La docencia preescolar en Panamá: un reflejo vivo de los estereotipos de género
- 16/11/2025 00:00
Promover una mayor equidad de género en todos los niveles del sistema educativo incluido el preescolar requiere más que campañas simbólicas. Implica políticas públicas decididas, formación docente con enfoque de género
En Panamá, como en muchos otros países de América Latina, la educación ha sido históricamente un espacio donde las mujeres han encontrado una mayor participación laboral. Sin embargo, al observar con mayor detenimiento los distintos niveles del sistema educativo, se revela una realidad desigual: la docencia preescolar se encuentra profundamente feminizada, mientras que la presencia masculina es casi invisible. Este artículo propone mirar más allá de las cifras para reflexionar sobre las raíces culturales de esta desigualdad, reconociendo en ella una manifestación clara de los estereotipos de género que siguen operando en nuestra sociedad.
Según datos del Ministerio de Educación (MEDUCA), en Panamá tenemos alrededor de 70,011 docentes 53,309 correspondieron al sector oficial y 16,702 al particular nivel nacional donde alrededor de 4,159 docentes son de etapa preescolar. Según datos del CIEDU, en su última investigación los cuales apenas el 2 % son hombres, del proyecto: “Programa de Movilidad para Investigación y Desarrollo sobre Formación Docente” liderado por la Dra. Mariana León.
Esta proporción nos da unos 83 docentes preescolar masculinos en todo el país no puede explicarse únicamente por preferencias personales o decisiones individuales. Más bien, es necesario considerar los condicionamientos sociales que moldean esas decisiones desde la infancia. La mayoría de las universidades en Panamá, dentro de su licenciatura de Educación Preescolar, cuentan con matrículas solo de mujeres, donde se puede a simple vista comprobar en las aulas universitarias.
Aquí es donde la sociología nos ofrece herramientas valiosas para entender este fenómeno. Pierre Bourdieu, al hablar de la violencia simbólica, nos explica cómo las estructuras sociales interiorizadas lo que él llama el “habitus” reproducen roles de género de forma casi invisible, como si fueran naturales. Así, la sociedad ha construido la idea de que educar y cuidar a niños pequeños es una “tarea femenina”, asociada a supuestas cualidades intrínsecas como la ternura, la paciencia y la sensibilidad emocional.
Si miramos esta realidad desde la teoría feminista, podemos entenderla también como una expresión del patriarcado. Tal como lo explica Sylvia Walby “socióloga británica especialista en género” : el patriarcado es un sistema de estructuras y prácticas sociales en el que los hombres mantienen posiciones de dominio sobre las mujeres. Esto no siempre se ve de forma directa o violenta; muchas veces actúa sutilmente, asignando a las mujeres ciertos roles como si fueran naturales. En este caso, el cuidado y la docencia en los primeros años han sido históricamente presentados como “cosas de mujeres”, reforzando así la división sexual del trabajo.
Michel Foucault nos ayuda a profundizar en cómo se sostienen y reproducen estas ideas. Para él, el poder no es algo que solo se impone desde arriba, sino que circula a través de una red de relaciones que está presente en todos los ámbitos de la vida social. Esa red opera mediante prácticas, discursos y mecanismos que orientan y regulan la conducta de las personas. En la docencia preescolar, por ejemplo, vemos cómo estas dinámicas clasifican y separan a las personas en categorías: las mujeres son vistas como “educadoras naturales” y los hombres como “figuras de autoridad”.
Foucault también nos recuerda que, aunque formemos parte de esas estructuras de poder, no estamos condenados a reproducirlas siempre. Existe la posibilidad de resistirlas y transformarlas. En este caso, abrir más espacio para que los hombres participen en la educación y el cuidado de la primera infancia no solo sería un cambio laboral, sino también un acto que desafía las bases mismas del orden patriarcal.
Este imaginario se convierte en una barrera simbólica para los hombres, que rara vez se visualizan a sí mismos en un aula de preescolar, y cuando lo hacen, suelen enfrentarse a estigmas sociales que ponen en duda su vocación o incluso su masculinidad. En algunos casos, el prejuicio es aún más grave, generando sospechas infundadas sobre las intenciones de los hombres que eligen trabajar con la primera infancia. Esta sospecha no solo es injusta, sino también profundamente dolorosa para quienes realmente quieren hacer la diferencia en esta etapa crucial del desarrollo infantil.
Cuestionar estas estructuras implica ir más allá de abrir plazas o incentivar que más hombres se matriculen en la carrera de Licenciatura en preescolar. Significa desarmar la base cultural que legitima la división sexual del trabajo, reconocer que el cuidado y la educación de la primera infancia son responsabilidades humanas y no atribuidas a lo natural de un género.
La feminización extrema de la docencia en los primeros niveles educativos tiene implicaciones que van más allá de lo laboral. Por un lado, priva a los niños y niñas de la oportunidad de tener referentes masculinos positivos en sus primeros años de vida, algo esencial para romper con modelos rígidos de género. Por otro lado, refuerza la idea de que el cuidado infantil es responsabilidad exclusiva de las mujeres, reproduciendo desde la escuela la división sexual del trabajo que tanto criticamos en otros ámbitos.
Además, esta situación invisibiliza a los hombres que sí desean dedicarse a la docencia en la primera infancia, quienes deben navegar en un sistema institucional que no está preparado para recibirlos con apertura, ni brindarles apoyo o reconocimiento. El sistema educativo, en muchos casos, no está diseñado para reconocer ni valorar la contribución masculina en estas etapas, lo que limita la pluralidad de perspectivas y estilos pedagógicos que pueden enriquecer la educación inicial.
Al final, esta desigualdad no solo afecta lo que pasa en la escuela, sino que tiene un impacto mucho más grande en cómo entendemos lo que significa ser hombre o mujer. Mantener la idea de que solo las mujeres deben cuidar y educar en los primeros años termina limitando las experiencias de todos los niños y niñas; por lo tanto, sigue manteniendo viejas formas de exclusión y desigualdad que hacen que algunas personas se sientan menos valoradas o incluso marginadas por su género.
De seguir el poder normalizado y estereotipos actuando juntos, seguimos reforzando desigualdades que se transmiten de generación en generación y que requieren pues un cuestionamiento profundo para abrir paso a relaciones más equitativas.
La escasa participación masculina en la docencia preescolar panameña no es una simple anécdota estadística, sino un síntoma de algo mucho más profundo: los estereotipos de género que todavía estructuran nuestras expectativas, nuestras carreras y nuestras vidas. Como bien señala Bourdieu, el cambio social requiere visibilizar las estructuras invisibles que nos condicionan, y uno de esos cambios urgentes pasa por transformar el imaginario sobre quién puede cuidar y educar.
Promover una mayor equidad de género en todos los niveles del sistema educativo incluido el preescolar requiere más que campañas simbólicas. Implica políticas públicas decididas, formación docente con enfoque de género y, sobre todo, una apuesta cultural por desmontar los prejuicios que siguen asignando a hombres y mujeres roles predefinidos desde la cuna. Solo así construiremos una escuela y una sociedad más libre, más justa y humana.
La autora es Socióloga. Docente de la Universidad de Panamá.