Vida y cultura

Rebelde, historiador y bolivariano

Fabio Mariño Vargas
  • 19/07/2025 23:00

En lugar de cócteles y alfombras rojas, Fabio Mariño prefiere los encuentros con quienes habitan la realidad más allá del protocolo. Su historia personal, marcada por la lucha, el exilio, la palabra y la reflexión, lo ha convertido en un embajador atípico

Nació en una región, Boyacá, donde dicen que la historia anda por la tierra llenando caminos y paisajes, y que los boyacenses sufren de amor fetichista por sus valles ubérrimos, y de un amor terco por la soledad.

En la cruda realidad de la diplomacia, apela a la discreción mediática, suele guardar silencio, y con la malicia ancestral de la vena indígena chibcha, y la astucia heredada del mestizaje español, le hace muecas a la figuración pública, aunque por lo hecho, no quiere estar solo: a cambio de mostrarse en fastuosos cocteles, ama la vida social en el territorio, con las gentes sencillas, con estudiantes soñadores de las universidades y con los académicos; gusta disfrutar las vibraciones de las comunidades lejanas que parecen ensimismadas por las rutinas de su sosegada existencia, dictar conferencias y escribir libros.

O como diría el historiador ido, don Germán Arciniegas, aplicado el símil a su actitud y no a la geografía, “es de aldeas, donde la vida agazapada tiene raras grandezas y singulares glorias”. Y todo, porque, en esencia, la historia nace y se hace en esas intimidades de los pueblos, en los susurros parroquiales, en sus fetiches, en sus gestos solidarios colectivos, en la justeza de sus rebeldías, en la buena vecindad, y en el apego a la vida tranquila y a la paz.

Claro está: Fabio Mariño Vargas, es historiador consagrado y educador popular, y de estos gajes, ya no tiene cura, menos, siendo como es, nacido en el campo de guerra donde el libertador Simón Bolívar, y su ejército de descamisados, el 7 de agosto de 1819 aseguraron la independencia definitiva de Colombia, sobre el Puente de Boyacá.

De manera que, aventuras más, aventuras menos, no es de extrañar que, en su juventud, haya protagonizado, en calidad de universitario, el peligroso rol de dirigente estudiantil y haya lanzado en las calles gritos enardecidos a favor de la educación nacional y contra las imposiciones imperiales de la época, y como consecuencia de ellos, fuera perseguido, señalado, acorralado, y empujado a tomar las armas. meterse a las montañas, y junto a otros románticos guerreros, terminara convertido en un rebelde en armas.

En las montañas, tuvo tiempo para estudiar historia y literatura aunque fuera a pedazos, por fracciones, ya que cada rebelde tomaba dos o tres hojas de un libro, cada uno con manojo distinto, y lo iban circulando, y a la final, en realidad completaban la lectura a espasmos.

Desde que acompañó al Movimiento M-19 a firmar la paz y a impulsar la constitución que hoy rige a Colombia, aprobada en el año 1991, histórica por consagrar el estado social de derecho como su premisa, y la paz como su mayor obligación, ha dedicado su vida a la educación, y a la pedagogía de la reconciliación, a la resolución de conflictos, a la investigación histórica, a interpretar el mundo global desde sus propias contradicciones, y ser coherente en lo que hace, como la búsqueda de un país mejor, o facilitar acuerdos entre contrarios.

Dicen que Juan de Castellanos, el sacerdote cronista de las Indias y de Tunja, la capital de la provincia de Boyacá, colocó en boca del conquistador español la frase: “Tierra buena, tierra que pone fin a nuestra pena”. Y como hijo de tierra buena, y fértil y muy orgullosa de Bolívar, sea, tal vez, válido decir que, , como embajador de Colombia en Panamá, Fabio Mariño Vargas, sin ínfulas de colonizador, ni de libertador, ni de profeta, anima hoy, a lo largo y ancho del istmo, donde le sea posible, la celebración del Bicentenario del Congreso Anfictiónico de Panamá, (junio de 1826 – 2026). Seriamente comprometido con el gobierno de Panamá en esta tarea, ha sido recibido por la Sociedad Bolivariana de Panamá, y cree que el mayor patrimonio de Panamá es su soberanía, a la que hay que respaldar sin vacilaciones ni dudas.