‘En Panamá los jóvenes son realistas y han demostrado que una unión intergeneracional es clave para el progreso del país’

Daniel del Valle:
ONU
Durante su entrevista con La Estrella de Panamá, Daniel del Valle donde abordó el rol de la juventud en la diplomacia internacional. José Abel Herrera | La Estrella
  • 01/10/2025 00:00

El exembajador del organismo internacional de juventud ante la ONU, reflexiona sobre liderazgo juvenil, diplomacia y desafíos globales, destacando la importancia de la acción política intergeneracional

En un mundo marcado por tensiones geopolíticas, conflictos armados y crisis sociales que desafían las estructuras tradicionales de poder, la voz de las nuevas generaciones comienza a ocupar espacios cada vez más influyentes en la arena internacional. En este contexto surge la figura de Daniel del Valle, diplomático español y exembajador del organismo internacional de juventud ante las Naciones Unidas, quien ha representado a millones de jóvenes en foros de alto nivel, incluyendo la Asamblea General y el Consejo de Seguridad de la ONU.

Con apenas treinta años, Del Valle se ha convertido en una de las voces más jóvenes en el sistema multilateral. En su paso por Panamá conversó con La Estrella de Panamá sobre los retos de la juventud iberoamericana, la necesidad de repensar el papel de los organismos multilaterales, el valor de la salud mental en la agenda global y la urgencia de terminar con los conflictos armados que afectan a millones de civiles. Con un estilo directo, reflexivo y crítico, defiende que los jóvenes no son solo el futuro, sino también el presente, y que su participación es clave para forjar sociedades más justas e inclusivas.

¿Qué le motivó a entrar en el mundo de la diplomacia?

Creo que es un tema que viene de vocación primaria. Desde muy joven, en un contexto humilde —mi padre conductor de autobuses, mi madre jardinera— aprendí lo que significa vivir con sencillez en un pequeño pueblo de Madrid. Eso me enseñó que la vida puede vivirse de muchas formas y que uno debe escoger cómo quiere hacerlo. Yo decidí servir a los demás. Desde niño, incluso sin recordarlo, ayudaba en campañas locales pidiendo a los políticos que hicieran las cosas bien. Con el tiempo entendí que no soy un político como tal, sino un emprendedor social: creo en causas y lucho por ellas, sin caer en el activismo. Ese espíritu me llevó a las Naciones Unidas, porque vi necesidades a mi alrededor y supe que, aunque yo no tuviera los recursos, podía movilizar los de otros para generar cambios.

¿Cómo percibe el papel de los jóvenes en la transformación de los organismos multilaterales en la actualidad?

El joven de hoy no cree en los organismos multilaterales. Para él, el multilateralismo no existe. Los líderes que triunfan políticamente lo hacen defendiendo el patriotismo, un concepto que hace pensar al joven que el político que solo vela por su país es el que mejor lo representa. Eso provoca que se desconfíe de quienes creen en estructuras globales. Y es lógico: ¿cómo se ponen de acuerdo 193 Estados miembros de la ONU en dos días, si a veces ni con mi hermana logro ponerme de acuerdo? El sistema es lento y burocrático, y el joven quiere soluciones inmediatas. Pero también hay que entender que participan muchos actores, y ahí la paciencia es una virtud. Ahora bien, el multilateralismo necesita ser más efectivo, con iniciativas tangibles. En Europa, por ejemplo, la Unión Europea ha demostrado que es posible tomar decisiones reales y conjuntas. El reto es modernizar la cooperación para que no se quede estancada en discusiones que no llevan a ningún lado.

Siendo esa voz para la juventud, ¿cómo maneja la responsabilidad de representar a tantos jóvenes con visiones distintas?

Es un reto enorme. En Iberoamérica hay 160 millones de jóvenes y, por supuesto, no todos piensan igual. Representarlos significó escucharlos, y para eso creamos una agenda llamada la Nueva Agenda de Juventudes. En ella recogimos preocupaciones comunes a través de laboratorios que incluían a jóvenes, gobiernos, sociedad civil, academia y sector privado. Luego llevábamos esas prioridades a espacios como la Asamblea General, el Consejo de Seguridad y otros comités de la ONU. Confieso que muchas veces sentía que leía discursos con palabras vacías, porque no todos estaban de acuerdo, pero ahí entra la diplomacia: decir lo que represente a la mayoría sin excluir a nadie.

