‘La Alondra Coclesana’, vida y obra de Martina Andrión
- 08/06/2025 00:00
Educadora, poetisa y compositora, Andrión dejó una huella profunda en la cultura panameña a través de su amor por la tierra, la lengua y la enseñanza En el corazón de Coclé, nació una mujer que marcó la cultura panameña con la dulzura de sus versos y el compromiso de su enseñanza.
Martina Andrión, nacida el 9 de junio de 1907 en Penonomé, fue más que una poetisa: fue educadora, compositora, narradora y símbolo viviente del alma panameña. Su legado, aún presente entre quienes valoran la identidad nacional, la hizo merecedora del apodo “La Alondra Coclesana”, una distinción que honra la fuerza poética y la musicalidad de su obra.
Desde pequeña, Martina mostró una sensibilidad extraordinaria por el lenguaje. A los 10 años escribió sus primeros poemas para El Niño, un periódico escolar que vio nacer a esta voz literaria precoz.
Criada en un entorno rural cargado de tradiciones, paisajes y vivencias sencillas, supo absorber lo mejor de su tierra para luego transformarlo en arte.
Tras culminar sus estudios primarios en Penonomé, inició una trayectoria como maestra rural en Churuquita Chiquita. Fueron cuatro años de enseñanza que marcaron su carácter humanista y reforzaron su vínculo con la comunidad. Su vocación por educar no era distinta de su amor por escribir: ambas nacían de su deseo de sembrar belleza y conocimiento en su entorno.
Formación y vida docente Consciente de la importancia de seguir aprendiendo, Martina viajó a la ciudad de Panamá, donde culminó la secundaria en el Instituto Justo Arosemena. Allí afianzó su formación pedagógica y, poco después, regresó a la provincia para impartir clases en las escuelas de Sofre y Santa Rita de Antón.
No se limitó a enseñar las asignaturas convencionales; también inculcó el amor por la patria y la cultura, componiendo himnos escolares que aún resuenan en la memoria local.
Su pasión por la expresión artística la llevó a matricularse en el Conservatorio Nacional de Música y Declamación en 1942. Allí estudió declamación, ritmo y canto. Fue durante estos años que el crítico Enrique Ruiz Vernacci la reconoció como una “poetisa de gran fuerza”, una declaración que validaba lo que ya era evidente para quienes la conocían: Martina tenía una voz propia, y no temía usarla.
Una voz para Panamá La obra de Martina Andrión se caracteriza por un amor profundo hacia su país. No es una poesía abstracta ni decorativa; es una poesía comprometida, arraigada a la tierra y al corazón del pueblo. En 1944 publicó Mis Violetas, su primer poemario, un compendio de sensibilidad lírica que exploraba temas como la maternidad, el paisaje y la identidad.
Además de su obra poética, incursionó en la composición musical. Su bolero Guacamaya, escrito en 1952, se convirtió en un himno sentimental para Penonomé. La canción recoge no sólo el vuelo del ave que le da título, sino también el sentimiento de pertenencia, el dolor de la ausencia y la esperanza del reencuentro. Con esta pieza, Martina selló su lugar en la memoria colectiva de los coclesanos.
En 1957, publicó San Blas, Joyel del Istmo, una obra que exalta la riqueza cultural de la comarca Guna Yala y se convierte en un documento poético de gran valor etnográfico.
Años después, en 1965, compuso dos piezas icónicas: Sal y Azúcar, una tamborera que rinde homenaje a Aguadulce, y Picachos de Olá, una canción que glorifica la belleza natural de esta región coclesana.
Menos conocida, pero igualmente valiosa, es su faceta de narradora. Bajo el seudónimo “Tina del Mar”, Martina escribió cuentos que retratan la cotidianidad panameña con ternura, ironía y sensibilidad. Si bien gran parte de esta obra permanece dispersa, su estilo narrativo se caracteriza por un enfoque humanista, centrado en las emociones y la dignidad de los personajes humildes.
Reconocimientos y vida diplomática A lo largo de su vida, Martina recibió múltiples homenajes. En 1961, fue galardonada con la Medalla de Oro “Honor al Mérito” por las Damas Unidas de Penonomé. En 1972, la Universidad de Panamá le otorgó la condecoración “La Lira Alada”, en reconocimiento a su valiosa contribución a las letras nacionales.
Uno de los momentos más destacados de su trayectoria llegó en 1966, cuando fue nombrada Agregada Cultural de la Embajada de Panamá en La Paz, Bolivia. Desde allí, promovió el folclore y la literatura panameña, ganándose el respeto de círculos artísticos internacionales. Su labor diplomática no fue sólo protocolar, sino profundamente cultural: donde iba, Martina llevaba a Panamá en el alma y en la voz.
Martina Andrión falleció el 13 de abril de 2005 en la ciudad de Panamá, a la edad de 97 años. Pero su obra sigue viva: en las canciones que aún se entonan en las escuelas de Coclé, en los poemas que laten con voz campesina y en las generaciones que han aprendido a amar su tierra gracias a sus palabras.
Hoy, más de un siglo después de su nacimiento, hablar de Martina Andrión es hablar de identidad, de raíces, de educación y de arte. Su vida nos recuerda que la cultura no se hace en grandes academias ni con presupuestos millonarios, sino en las aulas rurales, en las páginas amarillentas de los periódicos escolares y en el canto de una alondra que se niega a ser olvidada.
