‘Los proyectos musicales deben ser reforzados porque pueden engrandecer al país’
- 27/05/2025 06:27
La violinista nacida en Panamá tiene 44 años de tocar con la Orquesta Sinfónica Nacional. Ella, junto con su familia, han dejado su huella en la música. Ariadna Núñez empezó a tocar violín cuando tenía seis años. Su padre, Gonzalo Núñez, fue alumno del maestro Alfredo De Saint Malo y, por supuesto, le enseñó a tocar el instrumento.
En 1975 ingresó al Plan Juvenil de la Orquesta Sinfónica Nacional y recibió clases de los profesores Adriano Vásquez, Carmen Cedeño (q.e.p.d.), quien fuera por más de 30 años concertino de nuestra Orquesta Sinfónica, y su hermano José Cedeño (q.e.p.d.), asistente de concertino.
Se convirtió en la mujer más joven en ingresar en la Orquesta Sinfónica Nacional de Panamá, cuando en 1981 se ganó el espacio luego de una audición bajo la dirección del maestro Eduardo Charpentier De Castro.
Su talento musical la llevó a representar a Panamá en escenarios internacionales. En 1987, participó en el Festival de Juventudes durante el reconocido Festival Casals en Puerto Rico. Ese mismo año fue seleccionada como segundo violín de la Orquesta Sinfónica de Panamá para integrar la Orquesta Filarmónica Mundial en Tokio, Japón, un evento auspiciado por Unicef y dirigido por el célebre maestro italiano Giuseppe Sinopoli (q.e.p.d.).
En 1990, obtuvo el primer lugar en el concurso de violín Saint Malo–Bach. Tres años después se graduó como Licenciada en Educación Musical por la Universidad de Panamá. En 1995 ingresó al Conservatorio de Música de Puerto Rico, donde estudió violín con Henry Hutchinson y viola con don Guillermo Figueroa. En 1997 fue seleccionada, tras una audición, como violinista de la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico, donde permaneció hasta 1999. Ese mismo año culminó sus estudios con altos honores y medalla magna cum laude.
La trayectoria de Ariadna continúa. Nos recibe en la Ciudad de las Artes durante un ensayo de la Sinfónica, previo al concierto de aniversario que se hará el jueves 29 de mayo, a las 8:00 p.m., en el Teatro Balboa. En el descanso, salimos del auditorio y conversamos. Luego, regresamos y posó con violín en mano para las fotos.
La artista cuenta su historia, lo que sería de ella sin la música, su coqueteo con otros ritmos tropicales y el regreso a la música clásica, cómo es vivir de la música en Panamá y otros temas.
¿Cómo fue el comienzo de su camino en la música? Este camino en la música fue bastante interesante. Mi familia estudiaba —algunos— en el Conservatorio: flauta, piano... Mi papá era violinista, estudiaba violín con el maestro Saint Malo en su momento, nuestro gran solista panameño del violín. Y bueno, yo veía ese entusiasmo con el que mi papá tocaba el violín y le dije: “Yo quiero tocar como tú”.
Y bueno, en un verano de 1975, cuando se inicia el programa del Plan Juvenil de la Orquesta Sinfónica Nacional, mi mamá dijo: “Vamos a llevar a las dos más grandes”, ¿no? A mi hermana Graciela y a mí. Fuimos entonces a hacer la prueba para ingresar al programa y nos aceptaron. Ya sabíamos un poquito del instrumento gracias a mi papá.
¿Qué sentimiento le genera saber que es la mujer que tiene más tiempo con la Orquesta? Realmente, me siento afortunada. Desde pequeña veía los conciertos de la orquesta y a mi maestra, Carmen Cedeño, quien fue por muchos años la principal, la concertino de la orquesta. La admiraba tanto que le decía a mi papá: “Yo quiero algún día formar parte de esa agrupación”. Y se hizo realidad: a los 12 años mi maestra me tomó en cuenta para hacer una audición entre los alumnos más avanzados, y tuve la fortuna de ser elegida.
¿Qué hubiese sido de usted si no hubiese encontrado la música... o si la música no la hubiese encontrado a usted? Sería doctora. Intenté estudiar medicina, pero un evento muy especial fue lo que me motivó a seguir en la música.
¿Me puede contar cuál fue ese evento? ¡Cómo no! Ya estando en la Orquesta Sinfónica, en 1987, el maestro Eduardo Charpentier me escoge para representar a Panamá en la Orquesta Filarmónica Mundial, que se iba a efectuar en Tokio, Japón, dirigida por el maestro Giuseppe Sinopoli, un gran director ya fallecido. Y viendo la manera en que trataban a los músicos, el nivel tan alto de los músicos... eso me inspiró de tal manera que dejé a un lado la medicina.
¿Ahí supo que realmente quería dedicarse a la música? Sí.
