'El ferrocarril subterráneo', las cicatrices de la historia humana

Actualizado
  • 03/06/2021 00:00
Creado
  • 03/06/2021 00:00
A través de diez capítulos asincrónicos, el director Barry Jenkins retrata la realidad lacerante de los esclavos negros en Estados Unidos y la fragilidad humana, ligados en un relato que mezcla realidad con fantasía
La serie consta de 10 capítulos asincrónicos y un 'clip' extra titulado 'The Gaze'.

Es difícil imaginar un tiempo en el que la vida humana fue tratada como basura, en donde los niños no podían jugar en las calles de forma regular, y sus padres, si lograban sobrevivir, eran abusados y denigrados hasta su máxima expresión, solo por el color de su piel. El racismo que sigue entretejiéndose con la evolución humana es una de las cicatrices que no se borran, un testimonio vivo de lo que vemos en El ferrocarril subterráneo (The Underground Railroad, 2021).

Observar la obra de Barry Jenkins (Moonlight, If Beale Street Could Talk), adaptada a la televisión, y del libro homónimo de Colson Whitehead, no es tarea fácil si no se tiene un estómago capaz de soportar el sonido de latigazos, del llanto o del silencio mismo en situaciones en las que hay tanto miedo y desesperanza.

La historia parte desde una plantación en Georgia, en la residencia Randall, donde una joven negra llamada Cora (Thuso Mbedu) conoce a Caesar (Aaron Pierre), quien tiene deseos de escapar de esa vida y forjarse una para sí mismo, pero espera el momento preciso para irse.

El lente protagónico sigue a estos dos personajes, mostrándonos como espectadores de otra época, la realidad infernal que sufren: violencia de todo tipo, abusos sexuales y violaciones, insultos y deshumanización. Todo esto como descripción del amo blanco. Una noche, Caesar y Cora suben a un tren subterráneo (que si bien Whitehead lo utiliza como un simbolismo de búsqueda de libertad, Jenkins lo ha vuelto literal y mágico a la vez) y llegan a Carolina del Sur, donde una comunidad de blancos abre sus brazos a negros refugiados, brindándoles una mejor calidad de vida de la que pudieron imaginar.

Bajo la cinematografía de James Laxton y la dirección de Jenkins, la serie de diez capítulos no esconde su verdadero centro, una narrativa oscura, triste y desagradable, envuelta en hechos históricos y realismo mágico que da como resultado una historia que requiere concentración, empatía y entendimiento de lo que ocurre en la pantalla. El ferrocarril subterráneo no es una serie corta para verse en un día, episodio tras episodio y acompañado de un bowl de palomitas; es una experiencia desgarradora y hermosa, que es mejor al ser digerida un bocado a la vez, aunque todos los episodios ya están en la plataforma de Amazon Prime Video (disponible para Panamá).

Joel Edgerton y Chase W. Dillon interpretan a Ridgeway y Homer.

En la narrativa de Jenkins hay mucho silencio y poco diálogo en algunos capítulos, acentuando la necesidad de concentración del espectador para entender lo que sucede alrededor de los personajes, incluso para transportarnos dentro de las plantaciones, y el tren, como visitantes que observan tras un espejo aquello que ignoramos de nuestro pasado y que, por ende, no hemos logrado entender completamente de nuestro presente.

Una de las peculiaridades de la serie es su duración por capítulo, algunos menores de 20 minutos, mientras que otros se extienden hasta 77 minutos, pero casi no importa dada la calidad de la historia que presenciamos, como si Jenkins no quisiera que acabara, pero sabiendo que debe haber un punto que permita la continuidad de la historia sin que se afecte la paciencia del espectador.

Asimismo, la maestría de Laxton en el manejo de la cámara, evitando los cortes abruptos o excesivos, y dedicándose a mantener tomas largas, enajenadas al tiempo que transcurre, que captan las diferentes tonalidades de luz en un día (saltando de cálidos a fríos, como un complemento emocional), es un elemento en sí mismo que nos lleva a observar la historia como en un sueño, hasta que la realidad golpea a través del lente.

