Motivaciones por las cuales escribo

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  • 10/10/2025 00:00

Para el gran poeta nacional Manuel Orestes Nieto. El escritor y periodista mexicano Edmundo Valadés (1915-1994), en cuya célebre revista “El cuento”, publiqué mis primeros minicuentos en México en la década de los setentas del siglo pasado, comentó alguna vez: “Un cuento es como un río que no tiene afluentes. Su agua, su historia, deben correr sin meandros... El arte del cuentista es convertir en verosímil lo dudoso, lo increíble, lo imposible, lo fantástico. Con la mentira crear seres o mundos verdaderos.”

En lo personal, a un buen libro de cuentos le exijo, ante todo, ingenio y honestidad que me permitan atisbar en los recovecos de mi alma. También: un manejo impecable del tiempo y del lenguaje. Y por supuesto, una historia que pese a su brevedad profundice en algún aspecto de la naturaleza humana o de las contradicciones de la vida. Para ello, la verosimilitud es un factor indispensable si el tema elegido ha de sostenerse.

Así, su condición de ser una obra de ficción no le quita un ápice de realidad cuando ésta resulta de una adecuada combinación de pasión literaria, verosimilitud y oficio escritural. Por el contrario, la ficción ahonda no pocas veces, de formas sorprendentes, en la materia prima de la realidad, haciéndola más verosímil; generalmente gracias a la superlativa sensibilidad de ciertos autores y mediante la solvencia singular de poderosas intuiciones.

Sostengo que escribir obras de ficción es siempre indagar y descubrir o redescubrir. Poner en perspectiva, hacer balance, tratar de entender. Pero también –cuando se trata de una auténtica obra literaria– crear y recrear. Y al hacerlo, añadirle nueva verosimilitud a la siempre presente realidad múltiple que entraña la vida. Dentro de la libertad absoluta que implica todo proceso creativo, lo que no puede haber nunca es rigidez, encasillamiento, repetición, obviedad, chatura intelectual. La fluidez prosística, en cambio, es requisito indispensable, al margen de si lo que se busca es la precisión o la deliberada ambigüedad, como suele ocurrir en cuentos fantásticos, de horror, le dio origen. A veces se nota y otras no.

En muchos de mis cuentos la reflexión tiene una presencia vital, y a ratos funciona como una auténtica opción narrativa, por más que la anatomía del lenguaje reflexivo sea de índole eminentemente expositiva, más propia del ensayo. Es como si una conciencia examinadora siempre estuviera presente en la textura, al pie de los hechos, escrutando sus implicaciones. Como si el ensayista que también hay en mí no se resignara a pasarle la voz cantante a un simple narrador obligado a atenerse sólo a lo anecdótico.

Si bien los escritores podemos tener en común algunas razones por las cuales escribimos, es indudable que cada quien tiene las suyas y que pueden ir cambiando en la medida en que la vida avanza y nos transforma. Explico algunas de las mías en un libro titulado “Esa fascinante magia de escribir” (2014), prologado por el poeta nacional Manuel Orestes Nieto. Ahí hago razonamientos muy elaborados dirigidos, sobre todo, a otros colegas escritores; pero el enfoque central es válido para cualquier lector.

He aquí una síntesis de motivos que todavía me impulsan a escribir: Llenar los vacíos de la soledad; desafiar la inercia; retar al insomnio; lidiar con la angustia existencial; imaginar lo imposible; desarticular tabúes; hacer público lo que pienso sobre temas escabrosos o controvertidos; darle voz a las variantes del miedo; facilitar el vuelo a la creatividad cuando se mantiene inerte mucho tiempo. Pero también: solidarizarme con los oprimidos sin parecer demagógico; romper reglas absurdas por el puro gusto de hacerlo; querer ser el otro; salirme por la tangente buscándole la quinta pata al gato; pretender trastocar la muerte viviendo múltiples vidas imaginarias; querer ser omnisciente como Dios mismo al escribir, sabiendo que no es posible...

Tras más de 65 años de escritura continua, hoy me hago una pregunta mucho más sencilla, que sin duda podría hacérsele a cualquier escritor: ¿Por qué escribes? Me doy cuenta de que yo mismo quisiera saber más al respecto. A la edad que hoy tengo, casi nunca he dejado de escribir al menos un párrafo por día... Juro por los dioses del Olimpo que es así.