En homenaje a la Alondra
- 08/11/2025 00:00
Discurso pronunciado al ofrecer el homenaje organizado por el Club Kiwanis de Panamá, en honor a Doña María Olimpia de Obaldía, laureada poetisa panameña, el cual se llevó a cabo el 28 de septiembre de 1976 en el Salón Bella Vista del Hotel El Panamá
Damas y Caballeros: Una de las realidades panameñas que más me ha preocupado desde hace, por lo menos, cuatro lustros, es el desconocimiento absoluto de nuestro pasado histórico, así como de los valores que han forjado nuestra nacionalidad de parte de la inmensa mayoría de nuestros ciudadanos.
Y si a esta realidad agregamos la leyenda negra que ha sido hábilmente elaborada en torno a nuestra secesión, al igual que las manifestaciones de descréditos, de que, no en pocas ocasiones, son víctimas nuestros próceres, no es, pues, de extrañar, que nuestra querida patria sea por mala ventura, uno de los países menos propensos a honrar lo natural de nuestra tierra y más predispuesto, por el contrario, a vituperarlo o cuanto menos a desestimarlo.
Lo anterior me preocupa no sólo por lo que entraña de injusticia para personas y cosas que deben ser objeto de todo nuestro respeto y consideración.
Me preocupa también, y muy principalmente, por los efectos negativos, hasta ofensivos, que la realidad indicada produce en todos nosotros como nación, especialmente en la mente de nuestra juventud.
No soy de los que piensan que los Estados cuya población no estuviere unida por los vínculos comunes que modelan la nacionalidad, son en todo caso una creación artificial o un sujeto arbitrario.
Pero siempre he sido un convencido de que los países pequeños y débiles como el nuestro, sin tradiciones arraigadas, que no han tenido siglos de oro o de plata ni en las ciencias ni en las artes ni en las letras, donde los nombres mas preclaros se tienen en poca estima, el concepto de nacionalidad con todas sus condiciones y caracteres peculiares comienza a relajarse, principalmente, si se encuentran sometidos, como nosotros, a influencias extrañas, por nuestra situación geográfica y por la circunstancia infeliz de tener parte de nuestro territorio sometido a limitaciones jurisdiccionales.
Y así, poco a poco, lentamente, se va perdiendo, como ha estado sucediendo aquí, la fe en lo autóctono, en lo panameño, hasta el extremo que llegamos a desestimar, a despreciar lo nuestro, no porque no hayamos tenido, aunque pocos, auténticos valores o una historia digna de estudiarse, sino más bien porque nos son desconocidos los primeros y a nuestra historia damos poca importancia.
Hemos aprendido en muchos aspectos las conquistas de Roma y los principios proclamados por la revolución francesa; pero hemos sido incapaces de destruir, o por lo menos aclarar, la leyenda negra que, desde el extranjero, ha sido fabricada alrededor del nacimiento de nuestra república.
Nos hemos ilustrado en forma bastante prolija, sobre las guerras napoleónicas, sobre Alejandro Magno y sobre las cruzadas, pongamos por caso, pero muy poco es lo que realmente conocemos de Tomás Herrera o de José de Fábrega y mucho menos de José de Obaldía, a quien correspondió dirigir los destinos de la Nueva Granada en uno de los momentos más difíciles de su historia.
Y así, gradualmente, se va formando la idea colectiva y perjudicial de que somos una nación sin pasado digno de mención, lo que nos hace sentir inferiores ante los demás pueblos. Y ese sentimiento de inferioridad nos torna incapaces, nos hace perder el orgullo de ser panameños y debilita los lazos de unión que deben existir en una familia istmeña.
Por todo ello, recuerdo perfectamente bien que en una ocasión en que me tocó el honor de ocupar la tribuna del Instituto Panameño de Cultura Hispánica, en conmemoración del “cuadringentésimo”, cuadragésimo séptimo aniversario del descubrimiento del Mar del Sur, abogué por una educación nacionalista – que no hay que confundir con la xenofobia, el chauvinismo y el jingoísmo – si se quería erradicar todos esos males.
Una educación nacionalista que, sin desdeñar lo extranjero, infiltre en el espíritu de la juventud el orgullo colectivo de lo panameño, mediante el conocimiento de nuestros auténticos valores y de nuestra historia.