En el corazón de Coclé, nació una mujer que marcó la cultura panameña con la dulzura de sus versos y el compromiso de su enseñanza.
Martina Andrión, nacida el 9 de junio de 1907 en Penonomé, fue más que una poetisa: fue educadora, compositora, narradora y símbolo viviente del alma panameña. Su legado, aún presente entre quienes valoran la identidad nacional, la hizo merecedora del apodo “La Alondra Coclesana”, una distinción que honra la fuerza poética y la musicalidad de su obra.
Desde pequeña, Martina mostró una sensibilidad extraordinaria por el lenguaje. A los 10 años escribió sus primeros poemas para El Niño, un periódico escolar que vio nacer a esta voz literaria precoz.
Criada en un entorno rural cargado de tradiciones, paisajes y vivencias sencillas, supo absorber lo mejor de su tierra para luego transformarlo en arte.
Tras culminar sus estudios primarios en Penonomé, inició una trayectoria como maestra rural en Churuquita Chiquita. Fueron cuatro años de enseñanza que marcaron su carácter humanista y reforzaron su vínculo con la comunidad. Su vocación por educar no era distinta de su amor por escribir: ambas nacían de su deseo de sembrar belleza y conocimiento en su entorno.
Consciente de la importancia de seguir aprendiendo, Martina viajó a la ciudad de Panamá, donde culminó la secundaria en el Instituto Justo Arosemena. Allí afianzó su formación pedagógica y, poco después, regresó a la provincia para impartir clases en las escuelas de Sofre y Santa Rita de Antón.
No se limitó a enseñar las asignaturas convencionales; también inculcó el amor por la patria y la cultura, componiendo himnos escolares que aún resuenan en la memoria local.
Su pasión por la expresión artística la llevó a matricularse en el Conservatorio Nacional de Música y Declamación en 1942. Allí estudió declamación, ritmo y canto. Fue durante estos años que el crítico Enrique Ruiz Vernacci la reconoció como una “poetisa de gran fuerza”, una declaración que validaba lo que ya era evidente para quienes la conocían: Martina tenía una voz propia, y no temía usarla.
La obra de Martina Andrión se caracteriza por un amor profundo hacia su país. No es una poesía abstracta ni decorativa; es una poesía comprometida, arraigada a la tierra y al corazón del pueblo. En 1944 publicó Mis Violetas, su primer poemario, un compendio de sensibilidad lírica que exploraba temas como la maternidad, el paisaje y la identidad.
Además de su obra poética, incursionó en la composición musical. Su bolero Guacamaya, escrito en 1952, se convirtió en un himno sentimental para Penonomé. La canción recoge no sólo el vuelo del ave que le da título, sino también el sentimiento de pertenencia, el dolor de la ausencia y la esperanza del reencuentro. Con esta pieza, Martina selló su lugar en la memoria colectiva de los coclesanos.
En 1957, publicó San Blas, Joyel del Istmo, una obra que exalta la riqueza cultural de la comarca Guna Yala y se convierte en un documento poético de gran valor etnográfico.
Años después, en 1965, compuso dos piezas icónicas: Sal y Azúcar, una tamborera que rinde homenaje a Aguadulce, y Picachos de Olá, una canción que glorifica la belleza natural de esta región coclesana.
Menos conocida, pero igualmente valiosa, es su faceta de narradora. Bajo el seudónimo “Tina del Mar”, Martina escribió cuentos que retratan la cotidianidad panameña con ternura, ironía y sensibilidad. Si bien gran parte de esta obra permanece dispersa, su estilo narrativo se caracteriza por un enfoque humanista, centrado en las emociones y la dignidad de los personajes humildes.
A lo largo de su vida, Martina recibió múltiples homenajes. En 1961, fue galardonada con la Medalla de Oro “Honor al Mérito” por las Damas Unidas de Penonomé. En 1972, la Universidad de Panamá le otorgó la condecoración “La Lira Alada”, en reconocimiento a su valiosa contribución a las letras nacionales.
Uno de los momentos más destacados de su trayectoria llegó en 1966, cuando fue nombrada Agregada Cultural de la Embajada de Panamá en La Paz, Bolivia. Desde allí, promovió el folclore y la literatura panameña, ganándose el respeto de círculos artísticos internacionales. Su labor diplomática no fue sólo protocolar, sino profundamente cultural: donde iba, Martina llevaba a Panamá en el alma y en la voz.
Martina Andrión falleció el 13 de abril de 2005 en la ciudad de Panamá, a la edad de 97 años. Pero su obra sigue viva: en las canciones que aún se entonan en las escuelas de Coclé, en los poemas que laten con voz campesina y en las generaciones que han aprendido a amar su tierra gracias a sus palabras.
Hoy, más de un siglo después de su nacimiento, hablar de Martina Andrión es hablar de identidad, de raíces, de educación y de arte. Su vida nos recuerda que la cultura no se hace en grandes academias ni con presupuestos millonarios, sino en las aulas rurales, en las páginas amarillentas de los periódicos escolares y en el canto de una alondra que se niega a ser olvidada.