¿Al 100 %? Al 100 %.
¿Solamente con la orquesta o también da clases? Fuera de la orquesta soy profesora en el Conservatorio. Tengo 26 años de ser parte del cuerpo docente. Además, formo parte del grupo de cámara Clarinón. Con ellos he viajado a Europa, Portugal, Bélgica... promoviendo la música clásica y panameña.
Usted, que es la voz de la experiencia en la música, ¿cómo ve el país en cuanto a oportunidades? ¿Ha sido muy cuesta arriba? Posiblemente, al empezar tan pequeña el camino me lo hicieron fácil, mis padres me llevaban a los lugares donde podía recibir enseñanza del instrumento. Pero ya siendo joven, a los 18 o 20 años, sí sentí que el camino era un poco complicado. Por ejemplo, conseguir repuestos para el instrumento, conseguir libros... en esos momentos no era tan fácil como ahora. Así que, cuando un maestro te decía “te voy a regalar este libro”, era algo impresionante, maravilloso.
Además, el país vivía momentos duros, como la invasión. Eso daba un poco de temor porque sentías que el área donde laborabas y que amabas tanto podía desaparecer. En ese momento solo éramos 21 músicos en toda la orquesta, porque los extranjeros que vivían aquí tuvieron que retornar a sus países.
Pero eso fue como la semilla. Por eso nunca dejo de agradecerles a los pioneros que sembraron la semilla para crear la Orquesta Sinfónica. Ese legado nos tocó a nosotros seguirlo, cuidarlo. Ahora, ver la orquesta grande, con gente joven que ha seguido estudiando, para nosotros es una gran satisfacción.
¿En algún momento de su carrera pensó en hacer otro tipo de música? Cuando estudié en Puerto Rico, donde hice mi licenciatura, tuve una vivencia bastante cercana con la música tropical. Incluso, los músicos jóvenes participábamos a veces en orquestas que acompañaban a Chichi Peralta o a Gilberto Santa Rosa. Eso nos animó, pero realmente, mi amor siempre ha sido por la música clásica. Puedo tocar música típica porque mi papá también nos inculcó el amor por nuestra música. Tengo una hermana, Graciela Núñez. Después de hacer tantos estudios en Estados Unidos, decidió reforzar su conocimiento de la música folclórica panameña. Ahora mismo está en Pedasí haciendo eso. Somos cuatro hermanas y las cuatro tocamos instrumentos.
¿Cuál es la importancia de la música para los jóvenes, sobre todo los que viven en comunidades vulnerables? Todas estas bellas artes despiertan en el ser humano lo más lindo. La música nace del corazón. Soy de las que realmente piensa que, a pesar de que una persona haya estado en entornos difíciles o cercanos al crimen, la música puede despertar lo más bonito que lleva dentro. Los proyectos musicales deben ser reforzados, al igual que las escuelas que imparten música de manera formal, porque pueden engrandecer lo más bello de un país.
Ariadna Núñez empezó a tocar violín cuando tenía seis años. Su padre, Gonzalo Núñez, fue alumno del maestro Alfredo De Saint Malo y, por supuesto, le enseñó a tocar el instrumento.
En 1975 ingresó al Plan Juvenil de la Orquesta Sinfónica Nacional y recibió clases de los profesores Adriano Vásquez, Carmen Cedeño (q.e.p.d.), quien fuera por más de 30 años concertino de nuestra Orquesta Sinfónica, y su hermano José Cedeño (q.e.p.d.), asistente de concertino.
Se convirtió en la mujer más joven en ingresar en la Orquesta Sinfónica Nacional de Panamá, cuando en 1981 se ganó el espacio luego de una audición bajo la dirección del maestro Eduardo Charpentier De Castro.
Su talento musical la llevó a representar a Panamá en escenarios internacionales. En 1987, participó en el Festival de Juventudes durante el reconocido Festival Casals en Puerto Rico. Ese mismo año fue seleccionada como segundo violín de la Orquesta Sinfónica de Panamá para integrar la Orquesta Filarmónica Mundial en Tokio, Japón, un evento auspiciado por Unicef y dirigido por el célebre maestro italiano Giuseppe Sinopoli (q.e.p.d.).
En 1990, obtuvo el primer lugar en el concurso de violín Saint Malo–Bach. Tres años después se graduó como Licenciada en Educación Musical por la Universidad de Panamá. En 1995 ingresó al Conservatorio de Música de Puerto Rico, donde estudió violín con Henry Hutchinson y viola con don Guillermo Figueroa. En 1997 fue seleccionada, tras una audición, como violinista de la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico, donde permaneció hasta 1999. Ese mismo año culminó sus estudios con altos honores y medalla magna cum laude.
