Cuando el año no fue lo que esperábamos
- 20/12/2025 00:00
Hay años que se sienten como una tormenta perfecta: pérdidas, proyectos que naufragaron o esa sensación de estancamiento que agota más que cualquier jornada laboral
Llegamos al fin de año en Panamá con el aroma del arroz con pollo y las luces que adornan la Cinta Costera. Sin embargo, para muchos, el brillo de esta Navidad contrasta con el peso de un año que preferirían borrar del calendario.
Hay años que se sienten como una tormenta perfecta: pérdidas, proyectos que naufragaron o esa sensación de estancamiento que agota más que cualquier jornada laboral.
Es fácil decir “borrón y cuenta nueva”, pero la verdadera magia de estas fechas no está en olvidar, sino en transmutar. Si cerramos el año simplemente ignorando el dolor, corremos el riesgo de repetir los mismos ciclos. La resiliencia no es la capacidad de salir ilesos, sino la valentía de salir transformados.
Aprender de “lo que no fue”
Solemos castigarnos por las metas no alcanzadas. Pero, ¿qué pasa si miramos ese “no” desde otra perspectiva? A veces, lo que no fue, nos sirvió para darnos cuenta de lo que realmente necesitamos. Esa puerta que se cerró de golpe en la cara pudo ser la protección contra un camino que no nos pertenecía.
Aceptar que el año fue difícil es el primer paso para sanar. No hay que forzar la gratitud, pero sí podemos intentar encontrar el aprendizaje residual.
Pregúntate:
¿Qué descubrí sobre mi propia fuerza cuando sentí que ya no podía más?
¿Quiénes estuvieron ahí cuando las luces se apagaron?
Esos descubrimientos son los verdaderos trofeos del año.
Convertir el dolor en abono
En la agricultura, lo que parece desecho termina siendo el abono más fértil. Lo mismo ocurre con nuestras crisis. Para convertir lo doloroso en algo positivo, necesitamos practicar la compasión propia. Si este año sobreviviste a una prueba dura, ya tienes una medalla que nadie te puede quitar: la de tu propia resistencia.
Ser más resilientes no significa ser de piedra. Significa ser como el bambú: flexibles ante la brisa fuerte, pero con raíces profundas.
Para cultivar esa resiliencia de cara al próximo año, te sugiero tres pasos:
Honra tu proceso: No te compares con el éxito aparente de otros en redes sociales, recuerda que eres tú el observador, no conoces la historia detrás de cada persona. Tu ritmo es único.
Identifica la lección: Escribe qué te enseñó ese momento amargo. ¿Paciencia? ¿Límites? ¿Humildad?
Suelte el lastre: Entra al nuevo año sin el peso del “hubiera”. Lo que pasó, pasó para enseñarte algo; quédate con la clase, pero deja ir el aula.
Este fin de semana de Navidad, mientras brindamos, recordemos que el año más difícil suele ser el que precede a nuestro mayor crecimiento. No fuimos derrotados por las circunstancias; fuimos forjados por ellas. Que este cierre de ciclo no sea solo el fin de un almanaque, sino el inicio de una versión más sabia, humana y fuerte de nosotros mismos.
¡Felices fiestas y un resiliente año nuevo!
Un abrazo! Paula