El infierno de los 252: torturas a migrantes venezolanos en la megacárcel de Bukele enviadas por orden de Trump
- 12/11/2025 12:10
Human Rights Watch documenta golpizas, abusos sexuales y torturas sufridas por migrantes venezolanos trasladados por Estados Unidos al Cecot de El Salvador bajo acusaciones infundadas
Las imágenes son el testimonio más contundente del sufrimiento: Luis sin un diente frontal, Daniel con la nariz rota, Mateo y Carlos con cicatrices de perdigones. Son parte del informe Llegaron al infierno, publicado por Human Rights Watch (HRW), que detalla los abusos cometidos contra migrantes venezolanos encarcelados en el Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot) de El Salvador, la gigantesca prisión símbolo del régimen de Nayib Bukele.
El documento describe un patrón sistemático de torturas, golpes, humillaciones y violencia sexual sufridas por 252 venezolanos que, tras ser detenidos por autoridades migratorias de Estados Unidos, fueron enviados el 15 de marzo al Cecot por decisión del presidente Donald Trump, quien los acusó de pertenecer al Tren de Aragua. Permanecieron allí cuatro meses y tres días, sometidos a tratos inhumanos antes de ser devueltos a Venezuela el 18 de julio, en un intercambio que liberó a diez estadounidenses presos en el país sudamericano.
Los testimonios recogidos por HRW y la ONG Cristosal revelan un régimen de tortura que mezcló castigos físicos con terror psicológico. Daniel contó que le fracturaron el tabique nasal tras hablar con representantes de la Cruz Roja Internacional. “Me siguieron pegando en el estómago y, cuando traté de respirar, me ahogué con la sangre”, relató. Otros reclusos confirmaron que los guardias los golpeaban “por haber contado a la Cruz Roja” lo que ocurría en la prisión.
Flavio, otro de los detenidos, narró que la tortura psicológica era la más devastadora. “Nos decían que nunca saldríamos de ahí, que nuestras familias nos daban por muertos. La única manera de salir del Cecot era en una bolsa negra”, afirmó.
Durante las visitas de autoridades o periodistas —incluida la de la secretaria de Seguridad Nacional de EE.UU., Kristi Noem— los custodios repartían almohadas y productos de aseo para maquillar las condiciones. Luego, al marcharse los visitantes, los prisioneros sufrían nuevas golpizas.
El informe también recoge casos de violencia sexual. Mario, uno de los reclusos, denunció que fue violado por cuatro guardias en una celda de aislamiento conocida como “la isla”. “Me metían los bastones entre las piernas y me rozaban las partes íntimas. Luego me obligaron a practicarle sexo oral a uno de ellos”, relató. Nicolás, otro prisionero, confirmó que durante las palizas los oficiales les tocaban los genitales y hacían comentarios denigrantes.
HRW subraya que las agresiones buscaban “someter, humillar y quebrar psicológicamente” a los detenidos. Los guardias, identificados por apodos como Satán, Tigre o Pantera, actuaban con el rostro cubierto y total impunidad. “La repetición de los abusos sugiere que actuaban bajo la aprobación o tolerancia de sus superiores”, señala el documento.
La investigación denuncia que Estados Unidos, El Salvador y Venezuela incurrieron en violaciones graves al derecho internacional. Washington violó el principio de no devolución, al enviar personas a un país donde existían evidencias de tortura. El Salvador, por su parte, ocultó el paradero de los reclusos, negándose a entregar información incluso tras 76 peticiones de habeas corpus.
Durante meses, las familias desconocieron dónde estaban sus seres queridos. Los nombres desaparecieron del sistema informático del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE), y las autoridades estadounidenses alegaban “desconocimiento”. El Salvador declaró reservada la lista de prisioneros por siete años. Mientras tanto, los tribunales y el comisionado salvadoreño de derechos humanos guardaron silencio.
Al ser devueltos a su país, los detenidos fueron interrogados, revisados y posteriormente vigilados por el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin). Algunos agentes visitaron sus casas, les pidieron grabar videos sobre su detención y les preguntaron si colaboraban con agencias estadounidenses. “Vivo con miedo”, confesaron varios de ellos.
Los sobrevivientes no han recibido apoyo psicológico. “Cada vez que escucho el sonido de llaves y esposas, me paralizo”, dijo Daniel. El trauma sigue siendo parte de su vida, como una cicatriz invisible que ni el regreso a casa pudo borrar.