El legado vivo de la comunidad negra en Panamá
- 25/05/2025 01:00
Miles de afrodescendientes, tanto coloniales como afroantillanos, han sido pilares en la formación de la identidad panameña, a pesar de siglos de exclusión social y racial En la narrativa oficial de la historia panameña, las contribuciones de la comunidad negra han sido muchas veces relegadas al margen.
No obstante, desde la época colonial hasta nuestros días, los afrodescendientes han sido fundamentales en la construcción de la identidad, economía y cultura nacional.
Esta es una historia de resistencia, trabajo, exclusión y orgullo que aún hoy resuena en las calles de Colón, en los barrios del Casco Antiguo, en la música reggae y en los tambores que suenan en las festividades del Caribe panameño.
Raíces coloniales: los primeros africanos en el istmo La historia afro en Panamá comienza con la llegada de los españoles a inicios del siglo XVI. Para sostener el sistema colonial, los conquistadores trajeron consigo a los primeros africanos esclavizados, destinados a trabajar en las minas, plantaciones y como cargadores en la ruta transístmica que conectaba el Atlántico con el Pacífico.
Muchos de estos hombres y mujeres fueron víctimas del sistema esclavista, pero no todos aceptaron ese destino.
A lo largo del siglo XVI y XVII, surgieron comunidades cimarronas, formadas por esclavos fugitivos que lograron escapar hacia las montañas y selvas del interior del país.
Uno de los líderes más recordados de esta resistencia fue Bayano, quien comandó una rebelión de esclavos y llegó a formar un pequeño reino libre. Aunque fue finalmente derrotado, su figura permanece como símbolo de la resistencia afrocolonial en Panamá.
Estos afrodescendientes coloniales, que eventualmente fueron emancipados, se mezclaron con indígenas y criollos, y asentaron sus raíces en las zonas rurales y urbanas del país.
De ellos descienden muchas de las familias afropanameñas que hoy viven en el interior del país y en sectores populares de la ciudad capital.
La migración afroantillana: fuerza de trabajo para un país en construcción La segunda gran ola de población afrodescendiente llegó en el siglo XIX y se intensificó durante el siglo XX.
Con el auge del comercio interoceánico, primero por la construcción del ferrocarril de Panamá (1850), y luego por el ambicioso proyecto del Canal de Panamá, miles de hombres y mujeres de las islas del Caribe británico migraron al país.
Provenientes de Jamaica, Barbados, Trinidad y otras islas, estos afroantillanos llegaron con la esperanza de una vida mejor, pero se encontraron con condiciones laborales extremas y un trato desigual.
Durante la construcción del Canal, primero bajo dirección francesa y luego estadounidense, los afroantillanos constituyeron la mayoría de la mano de obra.
Se les asignaron las tareas más pesadas y peligrosas, a menudo bajo un sistema de discriminación racial que se institucionalizó en lo que se conoció como el sistema Gold Roll y Silver Roll.
Los trabajadores blancos estadounidenses cobraban en “oro” y vivían en condiciones superiores, mientras que los afroantillanos y otros trabajadores “no blancos” recibían salarios bajos en “plata” y residían en barrios segregados.
Esta segregación no solo era económica, sino también social y cultural. A pesar de sus contribuciones clave al desarrollo de uno de los mayores logros de ingeniería del siglo XX, los afroantillanos eran vistos como extranjeros y muchas veces fueron excluidos del concepto oficial de “panameñidad”.
Resistencia cultural y construcción de identidad Frente a la discriminación, los afrodescendientes en Panamá desarrollaron una identidad fuerte y resiliente.
La comunidad afrocolonial se arraigó en prácticas culturales como la danza del congo y el tamborito, mientras que los afroantillanos preservaron sus tradiciones caribeñas: el inglés criollo, la música calipso, el gospel y más tarde el reggae.
Con el paso del tiempo, surgieron barrios emblemáticos como Río Abajo, El Chorrillo, Santa Ana y, especialmente, la ciudad de Colón, que se convirtió en un centro neurálgico de la cultura afrocaribeña panameña.
