La educación sexual es un componente esencial en la formación integral de los seres humanos. A lo largo de la historia, su tratamiento ha sido diverso, oscilando entre el silencio absoluto y el abordaje integral. Hoy en día, ante el avance de la ciencia, la transformación de las dinámicas sociales y la creciente visibilidad de temas relacionados con el cuerpo, la identidad y las relaciones afectivas, la educación sexual se presenta no solo como una herramienta necesaria, sino como un derecho fundamental de niños, niñas y adolescentes.
La educación integral en sexualidad, tal como la entendemos actualmente, es relativamente reciente. Aunque desde tiempos antiguos se abordaban temas relacionados con la sexualidad —como en la antigua Grecia o en los textos religiosos—, estos estaban generalmente cargados de tabúes o limitados a enfoques moralistas.
No fue sino hasta finales del siglo XIX y principios del siglo XX que comenzaron a surgir propuestas más sistemáticas, motivadas principalmente por el auge del pensamiento científico y los avances en psicología y medicina. En Panamá, el impulso de políticas de salud pública en este siglo ha tratado de incentivar la inclusión de la educación sexual en las escuelas, pero todavía existe mucha oposición, con raíces religiosas, de los conservadores.
Uno de los principales mitos que rodea a la educación sexual es la idea de que “despierta la sexualidad” en los niños o que “fomenta la promiscuidad” en los adolescentes. Sin embargo, diversos estudios han demostrado lo contrario; la EIS bien planificada contribuye a que los menores desarrollen una relación más saludable con su cuerpo y sus emociones. No se limita a la enseñanza de la anatomía o la prevención de enfermedades.
Su objetivo principal es proporcionar información basada en evidencia científica sobre el cuerpo, las emociones, la identidad de género, la orientación sexual, el consentimiento, las relaciones interpersonales y los derechos sexuales y reproductivos. Negar el acceso a esta formación no protege la inocencia infantil, sino que expone a los más jóvenes a riesgos evitables.
En un mundo donde la desinformación abunda, la educación sexual cumple una función protectora. Los programas de EIS, bien implementados, pueden retrasar el inicio de las relaciones sexuales, reducir el número de parejas sexuales, aumentar el uso del preservativo y mejorar las actitudes hacia la equidad de género. Además, promueven el respeto por la diversidad y ayudan a prevenir situaciones de violencia, abuso sexual y embarazo no deseado en la adolescencia.
La necesidad se vuelve más evidente cuando observamos estadísticas alarmantes en nuestro país: altos índices de embarazos adolescentes, enfermedades de transmisión sexual entre jóvenes, casos de abuso infantil y discriminación por razones de orientación sexual o identidad de género. Frente a este panorama, la educación sexual es una respuesta preventiva, no solo sanitaria, sino también social y ética. Lejos de ser un tema exclusivo de las escuelas, requiere del compromiso conjunto de familias, educadores, profesionales de la salud y políticas públicas.
En la niñez, la educación sexual ayuda a que los niños y niñas conozcan las partes de su cuerpo, aprendan a diferenciar el contacto adecuado del inapropiado y puedan expresar sus dudas sin temor ni vergüenza. Esto contribuye a la prevención del abuso sexual infantil, un problema que muchas veces se mantiene oculto precisamente por la falta de información y canales de confianza.
En la adolescencia, etapa marcada por intensos cambios físicos, emocionales y sociales, la educación sexual favorece el desarrollo de una identidad sólida y el ejercicio responsable de la sexualidad. Permite que los jóvenes tomen decisiones informadas sobre sus relaciones, comprendan el valor del consentimiento y aprendan a cuidar de sí mismos y de los demás. Es una herramienta de empoderamiento, prevención y transformación social.
Panamá ha promulgado leyes y suscrito convenios que garantizan el acceso a una EIS obligatoria, científica, laica y con perspectiva de género y han definido estándares y recomendaciones claras para la inclusión de la EIS en los sistemas educativos. Desde 1999, tenemos la Ley 4 de Igualdad de oportunidades y el Decreto Ejecutivo 53 de 2002, que la reglamenta.
Entre los compromisos de Panamá tenemos la Declaración de la X Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, la CEDAW; La Convención de los Derechos del Niño; la Conferencia Internacional sobre Población y el Desarrollo (CIPD); la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer; la Cuarta Conferencia Mundial sobre a Mujer; La Convención Iberoamericana de Derechos de los Jóvenes; la Ley 82 de 20123; los objetivos de desarrollo del milenio y el objetivo No. 5 de Desarrollo Sostenible; y por último, la ley 302 de 2022.
Sin embargo, la debida aplicación de estas leyes ha tenido resistencia por parte de legisladores, padres de familia, grupos religiosos y funcionarios públicos. Las guías de educación sexual para docentes, elaboradas por grupos religiosos y conservadores, contienen interpretaciones restrictivas y sesgadas por parte de estos sectores, que buscan excluir enfoques científicos o eliminar la perspectiva de género.
No se trata solo de aprobar una norma, sino de defenderla frente a intentos de retroceso, dotarla de presupuesto, asegurar la capacitación docente y promover campañas públicas que informen a la sociedad sobre su alcance.