La trayectoria de Ariadna continúa. Nos recibe en la Ciudad de las Artes durante un ensayo de la Sinfónica, previo al concierto de aniversario que se hará el jueves 29 de mayo, a las 8:00 p.m., en el Teatro Balboa. En el descanso, salimos del auditorio y conversamos. Luego, regresamos y posó con violín en mano para las fotos.
La artista cuenta su historia, lo que sería de ella sin la música, su coqueteo con otros ritmos tropicales y el regreso a la música clásica, cómo es vivir de la música en Panamá y otros temas.
Este camino en la música fue bastante interesante. Mi familia estudiaba —algunos— en el Conservatorio: flauta, piano... Mi papá era violinista, estudiaba violín con el maestro Saint Malo en su momento, nuestro gran solista panameño del violín. Y bueno, yo veía ese entusiasmo con el que mi papá tocaba el violín y le dije: “Yo quiero tocar como tú”.
Y bueno, en un verano de 1975, cuando se inicia el programa del Plan Juvenil de la Orquesta Sinfónica Nacional, mi mamá dijo: “Vamos a llevar a las dos más grandes”, ¿no? A mi hermana Graciela y a mí. Fuimos entonces a hacer la prueba para ingresar al programa y nos aceptaron. Ya sabíamos un poquito del instrumento gracias a mi papá.
Realmente, me siento afortunada. Desde pequeña veía los conciertos de la orquesta y a mi maestra, Carmen Cedeño, quien fue por muchos años la principal, la concertino de la orquesta. La admiraba tanto que le decía a mi papá: “Yo quiero algún día formar parte de esa agrupación”. Y se hizo realidad: a los 12 años mi maestra me tomó en cuenta para hacer una audición entre los alumnos más avanzados, y tuve la fortuna de ser elegida.
Sería doctora. Intenté estudiar medicina, pero un evento muy especial fue lo que me motivó a seguir en la música.
¡Cómo no! Ya estando en la Orquesta Sinfónica, en 1987, el maestro Eduardo Charpentier me escoge para representar a Panamá en la Orquesta Filarmónica Mundial, que se iba a efectuar en Tokio, Japón, dirigida por el maestro Giuseppe Sinopoli, un gran director ya fallecido. Y viendo la manera en que trataban a los músicos, el nivel tan alto de los músicos... eso me inspiró de tal manera que dejé a un lado la medicina.
Sí.
Al 100 %.
Fuera de la orquesta soy profesora en el Conservatorio. Tengo 26 años de ser parte del cuerpo docente. Además, formo parte del grupo de cámara Clarinón. Con ellos he viajado a Europa, Portugal, Bélgica... promoviendo la música clásica y panameña.
Posiblemente, al empezar tan pequeña el camino me lo hicieron fácil, mis padres me llevaban a los lugares donde podía recibir enseñanza del instrumento. Pero ya siendo joven, a los 18 o 20 años, sí sentí que el camino era un poco complicado. Por ejemplo, conseguir repuestos para el instrumento, conseguir libros... en esos momentos no era tan fácil como ahora. Así que, cuando un maestro te decía “te voy a regalar este libro”, era algo impresionante, maravilloso.
Además, el país vivía momentos duros, como la invasión. Eso daba un poco de temor porque sentías que el área donde laborabas y que amabas tanto podía desaparecer. En ese momento solo éramos 21 músicos en toda la orquesta, porque los extranjeros que vivían aquí tuvieron que retornar a sus países.
Pero eso fue como la semilla. Por eso nunca dejo de agradecerles a los pioneros que sembraron la semilla para crear la Orquesta Sinfónica. Ese legado nos tocó a nosotros seguirlo, cuidarlo. Ahora, ver la orquesta grande, con gente joven que ha seguido estudiando, para nosotros es una gran satisfacción.
Cuando estudié en Puerto Rico, donde hice mi licenciatura, tuve una vivencia bastante cercana con la música tropical. Incluso, los músicos jóvenes participábamos a veces en orquestas que acompañaban a Chichi Peralta o a Gilberto Santa Rosa. Eso nos animó, pero realmente, mi amor siempre ha sido por la música clásica. Puedo tocar música típica porque mi papá también nos inculcó el amor por nuestra música. Tengo una hermana, Graciela Núñez. Después de hacer tantos estudios en Estados Unidos, decidió reforzar su conocimiento de la música folclórica panameña. Ahora mismo está en Pedasí haciendo eso. Somos cuatro hermanas y las cuatro tocamos instrumentos.
Todas estas bellas artes despiertan en el ser humano lo más lindo. La música nace del corazón. Soy de las que realmente piensa que, a pesar de que una persona haya estado en entornos difíciles o cercanos al crimen, la música puede despertar lo más bonito que lleva dentro. Los proyectos musicales deben ser reforzados, al igual que las escuelas que imparten música de manera formal, porque pueden engrandecer lo más bello de un país.