“Cuando estás lidiando con estos elementos elevados y fantásticos, hubo miedo en mí, y asumo que Barry también tuvo miedo, de que fuéramos a sumergir nuestra mano de cineastas demasiado profundo en la creación de imágenes y que no se sintieran creíbles”, comentó Laxton al medio especializado IndieWire. “La cámara hace una panorámica y se mueve de un personaje a otro, o de un personaje a un tren, siempre al servicio de tratar de asegurarse de que estas imágenes se sientan realzadas en su sensibilidad, pero necesitan sentirse desesperadamente fieles a nuestro público”.

La sensación onírica de la serie se complementa con la música de Nicholas Britell (Cruella, Moonlight) que actúa como un personaje principal, omnipresente y moldeable en cada escena, dando una mayor profundidad a las emociones que muestran Cora, Caesar y demás personajes dentro de su trama. El lenguaje de la música de Britell cuenta los detalles en la historia, lo que los actores no pueden decir y lo que Jenkins busca transmitir al espectador.

Thuso Mbedu y Aaron Pierre destacan como Cora y Caesar, esclavos que escapan de su plantación.

Incluso, los cambios de vestuario que vemos en Cora y Caesar nos dan pistas sobre el vínculo que entrelaza la realidad y la fantasía. A cargo de esto se encontró Caroline Eselin-Schaefer, quien implementó una narrativa emocional distinta con cada traje y color, puesto que desde que empieza la serie en Georgia, vemos colores apagados, telas desteñidas y siluetas borrosas en medio del caos de la plantación, pero a medida que Cora y Caesar avanzan en las diferentes locaciones, el color pasa a representar optimismo, entre amarillos y azules claros, o la esperanza de un futuro seguro entre rojos y verdes oscuros. Estas elecciones amplían el universo mágico de El ferrocarril subterráneo.

La serie está basada en la novela homónima ganadora del premio Pulitzer de Colson Whitehead.

La historia también sigue al cazador de esclavos llamado Ridgeway (Joel Edgerton), quien junto a un pequeño joven negro llamado Homero (Chase W. Dillon) se embarca en la búsqueda de Cora y Caesar cuando escapan. Quizá sea una sorpresa ver cómo un niño negro es enseñado a traicionar a su pueblo en pro del favor de su amo, pero como muchos aspectos en la narrativa de Jenkins, el espectador debe observar como un repaso histórico y fantástico, “la realidad de cómo es Estados Unidos”, como expresa un personaje en la serie.

La representación de un villano casi caricaturesco hace que Ridgeway se convierta en uno de los personajes más despiadados de esta serie, mostrando la perspectiva de lo que, a ojos de los blancos, significaba la esclavitud. Es a través de este personaje que se crea el balance entre los sueños de libertad de Cora y la abrupta realidad en la que se encuentra en un EE.UU. antiguo y agresivo. “Escapamos de la esclavitud, pero las cicatrices nunca se borran”, es uno de los mensajes que expresan de forma verbal y no verbal dentro de la obra de Jenkins, como un recordatorio que, aún en la modernidad actual, las cicatrices de las atrocidades no se eliminan por completo, y quizá nunca lo harán.

La empatía que se representa a través del lente de Jenkins y Laxton sirve como testimonio de una narrativa que va más allá de la violencia y los abusos de poder realizados contra la raza negra; es una carta de impulso para las Cora y los Caesar de la actualidad para encontrar sus palabras sin la necesidad de un tren. “El tren siempre se va y tú no has encontrado tus palabras”, mencionan, de forma simple y sin rodeos. Jenkins señala el camino de escucha y aprendizaje que debe transitar quien entienda la historia del pasado de la humanidad.

CALIFICACIÓN LA ESTRELLA:
5.0/5.0 estrellas

“De forma directa, desgarradora y hermosa, Jenkins desnuda la realidad trágica de un capítulo de la historia humana: la esclavitud. Es a través de su mezcla entre realidad y fantasía que logra transportar y educar al espectador con el fin de crear un espacio crítico en pro de nuestro futuro como sociedad”.

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