Vida y cultura

Heckadon: ‘Que no se pierda el arte de narrar como en los tiempos de antes’

Stanley Heckadon-Moreno, investigador, antropólogo, escritor, historiador y sociólogo. José Abel Herrera | La Estrella de Panamá
Algunos de los libros publicados por Heckadon. Sandry Crespo | La Estrella de Panamá
El investigador ha plasmado sus conocimientos en textos. José Abel Herrera | La Estrella de Panamá
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  • 01/07/2025 00:00

El historiador y escritor de la historia natural de Panamá conversa con La Decana sobre cómo empezó su pasión por la escritura, habla de la importancia de la narración y de su más reciente libro

Stanley Heckadon-Moreno creció en el seno de una familia rural, en una finca en Chiriquí. Durante una época en la que “la vida era muy difícil”. No había luz eléctrica, no había acueductos. Había que salir a caballo o en bote. No había escuela, sus abuelos no sabían leer ni escribir; sin embargo, su abuela era una gran contadora de cuentos. “Al final del día, siempre terminábamos igual: después del rosario, ‘abuelo, échese un cuento”, recuerda.

¿Qué le contaban las familias a sus hijos? “Cosas de la capital. Pero en Chiriquí eran otras historias. Esa forma de narrar la historia me marcó. Las historias en las regiones eran distintas a las de la capital”, confiesa el historiador y escritor de la historia natural de Panamá, quien también es investigador, antropólogo, sociólogo y actualmente científico emérito del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI).

La primera vez que alguien le hizo ver que podía escribir fue cuando estaba en la escuela secundaria. “Mi profesor de español, José Espino, nos ponía a hacer ensayos. Y un día, devolviéndonos los exámenes —eso sería en 1960, mi año de graduación— me dice el profesor: ‘Oye, tú escribes bien, sigue practicando”.

“Nunca le presté atención a eso. Pero cuando fui a la universidad, en Estados Unidos y en Inglaterra, era muy frecuente que nos mandaran a escribir ensayos. Había que investigar sobre el tema que estábamos trabajando —antropología de las religiones, etnología, arqueología—, leer mucha información y plasmarlo por escrito. El manejo del idioma era vital: ¿cómo escribir?, ¿cómo investigar y cómo escribir?”, cuenta Heckadon-Moreno.

Desde entonces, no ha dejado de escribir ni de contar historias. Pero más allá de los libros académicos y artículos científicos, mantiene vivo el arte de narrar cuentos, esos relatos que escuchaba en la penumbra de las noches chiricanas, cuando la voz de sus abuelos competía con el sonido del río y el silbido de la selva.

Hoy lamenta que esa costumbre se esté perdiendo. “Definitivo. Se ha ido perdiendo, poco se estimula en las escuelas. Y en casa yo creo que también: la vida es más agitada”, reflexiona. Recuerda que antes la familia se reunía alrededor de la mesa. “Todo mundo comía junto. Cuando caía el sol a las 4, había que lavar los platos en el río, luego rezar el rosario y después venían los cuentos. Historias de Chiriquí, cosas del tiempo de Colombia, criaturas de la selva...”.

Con la revolución digital y el bombardeo de estímulos globales, muchos niños y jóvenes ya no escuchan los relatos locales, esas leyendas que tejían identidad y alimentaban la curiosidad. Pero Heckadon-Moreno insiste en que los cuentos aún tienen un lugar, incluso en la ciencia. “A mí me gustan siempre los cuentos, hasta el día de hoy los uso. Cuando uno llega a un grupo de maestros o a una reunión, un cuento dice mucho y la gente se identifica”.

Durante los 20 años que estuvo a cargo del laboratorio marino de Galeta, usaba cuentos para explicar la vida alrededor de los manglares y el mar. Entre sus anécdotas está la de su primera becaria en Galeta, quien una madrugada se topó con un enorme lagarto bloqueándole la puerta del laboratorio. “No había celulares para avisar a nadie. Se quedó subida en una mesa redonda hasta que llegó don Santos Lemos, que era mi mano derecha”.

Para Heckadon-Moreno, relatar la naturaleza a través de cuentos es una forma de acercar a niños y jóvenes a la ciencia. Un ejemplo es el éxito editorial inesperado del Instituto Smithsonian: un pequeño libro para colorear llamado Cuenta y pinta con los amigos de Galeta. “Cada criatura tiene una historia: la tortuguita marina, el gato solo, el pez tamboril. Esa es la forma de atraer a los niños”.

Su forma de contar despierta la curiosidad: “Cuando los niños preguntan por la tortuguita, les digo cómo se llama, por qué se llama así, quién la encontró. Eso conecta a los niños con la naturaleza. Les interesa la ciencia porque primero les contaron una historia”.

Por eso, no sorprende que su próximo libro se titule Cuentos a la vera del río y la mar. “Porque cuando yo era niño, al mar no se le decía ‘el mar’, se decía ‘la mar”, aclara con una sonrisa. Ese nuevo volumen reúne relatos breves, recuerdos que mezclan historia, política y costumbres panameñas. Como aquel primer cuento, Cuatro cajas de pachita, que surgió porque la periodista Isabel Díaz le insistió en que escribiera relatos cortos.

Ahí aparecen escenas de elecciones rurales, curanderos, campesinos que vieron nacer el lago Gatún o viejos buzos de perlas, esos hombres que se sumergían a pulmón en busca de tesoros naturales mucho antes de que llegara Colón. “Conocí varios buzos viejos cuando era niño y su vida me parecía fascinante: bajar a grandes profundidades, vérselas con tiburones y pulpos...”.