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Descarbonizar el mar: La batalla por un futuro azul

El transporte marítimo mueve más del 80% del comercio mundial, pero también es responsable de cerca del 3% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Shutterstock
  • 25/08/2025 00:00

El transporte marítimo —responsable del 3% de las emisiones globales— amenaza al mar. Con la mayor flota registrada, el país puede liderar la transición hacia una navegación limpia

Hace unos tres millones de años, Panamá emergió del mar, no solo con una geografía privilegiada, sino con vocación de tránsito. Hoy, más que territorio costero, es una nación moldeada por las mareas. Pero ese mar que ha marcado nuestro propósito histórico está amenazado. Las rutas que cruzan sus aguas arrastran una carga invisible: emisiones de gases del efecto invernadero. Cada embarcación que navega bajo nuestra bandera, surca nuestras aguas o atraviesa nuestro canal lleva más que mercancías; transporta una responsabilidad impostergable. Descarbonizar el transporte marítimo no es solo una meta técnica: es un acto de memoria, justicia y de amor. Porque no se trata solo de limpiar: es interpretar las señales del planeta y responder con responsabilidad.

Un peso invisible

El transporte marítimo mueve más del 80% del comercio mundial, pero también es responsable de cerca del 3% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Aunque parezca una cifra modesta, si el sector fuera un país, sería el sexto mayor emisor del mundo. Un informe de Global Fishing Watch lo confirma con datos contundentes: en 2023, los buques industriales liberaron 1,300 millones de toneladas de dióxido de carbono, haciendo innegable la necesidad de reducir su impacto climático.

Los buques mercantes, cruceros y embarcaciones pesqueras queman combustibles fósiles pesados, como el búnker, que liberan dióxido de carbono (CO₂) y óxidos de nitrógeno (NOₓ) y azufre (SOₓ). Estos contaminantes calientan el planeta y afectan la salud humana y la biodiversidad marina.

Como país con la flota más grande del mundo, Panamá tiene una oportunidad única de liderar el cambio. Su posición estratégica y su influencia en la regulación marítima global le otorgan un papel protagónico en la transición hacia una navegación más limpia. A nivel estatal, la Autoridad Marítima de Panamá (AMP) ya ha implementado medidas para incentivar el uso de combustibles alternativos y tecnologías de eficiencia energética, como la prevista en la Resolución 106-91 DGMM del 21 de diciembre de 2016, la Resolución J.D. No. 069-2015 de 14 de octubre de 2015 y el artículo 149 de la Ley General de Marina Mercante (Ley 57 del 6 de agosto de 2008).

Vientos del cambio

El camino hacia una navegación sin carbono está lejos de ser sencillo. La transición enfrenta múltiples desafíos: desde la falta de infraestructura para abastecer combustibles alternativos, hasta la resistencia de sectores que temen perder competitividad en el corto plazo. La inversión inicial en tecnologías limpias sigue siendo elevada, y muchos países en desarrollo carecen del financiamiento y la capacitación técnica para adoptarlas. Además, la ausencia de suficientes regulaciones vinculantes a nivel global ralentiza el avance, dejando la responsabilidad en manos de acuerdos voluntarios y compromisos fragmentados. En este contexto, la descarbonización corre el riesgo de convertirse en un privilegio de pocos, en lugar de una solución colectiva. Si no se abordan estas amenazas con decisión y cooperación internacional se arriesga la oportunidad de transformar el transporte marítimo.

El ingeniero Samuel Guevara, oficial técnico Senior en Dirección General de Marina Mercante de la Autoridad Marítima de Panamá (AMP) nos ofrece un panorama general del desafío económico. “Sistemas como los rotores eólicos pueden reducir el consumo de combustible hasta en un 30%, dependiendo de las condiciones de navegación. El costo de instalación por unidad ronda los 5 millones de dólares, y el retorno de inversión se estima en aproximadamente cinco años para rutas como Australia–China en buques graneleros de 50 mil toneladas. Si la mitad de la flota panameña adoptara esta tecnología, la inversión superaría los 20 mil millones de dólares, con una reducción de emisiones cercana al 15% de la flota. Este ejemplo ilustra los altos costos que enfrenta la industria para avanzar hacia la descarbonización”.