De ahí emergerían artistas, deportistas, intelectuales y activistas que han dejado su huella no solo en el país, sino también en el ámbito internacional.
La música urbana panameña, especialmente el reggae en español, nació en las comunidades afrocaribeñas como una forma de expresión popular que abordaba temas de injusticia, vida cotidiana y espiritualidad. Este género influenciaría posteriormente el desarrollo del reguetón y otros ritmos del continente.
Discriminación persistente y lucha por reconocimiento
A pesar de sus aportes históricos y culturales, los afrodescendientes en Panamá han enfrentado exclusión estructural en ámbitos como la educación, el empleo, la representación política y los medios de comunicación.
La narrativa oficial del país, durante mucho tiempo, ha favorecido una visión mestiza y homogénea que invisibiliza a los pueblos afro y sus luchas.
No fue sino hasta finales del siglo XX que comenzaron a reconocerse con más fuerza las contribuciones de esta comunidad.
Diversas organizaciones sociales, como la Red de Mujeres Afrodescendientes de Panamá, han trabajado por visibilizar las injusticias y promover políticas públicas que incluyan a la población afro.
En 2002, el gobierno panameño reconoció oficialmente el Mes de la Etnia Negra (mayo), una oportunidad para rendir homenaje a esta herencia y generar espacios de diálogo sobre la diversidad cultural del país.
Un futuro con memoria Hoy, la historia afrodescendiente en Panamá sigue escribiéndose en las aulas, en las calles, en la política y en el arte.
Jóvenes afrodescendientes están alzando sus voces en redes sociales, liderando movimientos de justicia racial, exigiendo inclusión en los currículos escolares y en la toma de decisiones públicas.
Rescatar esta historia no es un gesto simbólico. Es reconocer que la construcción de Panamá fue, en gran medida, posible gracias a las manos, el sudor, la sangre y la cultura de la comunidad negra.
Desde los cimarrones de la colonia hasta los obreros del Canal, desde los barrios de Colón hasta los escenarios internacionales del reggae y el deporte, la huella afro en Panamá es profunda y permanente.
En palabras de muchos activistas: no se puede amar a Panamá sin amar su negritud.
En la narrativa oficial de la historia panameña, las contribuciones de la comunidad negra han sido muchas veces relegadas al margen.
No obstante, desde la época colonial hasta nuestros días, los afrodescendientes han sido fundamentales en la construcción de la identidad, economía y cultura nacional.
Esta es una historia de resistencia, trabajo, exclusión y orgullo que aún hoy resuena en las calles de Colón, en los barrios del Casco Antiguo, en la música reggae y en los tambores que suenan en las festividades del Caribe panameño.
La historia afro en Panamá comienza con la llegada de los españoles a inicios del siglo XVI. Para sostener el sistema colonial, los conquistadores trajeron consigo a los primeros africanos esclavizados, destinados a trabajar en las minas, plantaciones y como cargadores en la ruta transístmica que conectaba el Atlántico con el Pacífico.
Muchos de estos hombres y mujeres fueron víctimas del sistema esclavista, pero no todos aceptaron ese destino.
A lo largo del siglo XVI y XVII, surgieron comunidades cimarronas, formadas por esclavos fugitivos que lograron escapar hacia las montañas y selvas del interior del país.
Uno de los líderes más recordados de esta resistencia fue Bayano, quien comandó una rebelión de esclavos y llegó a formar un pequeño reino libre. Aunque fue finalmente derrotado, su figura permanece como símbolo de la resistencia afrocolonial en Panamá.
Estos afrodescendientes coloniales, que eventualmente fueron emancipados, se mezclaron con indígenas y criollos, y asentaron sus raíces en las zonas rurales y urbanas del país.
De ellos descienden muchas de las familias afropanameñas que hoy viven en el interior del país y en sectores populares de la ciudad capital.
La segunda gran ola de población afrodescendiente llegó en el siglo XIX y se intensificó durante el siglo XX.