Una educación nacionalista que diga a la juventud que aquí, en Panamá, hemos tenido poetas que han dedicado sus mejores versos a la patria y a nuestra bandera, y Maria Olimpia de Obaldía, aquí presente ha sido precisamente, una de ellos.
Una educación nacionalista que diga asimismo a la juventud que, si bien en nuestro istmo no hemos tenido un Tiziano, un Velázquez o un Rembrandt, los cuadros de Roberto Lewis son dignos, pero muy dignos, de figurar con orgullo en cualquier pinacoteca.
Una educación nacionalista que nos lleve a conocer a Justo Arosemena, no porque hay un instituto que ostenta su nombre, sino por sus obras, por sus doctrinas, por sus principios. Que todo panameño sepa que fue la ciudad de Panamá, el sitio escogido por el Libertador como lugar donde se plasmarían en realidades tangibles, las ideas y proyectos que, por muchos años, revolotearon en su cerebro.
Y que fue aquí en Panamá, finalmente, donde Balboa descubrió el Mar del Sur y donde no sólo se estableció por primera vez en el Continente Americano, la Jerarquía Eclesiástica; sino que el primer sucesor de los santos apóstoles en estas inmensas regiones fue el Obispo del Darién. Porque así, conscientes de nuestro pasado histórico, en cada panameño podemos encontrar un celoso guardián del porvenir.
Ante una verdad tan clara y evidente como la que me han permitido exponer, lógico es comprender que el Club Kiwanis de Panamá, cuyos miembros se han caracterizado por la nobleza de sentimientos y firmeza de propósitos, hubiese decidido editar periódicamente las obras completas, de ser posible, de los valores panameños más destacados de las artes, de las ciencias o en las letras, e iniciar tales ediciones con las obras completas de Maria Olimpia de Obaldía, a quien hoy tributamos complacidos este homenaje de admiración, de respeto y de reconocimiento, por su fecundo y precioso aposte a la lírica nacional.
Ahora bien: El Club Kiwanis de Panamá al adoptar la resolución anterior, no pretende con ello halagar la vanidad personal de ningún escritor en particular o la de sus descendientes. Aspira, eso sí, a algo más profundo, más intenso, más sublime. A algo que ha de tocar las fibras mismas de nuestra nacionalidad.
Ello es así, porque al estimular a nuestros autores al dar a conocer nacional e internacionalmente sus producciones y al rescatar del olvido trabajos que han de contribuir a elevar la cultura de nuestro pueblo, ayudaremos a aumentar en todos los hijos de esta tierra el conocimiento que tienen de lo panameño; lo cual ha de coadyuvar, sin duda alguna, a acrecentar en nosotros el orgullo por lo nuestro, afianzando así, al mismo tiempo, los lazos de unión y de solidaridad que deben siempre vincularnos, como miembros que somos de una misma familia.
Hoy que nos hemos congregado aquí para honrar a María Olimpia de Obaldía, me es grato y placentero declarar que la salida a la luz pública de sus obras completas es para el Club Kiwanis de Panamá motivo de orgullo e indiscutible alborozo.
Y es que nadie que sepa de literatura puede advertir lo que ella significa, no solo para nuestra patria, sino también para la América Hispana.
En lo doméstico, sin desestimar a Amelia Denis de Icaza, a una Nicole Garay y a otras rapsodas que en épocas más cercanas y actuales han dado lustre y tesura a la lírica istmeña, María Olimpia de Obaldía, a pesar de los años transcurridos, sigue siendo la gran señora o “la suprema poetisa panameña”, como la definió Samuel Lewis, al prologar su primer libro, allá por el año 1925.
Su poesía es sencilla y llana como ella. Sin afectaciones que le hagan perder esa hermosura natural, a veces ingenua, que ella ha sabido imprimirle con su habilidad y destreza. No obstante, sus versos ponen de manifiesto vastos conocimientos de la perceptiva literaria, conocimientos éstos que hacen de ella – como se puede decir también de la chilena Gabriela Mistral y de la uruguaya Juana de Ibarbourou – una de las más altas cumbres que la poesía femenina hispanoamericana puede ofrecer al parnaso castellano.