¿Qué tan receptivas son las Naciones Unidas y otros espacios globales a las propuestas juveniles?

Mi experiencia fue más sencilla porque estaba acreditado como observador permanente. Eso me daba acceso directo para agendar reuniones con altos representantes. No obstante, para muchos jóvenes la ONU parece inalcanzable, “el gobierno de los gobiernos”. Pero existen mecanismos, como el Consejo Económico y Social, que permiten a ONGs acreditarse y participar en sesiones. El problema es que, aunque se logre levantar la voz, las decisiones no son inmediatas. En política internacional, las oportunidades de ser escuchado están, pero falta convertir esa participación en influencia real.

Cuando habla de la juventud iberoamericana, ¿qué desafíos comunes ha identificado?
El acceso a la vivienda, a un trabajo digno y a espacios de decisión son las tres grandes preocupaciones. Además, la salud mental aparece como un tema recurrente. Aún es un tabú: a muchos les da vergüenza admitir que van al psicólogo. Yo mismo sufrí un ataque de ansiedad hace dos años, creyendo que era un infarto, y entendí que la salud mental es tan importante como la física. También surgen demandas de igualdad intergeneracional y entre comunidades. En Panamá, por ejemplo, conviví con comunidades indígenas en San Blas y comprobé que sus preocupaciones son distintas, pero igual de legítimas. La acción climática es otra prioridad: aunque algunos líderes, como Trump, nieguen el cambio climático, los jóvenes lo consideran central en sus agendas.
¿Considera que la diplomacia juvenil puede influir realmente en agendas internacionales de paz, derechos humanos o cambio climático?

Sí, sin duda. Porque no somos solo futuro, somos presente. Debemos forjarnos, equivocarnos, levantarnos y participar, porque nadie lo hará por nosotros. La diplomacia juvenil puede y debe influir en temas clave como la acción climática, la salud mental, la participación política y el emprendimiento social.

Panamá se ubica en un punto geopolítico clave. ¿Cómo ve el papel de su juventud?

Panamá está haciendo un trabajo extraordinario. Hay participación juvenil en el Ejecutivo, como el vicecanciller Carlos Hoyos; en la Asamblea, donde un tercio son diputados jóvenes; y también a nivel local, con alcaldes que están impulsando cambios. Un ejemplo es la organización de los Premios Juventud, un evento que marca un antes y un después para el país. Esto demuestra que cuando se da espacio a las nuevas generaciones, los cambios son reales. En Panamá los jóvenes son realistas y han demostrado que una unión intergeneracional es clave para el progreso del país.

La ONU ha sido muy criticada, sobre todo tras la reciente Asamblea General donde participó Netanyahu. ¿Cuál es su visión?

La ONU es el espacio donde conviven los países reconocidos a nivel internacional. Netanyahu, como líder electo, tiene derecho a participar, aunque sus acciones sean polémicas. El conflicto en Israel y Palestina es doloroso: he visto de primera mano los efectos en la frontera de Gaza, me reuní con Netanyahu y con el presidente de Israel, y puedo decir que lo que ocurre no cumple con un estándar ético ni moral. Los civiles no tienen culpa de nada y sufren las consecuencias. Por eso digo con firmeza: los conflictos deben terminar ya. Cuando hay una guerra, no puedes esperar a que la comunidad internacional decida por ti. Debes actuar para salvar a tu pueblo, pero no a costa de matar al resto.

Finalmente, ¿cuáles son sus próximos proyectos en el ámbito internacional y nacional?

El futuro me fascina. No lo planifico estrictamente porque el mundo cambia rápido: hace tres años nadie imaginaba herramientas como ChatGPT. Pero sí sé que quiero seguir la línea que me motivó desde el inicio: servir. He cerrado mi etapa como embajador del organismo internacional de juventud ante la ONU y ahora me toca un nuevo capítulo. Aspiro a trasladar lo aprendido al ámbito nacional en España. Es un sistema político tradicional y difícil de transformar, pero todo tiene su tiempo. Me inspiran casos como el de Bukele, que logró cambios graduales en El Salvador. Aspiro a un liderazgo sencillo pero firme, enfocado en continuar trabajando por mi generación, en América Latina, Europa y el resto del mundo.