La buena noticia es que la transformación ya ha comenzado. La innovación está reescribiendo el mapa marítimo con soluciones que antes parecían utopía: velas automatizadas que aprovechan la energía del viento para reducir el consumo de combustible, el diseño aerodinámico de cascos, motores híbridos y sistemas de propulsión eléctrica que disminuyen las emisiones sin sacrificar eficiencia, y tecnologías de captura y almacenamiento de carbono que buscan neutralizar lo inevitable. Además, el uso de combustibles alternativos como el amoníaco verde, el hidrógeno y el metanol renovable está ganando terreno en los laboratorios, los astilleros y las rutas comerciales.

La inteligencia artificial también entra en juego, optimizando rutas y recuperando calor para mejorar el rendimiento energético. Como afirma el Dr. Tristan Smith, investigador del University College London: “La descarbonización del transporte marítimo es técnicamente posible y económicamente viable, pero requiere una acción política decidida y una colaboración internacional sin precedentes”.

La Organización Marítima Internacional (OMI) estableció en su Estrategia 2023 el objetivo de alcanzar cero emisiones netas de carbono para 2050, así como metas intermedias del 20% de reducción en 2030 y del 70% en 2040. Cumplir estas metas requerirá inversiones sostenidas, innovación tecnológica y un marco regulatorio sólido a nivel global.

La dura realidad

La contaminación atmosférica y marítima genera efectos directos e indirectos sobre la salud de los ecosistemas marinos:

Acidificación de los océanos:

El CO2 disuelto en el agua aumenta la acidez, comprometiendo la supervivencia de corales, moluscos y peces con caparazón calcáreo.

Contaminación por hidrocarburos:

Los derrames dañan la superficie y el fondo marino, afectando aves, mamíferos y plancton.

Ruido submarino:

La polución acústica interfiere con la comunicación, migración y reproducción de cetáceos y peces.

Emisiones de metano:

El aumento de metano en el buque supone un efecto de calentamiento más potente que el CO2 a corto plazo.

Justicia climática

La descarbonización del sector marítimo es una cuestión técnica y ética. Las comunidades costeras, especialmente en países insulares y en desarrollo, son las más vulnerables a los impactos del cambio climático, a pesar de ser las que menos contribuyen a las emisiones.

Como ha señalado la experta en gobernanza oceánica Kristina Gjerde en diversos foros internacionales, la sostenibilidad marítima exige una mirada equitativa: descarbonizar el transporte no debe ser privilegio de unos pocos, sino un compromiso compartido que incluya a quienes históricamente han quedado al margen. Esto implica que las políticas de descarbonización deben incluir mecanismos de financiamiento justo, transferencia tecnológica y capacitación para los países del Sur Global.

No basta con cambiar el combustible si no transformamos la mentalidad. La transición hacia una cultura marítima sostenible exige mucho más que tecnología: requiere visión, compromiso y una profunda reconfiguración de nuestras prioridades. Las iniciativas públicas y privadas —desde incentivos y automatización hasta inversión en investigación y cooperación internacional— son el terreno fértil donde debe germinar esta nueva conciencia.

Desde la formación de marinos en prácticas limpias, hasta la educación ambiental en escuelas de las poblaciones costeras, cada acción cuenta. Como señala el capitán Peter Thomson, enviado especial de la ONU para el océano: “La salud del océano es la salud de todos. Y todos tenemos un rol que jugar”.

Arthur James, ingeniero mecánico con enfoque naval, docente e investigador en la Universidad Tecnológica de Panamá y consultor para la Unión Europea, lanza un llamado claro y urgente: “Los jóvenes deben elegir carreras afines a la energía, al desarrollo de combustibles y la descarbonización. Hoy existen más becas en estos campos. Las oportunidades para resolver los grandes desafíos exigen que estemos preparados para aprovecharlas”.

Y es que James no solo enseña: innova. “Estoy produciendo un biocombustible más limpio, que no compite con la alimentación y que puede reemplazar a los combustibles convencionales.” Su trabajo encarna el tipo de liderazgo técnico y visionario que Panamá necesita para asumir su puesto en el mapa energético global.

Como en cualquier campo del progreso humano, la educación es mucho más que preparación técnica: es una apuesta estratégica por el futuro del país. Porque cuando el momento llegue, Panamá debe estar lista para liderar, no para reaccionar.