Con el auge del comercio interoceánico, primero por la construcción del ferrocarril de Panamá (1850), y luego por el ambicioso proyecto del Canal de Panamá, miles de hombres y mujeres de las islas del Caribe británico migraron al país.
Provenientes de Jamaica, Barbados, Trinidad y otras islas, estos afroantillanos llegaron con la esperanza de una vida mejor, pero se encontraron con condiciones laborales extremas y un trato desigual.
Durante la construcción del Canal, primero bajo dirección francesa y luego estadounidense, los afroantillanos constituyeron la mayoría de la mano de obra.
Se les asignaron las tareas más pesadas y peligrosas, a menudo bajo un sistema de discriminación racial que se institucionalizó en lo que se conoció como el sistema Gold Roll y Silver Roll.
Los trabajadores blancos estadounidenses cobraban en “oro” y vivían en condiciones superiores, mientras que los afroantillanos y otros trabajadores “no blancos” recibían salarios bajos en “plata” y residían en barrios segregados.
Esta segregación no solo era económica, sino también social y cultural. A pesar de sus contribuciones clave al desarrollo de uno de los mayores logros de ingeniería del siglo XX, los afroantillanos eran vistos como extranjeros y muchas veces fueron excluidos del concepto oficial de “panameñidad”.
Frente a la discriminación, los afrodescendientes en Panamá desarrollaron una identidad fuerte y resiliente.
La comunidad afrocolonial se arraigó en prácticas culturales como la danza del congo y el tamborito, mientras que los afroantillanos preservaron sus tradiciones caribeñas: el inglés criollo, la música calipso, el gospel y más tarde el reggae.
Con el paso del tiempo, surgieron barrios emblemáticos como Río Abajo, El Chorrillo, Santa Ana y, especialmente, la ciudad de Colón, que se convirtió en un centro neurálgico de la cultura afrocaribeña panameña.
De ahí emergerían artistas, deportistas, intelectuales y activistas que han dejado su huella no solo en el país, sino también en el ámbito internacional.
La música urbana panameña, especialmente el reggae en español, nació en las comunidades afrocaribeñas como una forma de expresión popular que abordaba temas de injusticia, vida cotidiana y espiritualidad. Este género influenciaría posteriormente el desarrollo del reguetón y otros ritmos del continente.
Discriminación persistente y lucha por reconocimiento
A pesar de sus aportes históricos y culturales, los afrodescendientes en Panamá han enfrentado exclusión estructural en ámbitos como la educación, el empleo, la representación política y los medios de comunicación.
La narrativa oficial del país, durante mucho tiempo, ha favorecido una visión mestiza y homogénea que invisibiliza a los pueblos afro y sus luchas.
No fue sino hasta finales del siglo XX que comenzaron a reconocerse con más fuerza las contribuciones de esta comunidad.
Diversas organizaciones sociales, como la Red de Mujeres Afrodescendientes de Panamá, han trabajado por visibilizar las injusticias y promover políticas públicas que incluyan a la población afro.
En 2002, el gobierno panameño reconoció oficialmente el Mes de la Etnia Negra (mayo), una oportunidad para rendir homenaje a esta herencia y generar espacios de diálogo sobre la diversidad cultural del país.
Hoy, la historia afrodescendiente en Panamá sigue escribiéndose en las aulas, en las calles, en la política y en el arte.
Jóvenes afrodescendientes están alzando sus voces en redes sociales, liderando movimientos de justicia racial, exigiendo inclusión en los currículos escolares y en la toma de decisiones públicas.
Rescatar esta historia no es un gesto simbólico. Es reconocer que la construcción de Panamá fue, en gran medida, posible gracias a las manos, el sudor, la sangre y la cultura de la comunidad negra.
Desde los cimarrones de la colonia hasta los obreros del Canal, desde los barrios de Colón hasta los escenarios internacionales del reggae y el deporte, la huella afro en Panamá es profunda y permanente.
En palabras de muchos activistas: no se puede amar a Panamá sin amar su negritud.