No por otra razón en un apoteósico homenaje a ella tributado en el Teatro Nacional, el 28 de noviembre de 1929, María Olimpia de Obaldía fue solemnemente proclamada María Olimpia de Panama y una corona de laureles de oro – que pareciera resplandecer todavía sobre su otoñal cabellera – le fue colocada en esa ocasión para aureolar su cabeza.
Pero en la poesía de María Olimpia de Obaldía no todo es ni métrica ni ritmo. En ella, por el contrario, palpita con gran intensidad un ser que vive y siente, que da más importancia al fondo que a la forma, para quien el espíritu cuenta más que la materia.
Y no podría ser de otra manera ya que los versos para María Olimpia de Obaldía no constituyen un fin. Son simples medios de expresar y reflejar estados de ánimo; de transmitir un mensaje, a veces de alegría, a veces de dolor, pero siempre humano y amoroso, siempre sereno y esencialmente cristiano; mensaje que solamente puede proceder de una ilustre matrona que, como ella, pese a las duras horas de aflicción con las que el destino ha querido probar, desde temprana edad, su entereza moral y firmeza de ánimo, ha sabido realizarse plenamente como mujer, como esposa y como madre.
Doña María Olimpia de Obaldía:
Siendo vos una de las poetisas más sobresalientes que ha sabido cantar con amor, en medio de un mundo cada día menos humano y preñado de odios y contradicciones, el Club Kiwanis de Panamá hubiera querido que este homenaje que os tributa hubiese sido tan grandioso como grandioso ha sido el amor que siempre ha brotado de la lira de vuestros versos.
Mas conscientes de nuestras capacidades y más aún, de nuestras limitaciones, nos hemos tenido que contentar con este acto que, si algún valor tiene, no es otro que el de ser vos la persona en cuyo honor se realiza y el de ser brindado con la sinceridad y el desinterés tan sólo comprensibles en los que verdaderamente saben y sienten lo que vos realmente significáis en el mundo maravilloso de las letras.
Recibidlo pues, apreciada señora, en nombre del Club Kiwanis de Panamá, así como en el de todas las asociaciones e instituciones que se han adherido al mismo, y en el de todos los presentes, quienes con su asistencia han querido daros un testimonio fehaciente de admiración, de respeto y de reconocimiento.
Nombre: Julio E. Linares
Nacimiento: 7 de agosto de 1930. Ciudad de Panamá
Fallecimiento: 27 de octubre de 1993. Nueva York
Ocupación: Diplomático y político
Profesó la cátedra de Derecho Internacional Público en la Universidad de Panamá, donde fue secretario,vicedecano y decano interino. Fue diputado a la Asamblea Nacional, miembro principal del Consejo Nacional de Relaciones Exteriores, presidente de la Junta Directiva del Instituto de Vivienda y Urbanismo y de la Junta de Control de Juegos, ministro Consejero de la Delegación Permanente de Panamá ante la O.N.U., gobernador de Panamá ante el Banco Mundial, representante titular de Panamá ante el Consejo Interamericano Económico y Social, y ante la V Asamblea de Gobernadores del Banco Interamericano de Desarrollo, donde fue electo presidente de la misma.
Fue ministro de Relaciones Exteriores, ministro de Hacienda y Tesoro y Ministro Interino de Trabajo y Bienestar Social. Socio del Bufete de Abogados Tapia, Linares y Alfaro, Presidente del Club Unión, presidente del Partido Nacionalista, secretario General del Instituto Hispano-Luso-Americano de Derecho Internacional, miembro del International Law Association, de The American Society of International Law, de la Academia Panameña de Derecho, del Colegio Nacional de Abogados, del Instituto Panameño de Cultura Hispánica, de la Sociedad Bolivariana de Panamá, del Instituto Latinoamericano de Estudios Avanzados, de la Academia Panameña de la Historia, de la Asociación Argentina de Derecho Internacional, del Club Activo 20-30 de Panamá y del Club Kiwanis de Panamá. Obras: La Casación Civil en la Legislación Panameña (1968), Derecho Internacional Público (1977), Tratado concerniente a la Neutralidad Permanente y al funcionamiento del Canal de Panamá (1983) y Enrique Linares en la Historia Política de Panamá (1869-1949) - Calvario de un pueblo por afianzar su soberanía (1989).