Colón: la riqueza que los jóvenes miran desde lejos
- 18/10/2025 00:00
¿Cómo se siente un joven colonense cuando camina por su ciudad y ve los nombres de las empresas más poderosas del país en rótulos, camiones y barcos, pero no percibe que esa riqueza toque su vida? ¿Qué pasa por la mente de un estudiante cuando escucha que su provincia alberga la segunda zona franca más grande del mundo, que cuenta con puertos que mueven millones, generadoras eléctricas que iluminan al país y un ferrocarril interoceánico que conecta océanos, mientras en su barrio la oportunidad de surgir parece secuestrada?
Esa desconexión hiere. Y esa frustración tiene nombre: ser espectador en tu propia tierra. Colón lo tiene todo para ser un territorio de oportunidades, pero para muchos jóvenes sigue siendo una postal lejano, un paisaje que se observa con resignación, una promesa que nunca se cumple.
He escuchado a jóvenes decir con tristeza: “Nunca he cruzado en un ferrocarril viendo el Canal; nunca he visitado los lugares que otros turistas disfrutan, aunque todo eso está aquí mismo”. Esa afirmación lastima el alma colectiva. Si los colonenses no pueden vivir ni sentir la riqueza de su tierra, algo está fallando en el modelo de desarrollo que estamos aceptando.
En mi artículo “Supervisión y acompañamiento: clave para la gestión educativa efectiva” (Molinar, 2024, La Estrella de Panamá), señalé que la educación no puede limitarse a transmitir contenidos, sino que debe transformarse en un proceso que conecté la escuela con la realidad social y económica del entorno. Sin embargo, en Colón la educación y la realidad parecen no encontrarse. Les decimos a los jóvenes que “estudien para progresar”, pero ¿progresar dónde, si las grandes oportunidades nunca llegan hasta sus manos?
El resultado es una frustración silenciosa. Colón se asemeja a un banquete donde otros se sientan a comer y los jóvenes solo pueden mirar desde la ventana. Ven pasar contenedores, barcos, trenes y dinero, pero no sienten que nada de eso se traduzca en becas, pasantías o programas que los integren a esa riqueza.
Y eso es peligroso, porque una juventud frustrada es una juventud que puede perder la fe. Como afirmó el educador Henry A. Giroux (2023): “El mayor fracaso de la educación no es la falta de contenido, es la falta de esperanza.”
Colón necesita una educación que enseñe a ver, sentir y participar. Que los jóvenes no solo estudien la historia del Canal, sino que la vivan. Que no solo sepan que existe un ferrocarril, sino que puedan subir y entender que el mundo pasa por su tierra. Que no se limiten a observar desde la carretera los puertos y zonas francas, sino que existan programas de visitas, prácticas, mentorías y empleos reales.
La desigualdad no solo está en el salario; está en la experiencia. En la posibilidad de disfrutar la tierra donde naces. Cuando eso no ocurre, el mensaje que reciben los jóvenes es devastador: “Esto es tuyo, pero no es para ti”.
Sueño con un Colón donde un estudiante diga: “Realicé mi servicio social en la zona franca, aprendí de logística, vi cómo funciona el puerto, me subí al tren y vi mi provincia con otros ojos”. Eso no es un lujo: es un derecho.
Hoy debemos atrevernos a equilibrar la balanza. Que los puertos, las generadoras eléctricas, la zona franca y toda esa riqueza visible se conviertan en puentes reales de desarrollo para la juventud. Si seguimos dejando a los jóvenes mirando desde afuera, Colón quedará atrapado en un ciclo de frustración que solo beneficia a quienes lucran con la desigualdad.
La riqueza de Colón no puede seguir siendo una postal. Debe convertirse en una experiencia vivida, compartida y sentida por quienes nacieron aquí. Eso comienza con una educación conectada, con autoridades que miren a la juventud como la verdadera heredera de esta tierra, y con una comunidad que exija que los beneficios no solo pasen de largo... sino que se queden en Colón.