El perfecto antihéroe de la literatura panameña: Rubén Galván en ‘Curundú’ de Joaquín Beleño
- 26/10/2025 00:00
Rubén Galván, que es un alter ego de Joaquín Beleño, pues se trata de un joven de dieciséis años que, en 1940, va a trabajar a la Zona del Canal, donde encuentra a otros trabajadores
La Editorial Descarriada, dirigida por Víctor A. Mojica, quien es periodista y cronista, es un editor que le hace honor a la necesidad de revisitar a los clásicos modernos de la literatura panameña que, como Joaquín Beleño (1921), con su novela Curundú (1963), están en el centro de la experiencia colonial (España), neocolonial (Estados Unidos) y descolonial (entrega del Canal en 1999) en Panamá.
Con el estudiante Rubén Galván, que es un alter ego de Joaquín Beleño, pues se trata de un joven de dieciséis años que, en 1940, va a trabajar a la Zona del Canal, donde encuentra a otros trabajadores, nos adentramos en una narrativa que no tiene la intriga tradicional novelesca hacia un fin determinado, pero sí en el complejo y sórdido mundo dominado por el miedo en una estructura de poder cultural, política y, sobre todo, sexual y racial que lo toca todo.
Es así que refiriéndose al joven institutor Galván, apellido, además, que recuerda al dirigente sindical colonense, Andrés Galván, de la “Marcha del hambre y la desesperación”, de 1959, leemos lo siguiente: “Rubén Galván es un muchacho preocupado de sí mismo, sin ninguna tradición que respetar; a nada qué aspirar, a menos que no sea a su estatura corporal y un parecido a los galanes de Hollywood. Su vida es un caso de inercia biológica.
No le interesa destruir nada y su pasado no tiene héroes, porque está acostumbrado a oír a su madre hablar de “los ladrones que se robaron la plata de la independencia”. La fuerza y la credibilidad de este este personaje es que es el perfecto antihéroe que, en la Zona del Canal, tiene miedo: “No lo puede remediar.
Es el césped cortado, las calles negras, las casas grises, las enfermeras de uniforme blanco y el mutismo de hojas secas”. Curundú, entre otras cosas, es la novela del miedo, un miedo que flotaba en la antigua Zona del Canal, y que no solo lo respiraba el joven Galván dentro de la antigua Zona del Canal, sino que alcanzaba a todo Panamá, porque la Zona era un poder de ocupación, una inmensa base militar, con personal civil.
Y el miedo de Galván, en efecto, se adentraba hasta en lo más profundo de la psiquis de este sujeto alienado y colonizado, cuya meta liberadora, personal, era imaginarse, soñar, con una “gringa”: “Rubén, con justa razón, pensaba que salir del brazo con una sajona sería un triunfo entre amigos y enemigos. Aquellas mujeres eran objetos escasos, raros y altamente cotizables, cuya posesión le daba prestigio a su poseedor. Y él, que ha despreciado a mujeres blancas de ojos verdes, recién llegadas del interior, porque las considera “cholas pati en el suelo”, en aquellas hembras de otra blancura, veía el fulgor del tabú”.
Y sirvan las citas anteriores, para demostrar que Curundú, como sus otras novelas, son novelas abiertas que requieren relecturas al fragor de nuevas problemáticas de reflexión e investigación. Si entendemos por clásicos modernos panameños, aquel conjunto de textos que pertenecen al canon de la experiencia colonial, neocolonial y descolonial, porque no se puede entender a Panamá, sin la presencia norteamericana, la construcción de la vía interoceánica y la Zona del Canal, que forma parte de un proceso histórico llamado globalización, que inicia desde el siglo XV, con la invención de las Indias Occidentales, donde el Istmo, por su posición geográfica, ha jugado un papel clave en el trasiego de gentes y mercancías, entonces, este autor nacido en la ciudad de Panamá, en 1921, es el escritor que mejor nos representa, porque, sin duda alguna, proyectó con sus otras tres novelas, Luna verde (1941), Los forzados de Gamboa (1960), Flor de Banana (1965), esa experiencia del colonizado que ha tocado, por generaciones enteras, la vida entera de los panameños.
Con Joaquín Beleño, la literatura panameña ha creado el subgénero literario de lo que se conoce como la “novela canalera”, un subgénero que va desde un Eric Walrond (Tropic Death, 1927) hasta un Dimas Lidio Pitty (Estación de Navegantes, 1975), pasando por Gil Blas Tejeira (Pueblo Perdidos, 1962). Es un subgénero literario que no ha sido, paradójicamente, lo suficientemente valorado y estudiado por los académicos panameños dentro de las muchas perspectivas inter/transdisciplinarias que ofrece.
Es un subgénero que, además, no puede quedarse entre las fronteras del Estado nacional panameño, pues sobre la experiencia canalera han escrito caribeños, tanto de las Antillas inglesas y francesas, sin olvidar tampoco a colombianos, ecuatorianos y norteamericanos, en fin, es un subgénero que abre un diálogo fructífero entre la historia, la literatura y el arte.
Para algunos, con la entrega del Canal a la República de Panamá, en 1999, se cerró un ciclo histórico y, por lo tanto, la literatura panameña se zafaba de este tema central. Pero, justamente, esta aparente huida del llamado tema central también pertenece al complejo tema colonial, neocolonial y descolonizador, una huida sesgada y determinada por esa herencia que, como Beleño, trató de representar con personajes torcidos, quebrados y desesperados por el racismo y la discriminación rampante en el país como se muestra en su otro antihéroe, Atá, en Gamboa Road Gang.
No hay autor en Panamá que no describa como Beleño el complejo colonial en toda su crudeza y la novela Curundú muestra, con su antihéroe, como personaje principal, que lo conocido como literatura nacional no debe tener como finalidad la redención patética del sujeto nacional.
Algunos de mi generación tuvimos la gran fortuna de leerlo en la escuela secundaria, es decir, formó parte de mi educación sentimental, como lo ha sido Goethe y Schiller, Cervantes o Flaubert por generaciones enteras para los jóvenes europeos, y solo una lumpenería institucional puede sacarlo de los programas de lectura como lo han hecho con Rogelio Sinán, Ramon H. Jurado y Rosa María Britton, entre otros. En fin, la Editorial Descarriada hace lo que debe de hacer: publicar a nuestros clásicos modernos.